31/7/17

SAN JUAN DE LA CRUZ

CÁNTICO ESPIRITUAL


QUINTA ENTREGA



8 / Y es como si dijera: “No sólo me bastaba la pena y el dolor que ordinariamente padezco en tu ausencia, sino que, hiriéndome más de amor con tus flechas y aumentando la pasión y apetito de tu vista, huyas con ligereza de ciervo y no te dejes comprender algún tanto siquiera.



9 / Para más declaración de este verso es de saber que, allende de otras muchas diferencias de visitas que Dios hace al alma, con que la llaga y levanta en amor, suele hacer unos encendidos toques de amor, que a manera de saeta de fuego hieren y traspasan el alma y la dejan toda cauterizada con fuego de amor. Y estas propiamente se llaman heridas de amor, de las cuales habla aquí el alma. Inflaman estas tanto la voluntad en afición, que se está el alma abrasando en fuego y llama de amor; tanto, que parece consumirse en aquella llama, y la hace salir fuera de sí y renovar toda y pasar a nueva manera de ser, así como el ave fénix que se quema y renace de nuevo. De lo cual hablando David (Ps. 72, 21-22), dice: “Inflammatum est cor meu, et renes mei commutati sunt, et ego at nihilum redactus sum, et nescivi; que es decir: “Fue inflamado mi corazón y mis renes se mudaron, y yo fui resuelto en nada y no supe.” Los apetitos y afectos que aquí entiende el profeta por renes todos se conmueven, mudándose en divinos en aquella inflamación amorosa del corazón, y el alma por amor se resuelve en nada, nada sabiendo sino sólo amor. Y a ese tiempo amoroso es la conmutación de estas renes de apetitos de voluntad hecha en grande manera de tormento en ansia de ver a Dios; tanto, que le parece al alma intolerable el rigor de que con ella usa el amor; no porque la haya herido (porque antes tiene ella las tales heridas de amor por salud), sino porque la dejó así herida penando, y no la hirió más hasta acabarla de matar, para poder verse juntamente con Él en revelada y clara vista de perfecto amor. Por tanto, mereciendo o declarando el dolor de la herida de amor a causa de la ausencia, dijo: “Habiéndome herido.”



10 / Y este sentimiento tan grande acaece así en el alma por cuanto en aquella herida de amor que hace Dios en ella levántase la voluntad de la alma con súbita presteza a la posesión del Amado, que sintió estar cerca por el toque suyo que sintió de amor. Y con esa misma presteza siente el ausencia y el gemido juntamente, por cuanto en ese mismo momento se le desaparece y esconde, y se queda ella en vacío y con tanto más dolor y gemido que cuanto era mayor el apetito de comprender. Porque estas visitas de heridas de amor no son como otras en que Dios suele recrear y satisfacer a la alma, llenándola de pacífica suavidad y reposo; porque estas sólo las hace Él más para llagar que para sanar y más para lastimar que para satisfacer, pues no sirven más de para avivar la noticia y aumentar el apetito y, por el consiguiente dolor. Estas se llaman heridas de amor, que son al alma sabrosísimas; por lo cual querría estar ella siempre mil muertes a estas lanzadas, porque le hacen salir de sí y entrar en Dios. Lo cual da ella a entender en el verso siguiente, diciendo:



salí tras ti clamando, y eras ido.

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