LA
CARRETA
Prólogo
de Wilfredo Penco
Montevideo
2004
CUADRAGESIMOCTAVA ENTREGA
XII
(5)
En el boliche se
comentaba el arribo de las quitanderas. Piquirre, el panadero, entró
emponchado, silencioso.
Piquirre era un paisano
chiquirritín, de escasa barba rojiza, charlatán, pero de un mal genio
constante. Para hacerlo enojar, no había nada tan eficaz como tirarle abrojo o
rosetas en el poncho. Cuando no descubría quién era el atrevido, insultaba a
todos en general. Una buena “rosiada”. Pero, al momento, comenzaba a hacer
excepciones.
-¡Se pueden ir a la
mismísima!... -gritaba fuera de sí; aunque en seguida, arrepentido, comenzaba
respetuoso-: Perdone, don Panta, usté no cái en la voltiada… Es p’al insolente…
Ni tampoco usté, don Medina… ¡Perdone!...
Los restantes se
echaban a reír a un tiempo.
-¡Quedamos solos los
dos! -dijo el autor de la broma-. Luciano y yo caímos en la voltiada… ¡La
rosiada e’pa nosotros!...
-No, pa’vos, Luciano,
no es… -Y haciendo una pausa, agregó: -¡Será p’al insolente que no rispeta
estas barbas!...
-De choclo -se apresuró
a responder el muchacho-; de choclo, estamo hasta la coroniya!...
Rieron todos a un
tiempo. Piquirre tosió y se mandó al garguero una copa de caña.
-¿Tomás coraje pa’esta
noche, Piquirre? -preguntó el bromista.
-Necesitando…
-respondió altanero-. Yo soy del tiempo viejo.
-Dicen que la Mandamás
de la carreta esa que apareció ayer, es medio caborteraza… -dijo Luciano.
-Asigún con quién…
¡Conocerá bien los güeyes con qui ara!... -agregó Piquirre.
-Pa mí que a vos te
dará la vela, Piquirre -dijo el bromista.
-¿De qué vela me
hablás?...
-¡Pucha eu estás
atrasau de noticias!... Andá esta noche a la carreta y verás lo que te pasa…
-Mirá, gurí…, a mí no
me vas a enseñar a lidiar con esa clase de chinas… ¡Hace años que sé boliar,
muchacho! Cuando vos no levantabas la pata pa miar, yo ya me tenía parau rodeo
en más de un campamento…
-¡Oigalé!...
-Sí, así como lo oís…
Yo conocí a la Mandamás más peluda, la finada Secundina, que era capaz de darte
una cachetada si te pasabas con algunas de las chinas… Era pu’ayá por la
frontera, donde no podés yegar vos, muchacho, porque te perdés…
-Sí, pero eso’e la vela
no lo sabés…
-No sé, como no sea pa
taparte la boca…
-Andá esta noche y
verás…
-No sabés -dijo entonces
Luciano-, pues pa adir con una de las quitanderas tenés que pedirle un cabito’e
vela a la Mandamás.
-Y, ¿pa qué?...
-Vos comprás un cachito’e
vela como de media pulgada, una rodajita’e porquería, y te arreglás con la que
te guste…
-Y la velita, ¿qué
juego hace?
-Parece que tenés que
encenderla en la carreta, y mientras está encendida podés quedarte… En cuantito
se apagó, tenés que bajarte… ¡Se acabó la junción!
-Pucha que había sido
diabla la vieja, pa buscarle esa güelta a los cargosos… ¿Sabés que está bien
pensada la cosa? -arguyó Piquirre-. Los abusadores han de poner las barbas en
remojo…
-Y si no querés soltar
la prienda tan pronto, pagás más y te comprás un cacho’e vela más largo…
-aconsejó el bromista.
-Está claro, pedís un
pedazo’e vela de una pulgada y tenés pa rato… -agregó, ya dueño del caso,
Piquirre. Y, largando una carcajadita, terminó-: Te comprás una vela como pa’un
santo y te la tenés a la china hasta mañana…
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