SAN
JUAN DE LA CRUZ
CÁNTICO
ESPIRITUAL
QUINTA ENTREGA
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Y es como si dijera: “No sólo me bastaba la pena y el dolor que ordinariamente
padezco en tu ausencia, sino que, hiriéndome más de amor con tus flechas y
aumentando la pasión y apetito de tu vista, huyas con ligereza de ciervo y no
te dejes comprender algún tanto siquiera.
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Para más declaración de este verso es de saber que, allende de otras muchas
diferencias de visitas que Dios hace al alma, con que la llaga y levanta en
amor, suele hacer unos encendidos toques de amor, que a manera de saeta de
fuego hieren y traspasan el alma y la dejan toda cauterizada con fuego de amor.
Y estas propiamente se llaman heridas de amor, de las cuales habla aquí el alma.
Inflaman estas tanto la voluntad en afición, que se está el alma abrasando en
fuego y llama de amor; tanto, que parece consumirse en aquella llama, y la hace
salir fuera de sí y renovar toda y pasar a nueva manera de ser, así como el ave
fénix que se quema y renace de nuevo. De lo cual hablando David (Ps. 72,
21-22), dice: “Inflammatum est cor meu, et renes mei commutati sunt, et ego at
nihilum redactus sum, et nescivi; que es decir: “Fue inflamado mi corazón y mis
renes se mudaron, y yo fui resuelto en nada y no supe.” Los apetitos y afectos
que aquí entiende el profeta por renes todos se conmueven, mudándose en divinos
en aquella inflamación amorosa del corazón, y el alma por amor se resuelve en
nada, nada sabiendo sino sólo amor. Y a ese tiempo amoroso es la conmutación de
estas renes de apetitos de voluntad hecha en grande manera de tormento en ansia
de ver a Dios; tanto, que le parece al alma intolerable el rigor de que con
ella usa el amor; no porque la haya herido (porque antes tiene ella las tales
heridas de amor por salud), sino porque la dejó así herida penando, y no la
hirió más hasta acabarla de matar, para poder verse juntamente con Él en
revelada y clara vista de perfecto amor. Por tanto, mereciendo o declarando el
dolor de la herida de amor a causa de la ausencia, dijo: “Habiéndome herido.”
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Y este sentimiento tan grande acaece así en el alma por cuanto en aquella
herida de amor que hace Dios en ella levántase la voluntad de la alma con
súbita presteza a la posesión del Amado, que sintió estar cerca por el toque
suyo que sintió de amor. Y con esa misma presteza siente el ausencia y el
gemido juntamente, por cuanto en ese mismo momento se le desaparece y esconde,
y se queda ella en vacío y con tanto más dolor y gemido que cuanto era mayor el
apetito de comprender. Porque estas visitas de heridas de amor no son como otras en que Dios suele recrear y
satisfacer a la alma, llenándola de pacífica suavidad y reposo; porque estas
sólo las hace Él más para llagar que para sanar y más para lastimar que para
satisfacer, pues no sirven más de para avivar la noticia y aumentar el apetito
y, por el consiguiente dolor. Estas se llaman heridas de amor, que son al alma
sabrosísimas; por lo cual querría estar ella siempre mil muertes a estas
lanzadas, porque le hacen salir de sí y entrar en Dios. Lo cual da ella a
entender en el verso siguiente, diciendo:
salí
tras ti clamando, y eras ido.
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