LECCIONES
DE VIDA
ELISABETH
KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER
QUINCUAGESIMOSEXTA ENTREGA
7
/ LA LECCIÓN DEL TIEMPO (4)
EKR
(1)
Un hombre me contó una
historia acerca de su madre de noventa y dos años.
“La llevé de vacaciones
a Dallas, la ciudad donde había nacido. Viajamos en un avión moderno y observé
los esfuerzos que hacía mi madre para abrir la puerta del lavabo, provista de
palancas que no sobresalían del panel. Ella estaba acostumbrada a los pomos y
los tiradores.
“A la mañana siguiente
temprano, la alarma contra incendios del hotel se disparó. Cuando llegué a la
habitación de mi madre, ella estaba en el pasillo, en bata y sobresaltada.
También estaba enojada porque había olvidado la llave magnética en el interior
y la puerta se había cerrado. Estaba muy asustada y no sabía cómo podría volver
a entrar, por no mencionar que iba en bata. Cuando volvimos a casa del viaje me
dijo: ‘Ya no pertenezco a esta época. No sé utilizar un microondas, no
encuentro el botón para cambiar el canal del televisor, no sé utilizar tarjetas
en lugar de llaves y todas mis amistades han muerto. El tiempo ha avanzado,
pero yo me he quedado atrás.’ Fue duro oír aquellas palabras, y me hubiera
resultado todavía más difícil comprenderlas, de no haberme dado cuenta durante
el viaje de lo frustrante y complicada que se había vuelto la vida para mi
madre.”
Cuando miramos el cielo
por la noche, contemplamos literalmente el pasado. No vemos el cielo como es
ahora, sino como se veía años atrás, desde unos pocos a un millón, pues ese es
el tiempo que tarda la luz de las estrellas más cercanas en alcanzar la Tierra.
Algo muy parecido nos
ocurre con las personas. Pensemos, por ejemplo, en el vecino molesto que
teníamos cuando éramos jóvenes. Si entonces pensábamos que era un fastidio,
cuando nos lo encontremos estaremos a la defensiva, porque lo veremos como era,
no como es hoy en día.
¿Cuántos de nosotros
vemos a nuestros padres como son en la actualidad? Esta es una labor difícil,
porque cuando éramos pequeños teníamos la poderosa sensación de que eran unos
gigantes que lo sabían todo. Igualmente intensos son los recuerdos en que los
vemos como personas malvadas que no nos permitían llevar el pelo como
queríamos, estar fuera toda la noche o dejar de hacer los deberes. Si ahora
conociéramos al padre de un amigo nuestro, es probable que la impresión que
tuviéramos de él fuera más real que la que tiene nuestro amigo, porque no le
añadiríamos su información adicional a la realidad actual. De todos modos,
incorporaríamos nuestras impresiones sobre los padres en general. Si el padre
de nuestro amigo es fontanero, aportaríamos todas nuestras percepciones sobre
los fontaneros; si es mayor, incorporaríamos los sentimientos que nos inspira
la gente de edad, etcétera. También veríamos el pasado en él, pero de un modo
bastante distinto a como lo ve nuestro amigo.
Tenemos reacciones
parecidas ante cualquier suceso mundano. Imaginemos a un niño de una familia
pobre. Para él, la llegada diaria del correo supone un momento desdichado,
porque con el correo llegan las facturas que inquietan terriblemente a sus
padres. Imaginemos ahora a otro niño al que le encanta el correo porque a
través de él llegan los ingresos de su padre y las invitaciones a las fiestas
de cumpleaños de sus amigos. Cuando los dos niños han crecido, el primero
reacciona con un ligero nerviosismo ante la llegada del correo, mientras que el
segundo lo espera con una alegre expectación. Sus sentimientos no tienen nada
que ver con el contenido actual de su correo, sino que son fruto del pasado.
En general, no sabemos
quiénes son los demás en la actualidad, y lo mismo ocurre con nosotros mismos.
Nos vemos como éramos o como queremos ser, pero no como somos en realidad.
Se experimenta una
maravillosa libertad al saber que la persona que éramos no define de forma
absoluta a la que somos ahora. No tenemos que atarnos al pasado. Muchos, al
levantarnos por la mañana, nos duchamos y eliminamos la suciedad del día
anterior, pero no nos desprendemos de la carga emocional previa, y no tiene por
qué ser así. Podemos renovarnos y comenzar de nuevo todos los días. Si fijamos
nuestra conciencia en el presente y vemos la vida como es en realidad, podemos
empezar todos los días frescos y limpios. Cuando no vivimos el momento, no
vemos a los demás y a nosotros mismos como somos, y no podemos ser felices. No
debemos cerrar la puerta al pasado, pero tenemos que tomarlo por lo que fue y
continuar hacia adelante. De este modo nos centraremos en el ahora, en el
presente, en el momento que estamos viviendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario