11/7/17

GUILLERMO ENRIQUE HUDSON

LA TIERRA PURPÚREA



CIENTODIECISEISAVA ENTREGA



XXIX /  DE VUELTA A BUENOS AIRES (2)



Al caer la tarde el mar se puso bravísimo, virando el viento en dirección al sur y soplando muy fuerte; esto favoreció nuestra travesía del feo “Mar del Plata”, pues así insisten en llamarlo los poetas del Plata, a pesar de sus malvadas y agitadas olas de color de ladrillo, tan aborrecidas de los malos navegantes. Paquita y Demetria sufrieron horriblemente, tanto que tuve que quedarme con ellas la mayor parte del tiempo. Les dije, con suma imprudencia, que no se alarmasen, que no era nada -sólo mareo-, y creo, en verdad, que, en consecuencia, me aborrecieron durante un rato de todo corazón. Por fortuna, había previsto estas escenas desgarradoras, y me había provisto para el caso de una botella de champaña; y después que me bebí dos o tres copas para animarlas, mostrándoles lo fácil que era tomar esta medicina, conseguí que se bebieran el resto. Por fin, como a eso de las diez de la noche, comenzaron a persuadirse de que la enfermedad no tendría fatales resultados, y viéndolas tan aliviadas, subí sobre cubierta, a tomar un poco de aire. Todavía estaba el viejo y estoico gaucho sentado en la popa, por lo visto muy infeliz.


-¡Buenas noches, compañero! -dije-. ¿Puedo ofrecerle un cigarro?


-Patroncito, usté parece tener güen corazón -repuso, rechazando el cigarro con un movimiento de cabeza-. Por el amor de Dios, consígame un poquito de caña. Me muero por falta de algo que me caliente por dentro y que me pare la cabeza de darse güelta como un trompo; no he podido conseguir nada de estos bachichas brutos a bordo, con su jerga que naides les compriende.


-¡Cómo no, amigo! ¿Por qué no? -repuse, y dirigiéndome al Capitán, conseguí que me diera un medio litro.


El viejo agarró la botella con ávido placer y tomó un buen trago.


-¡Ah… -dijo, acariciando primero la botella y después el estómago-, esto sí le pone nueva vida a un hombre! ¿Qué no irá a acabar nunca esta travesía, patroncito? Cuando estoy montao en mi flete, puedo olvidarme que soy un viejo, pero estas malditas olas me hacen recordar que he vivido muchos años.


Encendí un cigarro y me senté a conversar con él.


-¡Ah, pa ustedes los extranjeros es tuito lo mesmo… el mar o la tierra! -continuó-. Hasta fumar pueden… ¡Qué cabeza más tranquila y estómago más reposao no han de tener! Pero lo que más me tiene intrigao es esto, señor. ¿Cómo pasa que usté que es extranjero, está viajando con esas dos señoras orientales?, me pregunto yo. Ay tiene a esa lindura de señorita de ojos de violeta… ¿Quién podrá ser?


-¡Esa es mi mujer, viejo! -repuse, riendo y entreteniéndome su curiosidad.


-¡Ah! ¿es usté casao, entonces? ¡Y tan joven! Su mujer es linda, graciosa, bien educada; se ve que es hija de padres ricos, pero es delicada, señor, muy delicada; y algún día no muy lejano… Pero, ¿por qué he de predecir cosas tristes a un corazón lleno de alegría como el suyo? Pero la cara, señor, me es desconocida; no me ricuerda las facciones de ninguna familia oriental que yo conozca.


-Eso se explica muy fácilmente -dije, sorprendiéndome su astucia-, ella no es oriental, sino argentina.


-¡Ah, por eso! -repuso, empinando otra vez la botella y tomando un trago largo-. En cuanto a la otra señora que va con ustedes, ¿pa qué preguntarle quién es ella?


-¿Por qué dice usted eso? ¿Quién es ella?


-¡Vaya! Una Peralta, naturalmente -repuso-, si es que ha habido una!


No dejó de inquietarme su respuesta, pues a pesar de todas mis precauciones, tal vez este viejo había sido mandado para seguir a Demetria.


-¡Sí! -continuó como preciándose de su conocimiento de las familias orientales y sus diferentes tipos, y que sirvió al mismo tiempo para apaciguar mis sospechas-; una Peralta y no una Madariaga, ni tampoco es una Sánchez, ni Zelaya, ni Ibarra. ¿Cómo no he de conocer una peralta cuando la veo? -y al decir esto se rio desdeñosamente de lo absurdo de tal ocurrencia.



-Cuénteme -dije-, ¿cómo sabe que es una Peralta?

No hay comentarios: