28/7/17

LOS CANTOS DE MALDOROR


CIENTOVIGESIMOPRIMERA ENTREGA

(Barral Editores / Barcelona 1970)



CANTO QUINTO



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Algunas veces, tratando vanamente de vencer las imperfecciones del organismo en medio del sueño más profundo, el sentido magnetizado advierte con estupor que sólo es un bloque sepulcral, y razona admirablemente con el apoyo de una sutileza incomparable: “Dejar ese lecho es un problema más difícil de lo que se cree. Sentado en la carreta, me conducen hacia la binaridad de los postes de la guillotina. Cosa curiosa, mi brazo inerte ha asimilado sabiamente la rigidez de la cepa. Es muy desagradable soñar que uno marcha hacia el cadalso.” La sangre corre a chorros por la cara. El pecho es presa de repetidos sobresaltos, y se infla con silbidos. El peso de un obelisco sofoca la expansión del furor. ¡Lo real ha destruido los ensueños del letargo! ¿Quién no sabe que cuando se prolonga la lucha entre el yo, pleno de altivez, y la magnitud terriblemente creciente de la catalepsia, el espíritu alucinado pierde el juicio? Roído por la desesperación se complace en su mal hasta triunfar sobre la naturaleza y hasta que el sueño, viendo escapar a su presa, huye, para no volver, lejos de su corazón, con ala furiosa y avergonzada. Echad un poco de ceniza sobre mi órbita en llamas. No miréis mis ojos que nunca se cierran. ¿Os dais cuenta de los sufrimientos que soporto? (con todo, el orgullo está satisfecho). No bien la noche exhorta a los humanos al reposo, un hombre que conozco camina a grandes pasos por el campo. Temo que mi decisión sucumba a los embates de la vejez. ¡Ojalá llegue ese día fatal en que he de dormir! Al despertar, mi navaja de afeitar, fraguándose paso a través del cuello probará que nada era, efectivamente, más real.

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