ESCRITOS
DE HORACIO QUIROGA
TRIGESIMOSEXTA
ENTREGA
La bolsa de valores literarios (*)
(2)
Las
cotizaciones tendrán lugar, como hemos dicho, una vez por semana. Podrá haber,
naturalmente, corredores de Bolsa que pregonarán los valores de su preferencia,
y otros corredores que comprarán por cuenta de las empresas. Y esto con las
voces súbitas y airadas, particulares de las Bolsas de Comercio y los de menor
cuantía. Pero los escritores animosos -casi todos- serán siempre quienes
pregonen directamente sus trabajos, al tenor del siguiente reclamo:
-Vendo
“Hugo” (supongamos). ¡”Hugo”, último poema!
-¿Cuánto?
-Treinta
pesos.
-Compro.
La
demanda de ciertos valores sobrepasará a su oferta. Algunas novelas cortas se
venderán a un precio superior en dos y tres veces a aquel en que fue ofrecido,
y por otras no habrá quien dé cinco pesos. Estas alternativas constituirán,
como bien se comprende, la delicia de los escritores.
Recordando,
pues, que los trabajos literarios serán casi siempre ofrecidos directamente por
sus autores, cabe admirar la trascendencia y el “chic” de esas cotizaciones
semanales, que fijarán inconclusamente el valer, el valor y la renta cerebral
de nuestros hombres de letras.
La
entrada a la Bolsa será libre.
Los
profanos podrán asistir a ella, e igualmente las madres y hermanitas de los
escritores, para quienes se reservarán asientos de preferencia.
Puede
asimismo organizarse un Mercado a Término, reservado naturalmente a los
novelistas largos, tomando por base
las “obras en preparación” que propician generalmente la primera página de las
novelas. Los autores, con la agresiva voz peculiar en estos casos gritarán:
-¡Novela,
vendo! ¡A entregar en octubre!
-¿Título?
-¡No
lo tiene todavía!
-¿Páginas?
-¡Trescientas
noventa!
Con
lo cual, los editores proseguirán hablando entre ellos como si fueran sordos de
nacimiento.
Infinitos
son los sectores hábiles de una Bolsa como la que nos ocupa. Creemos haber
enunciado algunos, y no de los menos útiles. Mencionaremos, sin embargo, antes
de concluir este esbozo, uno de los fenómenos posibles, que, por caracterizar a
las Bolsas de Finanzas, no podemos dejar en olvido: el crack.
Los
cracks literarios tendrán lugar cuando los valores de un novelista, un poeta,
caigan por el suelo sin causa ostensible que la haga prever. No contamos así
los casos de crack editorial en la Bolsa a Término, por defunción de un autor
que había vendido magníficamente sus diez o doce novelas en preparación
pregonadas en su último libro. Ni tampoco el otro crack, eventual y contagioso
a la par, que sobreviene cuando un autor es acusado de plagio.
El
crack a que aludimos, el crack eminentemente literario, se produce cuando un
autor en baja compra a la sordina sus propios valores para levantarlos.
El
efecto se adivina con una simple ojeada a las cotizaciones del día.
“Valores
X. -Hasta la última rueda de ayer: $27.90 por cuento. Primera rueda de hoy: $ 200.
Última rueda ¡$450!”.
Ante
la tremenda angustia de ver adquiridos por una empresa rival los valores X, los
editores compran. Compran cuantos relatos del autor se lanzan al mercado. Y
evitando el pánico, respiran por fin.
Pero
el pánico recibe otro nombre cuando los famosos cuentos aparecen desnudillos en
letra impresa a lucir su altísima cotización. Dios los perdone. Son los mismos
cuentos de antes, las mismas novelitas a $ 27,90.
Las
consecuencias se adivinan también, como adivinamos el efecto.
Durante
meses y meses, toda vez que un autor -el más serio, el más grave, respetado y
respetable de nuestros escritores- ofrezca su poema, cuento o novela, los editores,
sentados en fila, tan serios como aquel, responderán, mirándolo fija e
imperturbablemente:
Pesos
27,90…
(*)
Publicado en El Hogar, nº 742, 4 de
enero de 1924.
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