LOS
CANTOS DE MALDOROR
CIENTOVIGESIMOPRIMERA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO QUINTO
3 (3)
Algunas veces, tratando
vanamente de vencer las imperfecciones del organismo en medio del sueño más
profundo, el sentido magnetizado advierte con estupor que sólo es un bloque
sepulcral, y razona admirablemente con el apoyo de una sutileza incomparable:
“Dejar ese lecho es un problema más difícil de lo que se cree. Sentado en la carreta,
me conducen hacia la binaridad de los postes de la guillotina. Cosa curiosa, mi
brazo inerte ha asimilado sabiamente la rigidez de la cepa. Es muy desagradable
soñar que uno marcha hacia el cadalso.” La sangre corre a chorros por la cara.
El pecho es presa de repetidos sobresaltos, y se infla con silbidos. El peso de
un obelisco sofoca la expansión del furor. ¡Lo real ha destruido los ensueños
del letargo! ¿Quién no sabe que cuando se prolonga la lucha entre el yo, pleno
de altivez, y la magnitud terriblemente creciente de la catalepsia, el espíritu
alucinado pierde el juicio? Roído por la desesperación se complace en su mal
hasta triunfar sobre la naturaleza y hasta que el sueño, viendo escapar a su
presa, huye, para no volver, lejos de su corazón, con ala furiosa y
avergonzada. Echad un poco de ceniza sobre mi órbita en llamas. No miréis mis
ojos que nunca se cierran. ¿Os dais cuenta de los sufrimientos que soporto?
(con todo, el orgullo está satisfecho). No bien la noche exhorta a los humanos
al reposo, un hombre que conozco camina a grandes pasos por el campo. Temo que
mi decisión sucumba a los embates de la vejez. ¡Ojalá llegue ese día fatal en
que he de dormir! Al despertar, mi navaja de afeitar, fraguándose paso a través
del cuello probará que nada era, efectivamente, más real.
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