ANTONIN
ARTAUD
EL
TEATRO Y SU DOBLE
Traducción de Enrique Alonso y Francisco Abelenda
PREFACIO
(4)
EL
TEATRO Y LA CULTURA
Cuando
todo nos impulsa a dormir, y miramos con ojos fijos y conscientes, es difícil
despertar y mirar como en sueños, con ojos que no saben ya para qué sirven, con
una mirada que se ha vuelto hacia adentro.
Así se abre paso la extraña idea de una acción desinteresada, y más violenta aun porque bordea la tentación del reposo.
Toda
efigie verdadera tiene su sombra que la dobla; y el arte decae a partir del
momento en que el escultor cree liberar una especie de sombra, cuya existencia
destruirá su propio reposo.
Al
igual que toda cultura mágica expresada por jeroglíficos apropiados, el
verdadero teatro tiene también sus sombras; y entre todos los lenguajes y todas
las artes es el único cuyas sombras han roto sus propias limitaciones. Y desde
el principio puede decirse que esas sombras no toleraban ninguna limitación.
Nuestra
idea petrificada del arte se suma a nuestra idea petrificada de una cultura sin
sombras, y donde, no importa a qué lado se vuelva, nuestro espíritu no
encuentra sino vacío, cuando en cambio el espacio está lleno.
Pero
el teatro verdadero, ya que se mueve y utiliza instrumentos vivientes, continúa
agitando sombras en las que siempre ha tropezado la vida. El actor que no
repite dos veces el mismo gesto, pero que gesticula, se mueve, y por cierto
maltrata las formas, detrás de esas formas y por su destrucción recobra aquello
que sobrevive a las formas y las continúa.
El
teatro que no está en nada, pero que se vale de todos los lenguajes: gestos,
sonidos, palabras, fuego, gritos, vuelve a encontrar su camino precisamente en
el punto en que el espíritu, para manifestarse, siente necesidad de un
lenguaje.
Y
la fijación del teatro en un lenguaje: palabras escritas, música, luces,
ruidos, indica su ruina a breve plazo, pues la elección de un lenguaje revela
cierto gusto por los efectos especiales de ese lenguaje; y el desecamiento del
lenguaje acompaña a su desecación.
El
problema, tanto para el teatro como para la cultura, sigue siendo el de nombrar
y dirigir sombras: y el teatro, que no se afirma en el lenguaje ni en las
formas, destruye así las sombras falsas, pero prepara el camino a otro
nacimiento de sombras, y al su alrededor se congrega el verdadero espectáculo
de la vida.
Destruir
el lenguaje para alcanzar la vida es crear o recrear el teatro. Lo importante
no es suponer que este acto deba ser siempre sagrado, es decir reservado; lo
importante es creer que no cualquiera puede hacerlo, y que una preparación es
necesaria.
Esto
conduce a rechazar las limitaciones habituales del hombre y de los poderes del
hombre, y a extender infinitamente las fronteras de la llamada realidad.
Ha
de creerse en un sentido de la vida renovado por el teatro, y donde el hombre
se adueñe impávidamente de lo que aun no existe, y lo haga nacer. Y todo cuanto
no ha nacido puede nacer aun si no nos contentamos como hasta ahora con ser
meros instrumentos de registro.
Por
otra parte, cuando pronunciamos la palabra vida, debe entenderse que no
hablamos de la vida tal como se nos revela en la superficie de los hechos, sino
de esa especie de centro frágil e inquieto que las formas no alcanzan. Si hay
aun algo infernal y verdaderamente maldito en nuestro tiempo es esa complacencia
artística con que nos detenemos en las formas, en vez de ser como hombres
condenados al suplicio del fuego, que hacen señas sobre sus hogueras.
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