MARTÍN LUTERO: MITOS Y REALIDADES
por María Elvira Roca Barea
(23 / 7 / 2017)
Las celebraciones
en torno al quinto centenario del cisma luterano, que impulsó el monje
agustino, obvian los aspectos más oscuros de su figura y legado. El manto
religioso oculta un conflicto político y nacionalista
Dice la leyenda
que el 31 de octubre de
1517 el monje agustino Martín Lutero (1483-1546), escandalizado por
el vergonzoso espectáculo que la Iglesia ofrecía e indignado por la
venta de indulgencias, clavó en las puertas de la iglesia de
Wittenberg las 95 tesis que desafiaban el poder de Roma. Se cumplen por
tanto 500 años y Alemania está
celebrando con fasto este aniversario. Merkel y Obama homenajearon el 25
de mayo a Lutero en la puerta de Brandeburgo y por las mismas fechas se
inauguró una espectacular exposición en Wittenberg. Esto, por citar sólo alguno
de los eventos más destacados. Desde que acabó la II Guerra Mundial los
aniversarios luteranos (nacimiento, muerte, 95 tesis, iluminación divina
durante la tormenta de 1505…) apenas revestían relevancia. Pero ahora esto ha
cambiado. ¿Por qué?
El gesto descrito a
las puertas de la iglesia de Wittenberg es la representación
mítica y ritual de lo que significó Martín Lutero para el entonces llamado
Sacro Imperio Germánico. Hace mucho que se duda de que clavara sus tesis;
las menciones al acto desafiante aparecen mucho después conforme se va
adornando y mitificando al personaje Lutero y al cisma que trajo consigo.
Pero, si non è vero, è ben trovato. Resulta mucho menos
heroico mandar por correo —que es lo que con toda probabilidad sucedió— el
texto de protesta al obispo de Maguncia. Así que el gesto simbólico conserva
hoy toda su prosopopeya teatral pero era mucho más épico en aquel tiempo,
porque el hombre del siglo XVI sabía que este era el modo en que se daban a conocer
los llamados carteles de desafío, con los que un caballero insultaba
públicamente a otro y le retaba a duelo. Había que responder, si no, quedaba
deshonrado para siempre. Hay en la figura de Lutero un componente de heroísmo a
toro pasado muy interesante para comprender su significado en la historia de
Alemania y sí, no se sorprenda el lector, en la de España.
El cisma luterano
es la manifestación de un problema político, y haberlo mantenido en el orbe de
lo religioso enturbia completamente su comprensión. A través de él se expresa
el nacionalismo germánico de la primera hora y por eso Martín Lutero es
celebrado y exaltado en Alemania cada vez que a ese nacionalismo le sube la
temperatura. Desde la II Guerra Mundial no se ha conmemorado de manera
significativa ninguna efemérides luterana. En 1983 pasó sin
pena ni gloria en la RFA el quinto centenario del nacimiento de Martín Lutero que tan
festejado fue en tiempos de Bismarck. Así, por ejemplo, el 10 de noviembre de
1883, el emperador Guillermo I encabezó el desfile del cuarto centenario del
nacimiento de Martín Lutero en Eisleben.
Lutero fue el gran valedor de las
oligarquías, el garante religioso de un feudalismo tardío que mantuvo a
Alemania en el atraso y la pobreza
En Historia del año
1883 Emilio Castelar escribe: “Los pueblos protestantes han celebrado el cuarto
centenario de Lutero con universales jubilaciones”; y también que aunque “los
católicos y los protestantes de Alemania no han podido acordarse para celebrar
al creyente, se han acordado para celebrar al patriota”. Pero lo más
interesante es el colofón: “Nosotros, que no pertenecemos a la religión
luterana ni a la raza germánica, españoles y católicos de nacimiento, podemos
celebrar sin escrúpulo al que, iniciando
la libertad de pensamiento y examen, ha iniciado las revoluciones modernas, a cuya virtud
hemos roto nuestras cadenas de siervos y proclamado la universalidad de la
justicia y del derecho”. No necesitamos por tanto ir a Wittenberg y leer los
textos que comentan la espectacular exposición. Lo que allí se cuenta es
exactamente lo mismo que Castelar nos dice: Lutero, el padre de la libertad
religiosa en Europa; Lutero, el héroe por cuyo esfuerzo sin par este continente
se libró de las tinieblas y de la esclavitud. Dice Castelar que “hemos roto
nuestras cadenas”. A Lutero le debemos nada menos que “la justicia y el
derecho”, porque resulta evidente que los españoles no teníamos. Qué simpático
resulta esto de que los hijos de Roma desconozcan el Derecho, los pobres.
Y, claro está, si
Lutero rompe cadenas es que había cadenas que romper y alguien las había
puesto. Si trae la libertad de pensamiento es que tal cosa no existía, ¿y quién
lo impedía? No hace falta ni nombrarlo pero está ahí, constantemente presente:
el oscuro y siniestro Imperio español y católico. Para que el héroe Lutero
exista tiene que haber un monstruo al que él se enfrente. Si no hay monstruo,
no hay héroe. Quien visita hoy Wittenberg o cualquiera de las muchas exposiciones
y celebraciones que pueden verse en Alemania, incluso si es español y católico
—especialmente si es español y católico— no ve el decorado que hace posible el
brillo germánico. Cuando digo católico no quiero decir creyente. La fe es
irrelevante en este contexto. Nos referimos a quienes han nacido en un país de
cultura católica. Porque ese relumbrón germánico ha necesitado siglo tras siglo
como condición sine qua non para su
exaltación que el sur mediterráneo sea oscuro y atrasado, inmoral y decadente,
vago y poco fiable. Es en tiempos de Lutero cuando el adjetivo welsch —una denominación geográfica poco precisa
para referirse al sur— pasó a significar latino o románico, y malvado e inmoral
al mismo tiempo.
La “libertad
luterana” no resiste una mirada cercana y libre de prejuicios. Comenzó
provocando una guerra espantosa que se llamó la Guerra de los Campesinos y que
dejó más de 100.000 muertos en los campos del Sacro Imperio. Porque los
campesinos se creyeron de verdad aquellas exaltadas predicaciones en boca de
Lutero y de otros que clamaban contra las riquezas acumuladas por los poderosos
de la tierra con Roma como garante de tales injusticias. Esto provocó una
convulsión social como no se ha conocido otra en Europa hasta la Revolución Francesa. Los príncipes
alemanes, cuyo propósito era básicamente oponerse al emperador, no pensaron que
alentar aquella efervescencia antisistema (Carlos V y el catolicismo) pudiera
volverse contra ellos, pero tuvieron que enfrentarse a una revuelta de
proporciones gigantescas. Algunos clérigos revolucionarios como Müntzer,
llamado el teólogo de la revolución, se mantuvieron fieles a sus principios
hasta el final y fueron ejecutados, pero Lutero decidió sobrevivir. Desde
comienzos de 1525, tras la muerte de Hutten y Sickingen, los dos cabecillas
revolucionarios que lo habían amparado, Lutero se pone al servicio de los
príncipes alemanes y alienta la violencia brutal con que los grandes señores
germánicos acabaron con estas rebeliones de campesinos: “contra las hordas
asesinas y ladronas mojo mi pluma en sangre, sus integrantes deben ser
estrangulados, aniquilados, apuñalados, en secreto o públicamente, como se mata
a los perros rabiosos”.
Desde entonces
Lutero se convierte en el gran valedor de las oligarquías señoriales, en el
garante teológico de un feudalismo tardío que mantuvo a Alemania en un estado
de pobreza y atraso ya superado en España y en la mayor parte del sur. El
enquistamiento por la vía religiosa de estas oligarquías impidió la unificación
de Alemania e hizo posible una supervivencia anómala del sistema feudal en esa
parte de Europa. Casi todo el mundo sabe que el régimen de los siervos duró en
Rusia hasta el siglo XIX, pero se ignora que en Alemania también, notablemente
en las zonas protestantes. Uno de los primeros estados en abolir las leyes de
servidumbre fue la católica Baviera en 1808, pero el proceso no culminó hasta
mediados del siglo en la zona oriental. Bien. Esto por lo que respecta a Lutero
como libertador social. Vamos ahora a Lutero como libertador mental.
Casi la cuarta parte de las propiedades
del Sacro Imperio cambiaron de manos. No hubo un latrocinio igual hasta la
Revolución Rusa
Libertad religiosa
o libre examen son dos iconos lingüísticos acuñados por Lutero que no tuvieron
nunca un reflejo en la realidad, como demuestra primero la lógica y luego la
historia.
Supuestamente el
libre examen significa que el cristiano debe entenderse con Dios directamente a
través de los textos sagrados, sin intermediarios gravosos e inmorales como
“los romanos” (así llamaba Lutero al clero católico, aunque fuesen tan alemanes
como él). Si esto es así, hay una consecuencia inmediata: la desaparición del
clero por innecesario. La evidencia demuestra que esto jamás sucedió, porque
Lutero no operó la destrucción de las iglesias, sino que creó otra. Ni Lutero
dejó de ser clérigo, ni disminuyó el número de ellos en el Sacro Imperio.
Simplemente se formó un nuevo cuerpo sacerdotal que también condujo al rebaño
hacia donde debía ir. Solo que ahora ese cuerpo de pastores sirve únicamente al
señor del territorio (y no a un papa extranjero y a un emperador aliado con el
mundo welsch) que es el que le da de comer. Si le sirve bien,
como hizo Lutero, vivirá bien. Vivirá incluso mejor que con los “romanos” y,
así, Lutero recibió del príncipe de Sajonia, como primera prueba de gratitud,
el que había sido su antiguo convento en Wittenberg. Es un muy bello palacio,
donde se instaló con su nueva esposa, sus parientes y sus criados. Había nacido en el
seno de una familia muy humilde y estos lujos, como monje
agustino, no se los hubiera podido permitir nunca. Y no tocaremos aquí más el asunto
de las críticas feroces contra los lujos del clero “romano”.
La libertad
religiosa es probablemente el tótem lingüístico más afortunado de Martín
Lutero. Ha sido y es ininterrumpidamente esgrimido frente a las tinieblas del
catolicismo y de su nación defensora por antonomasia, España. No hace falta
siquiera pensar mucho para ver a dónde va a parar la libertad luterana. Si tal
cosa hubiera existido alguna vez, siquiera teóricamente, también los católicos
u otras facciones protestantes hubieran tenido derecho a ella. Si el cristiano
es libre para interpretar los textos sagrados, entonces, también la
interpretación católica es posible y debe ser aceptada. Y debería haber sido
respetada en consonancia con la “libertad religiosa” que Lutero y sus diáconos predicaban.
Si la lógica humana no es una patraña desde su misma raíz, esto es así. Pero lo
cierto es que el nuevo clero creó una versión del cristianismo que fue la única
aceptable y todas las demás fueron proscritas y perseguidas; la católica por
supuesto, pero también los anabaptistas, calvinistas, menonitas, etcétera.
Se le esgrime como adalid de la
libertad religiosa, pero el clero luterano proscribió y persiguió las demás
versiones del cristianismo
Sin embargo, siglo
tras siglo, Lutero se ha paseado por la historia de Europa inmune a la verdad,
a los hechos y a la lógica. Puede el lector teclear en Internet en algún
buscador la secuencia “Lutero libertad religiosa” y verá. Si lo hace en inglés
y alemán, se quedará pasmado. Podríamos llevar este juego perverso con las
palabras un poco más lejos y exasperar los argumentos históricos habitualmente
aceptados. Porque aplicar la “libertad religiosa” en sentido luterano es lo que
hicieron los Reyes Católicos en España, a saber, que todos los súbditos deben tener
la misma religión que su señor terrenal. Este es el principio conocido
como cuius regio, eius religio, y dio cobertura legal a los
príncipes alemanes para obligar a las poblaciones de sus territorios a hacerse
protestantes, lo quisieran o no, y no siempre con persuasivos y pacíficos
sermones. Pero es evidente que los Reyes Católicos no pueden ser padres
de la libertad religiosa, aunque hicieron exactamente lo mismo, porque,
como dice Castelar, nosotros no somos luteranos ni pertenecemos a la raza
germánica.
A estas alturas ya
estará preguntándose ¿pero por qué tenían este empeño los príncipes alemanes en
hacerse protestantes? Pues no es difícil tampoco de explicar, pero para eso,
como señalamos más arriba, hay que salirse del terreno religioso, de la
superioridad moral y de las palabras totémicas donde empeñosamente ha insistido
todo el protestantismo en situar aquel sangriento conflicto. Casi una cuarta
parte de los bienes raíces del Sacro Imperio cambiaron de manos, entre las
confiscaciones de propiedades eclesiásticas y las de aquellos que abandonaron
los territorios protestantes por negarse a acatar la conversión forzosa. Hasta
la Revolución Rusa no ha habido latrocinio comparable en Occidente. Pero, claro
está, no los llamamos así, porque el uno tenía una cobertura teológica y el
otro una cobertura ideológica. En definitiva: una justificación moral. Esto
naturalmente no se lo van a contar al visitante en la magna exposición de
Wittenberg.
Fue furiosamente antisemita y prefigura
el programa nazi. La noche de los Cristales Rotos se hizo en honor a su 450
cumpleaños
Lutero fue no
solamente anti-latino sino furiosamente antisemita. El filósofo
alemán Karl Jaspers escribió que el programa nazi está prefigurado en Martín
Lutero, que dedicó a los judíos párrafos espeluznantes: “Debemos primeramente
prender fuego a sus sinagogas y escuelas, sepultar y cubrir con basura a lo que
no prendamos fuego, para que ningún hombre vuelva a ver de ellos piedra o
ceniza”. El primer gran
pogromo de 1938, la noche de los Cristales Rotos, fue justificado como una
operación piadosa en honor de Martín Lutero, por su 450 cumpleaños. A las
elecciones de 1933 concurrió Hitler con un soberbio cartel donde la imagen de
Lutero y la cruz gamada aparecen juntas. Las celebraciones luteranas de los
nazis fueron espectaculares. Con idéntica ferocidad alentó y justificó Lutero
la quema de brujas, que dejó en Alemania no menos de 25.000 víctimas, según
Henningsen. Llevamos tantos miles, millones de muertos con este asunto que es
mejor no hacer cuentas.
Pero no hay de qué
avergonzarse. Alemania celebra sin disimulo a Martín Lutero porque se siente
bien, porque Lutero es el padre del nacionalismo alemán y de su iglesia y tiene
por lo tanto… indulgencia teológica. Desde que se
produjo la reunificación y vino luego el euro como mágico elixir,
Alemania está en un tiempo nuevo y afronta sin sombras una hegemonía europea
incontestada. Gran Bretaña ha desertado del barco de la Unión y Francia no está
en condiciones de enfrentarse a la indiscutible supremacía germánica. Ni España
ni Italia parecen darse mucha cuenta de cuán necesarias son para compensar esta
hegemonía y andan perdidas, sin poder superar el complejo de inferioridad que
asumieron hace siglos. Porque con todo esto llegamos al gran asunto que aquí se
ventila: el de la superioridad moral frente al porcino mundo no protestante, en
el cual vivimos y que ha sido tan absolutamente asumida que muchos de nuestros
periódicos, como en tiempos de Castelar, se han sumado gozosos a la celebración
luterana, tan ciegos y tan perdidos en el laberinto de su propia inferioridad
hoy como hace 100 años.
María
Elvira Roca Barea es filóloga y autora de ‘Imperiofobia y Leyenda Negra’ (Siruela).
No hay comentarios:
Publicar un comentario