ENTREPÁGINAS
por Juan de Marsilio
LA TRISTEZA DEL SUR
Juro
que no es a propósito, pero si soy suscriptor de “Lectores de Banda Oriental” y
los tipos –corrección, sr. crítico, debió ud. haber escrito “los señores tipos”–
y los tipos, venía escribiendo, sacan al hilo tres volúmenes de calidad
superior, dignos de reseña, yo no tengo la culpa y mis eventuales lectores de
este espacio tampoco. Así que, sin que me importen las eventuales acusaciones
de estar a sueldo de la mencionada editorial, procedo.
El
caso es que la entrega de agosto de lectores*, honra a una escritora de la que
se cumplen este año dos aniversarios redondos, el centenario de su nacimiento y
el medio siglo de su muerte. Me refiero a Carson Mc. Cullers.
Antes de que me refiera a la autora y a los textos seleccionados, es conveniente que dedique unas palabras a esta edición en sí misma. El primer mérito es que se trata de una traducción de una uruguaya –la Prof. Rosario Peyrou, también autora del prólogo– y, por lo tanto, de una traducción “en uruguayo”, aunque con la delicadeza de no saturar el texto de uruguayismos. No se le puede objetar a la traducción casi nada, apenas unos pocos usos del pretérito perfecto simple –ese al que cuando los veteranos íbamos a la escuela todavía se llamaba pretérito indefinido– donde hubiera sido más exacto emplear el pretérito anterior o el pluscuamperfecto, pero debe apuntarse en defensa de Peyrou que el uso coloquial y culto del español rioplatense va derivando en los últimos años a dar por buena esa sustitución de tiempos verbales (expresión de deseo sobre un tema conexo: esperemos que el modo subjuntivo pueda resistir los embates a los que está siendo sistemáticamente sometido en la región, algunos de los cuales han tenido rango presidencial).
El
segundo mérito es la selección de los textos. Primero porque la nouvelle “La
balada del café triste” es uno de los textos mayores de la autora, a la altura
de novelas como “El corazón es un cazador solitario” o “Frankie y la boda”. En
segundo lugar, porque los cuentos que complementan a la pieza principal –“Un
muchacho atormentado”, “El aliento del cielo”, “Un árbol. Una roca. Una nube”–
están al nivel. Es especialmente interesante la complementación entre la
nouvelle y el último de los cuentos, en lo relativo a uno delos temas centrales
de la narrativa de McCullers: la complejidad del amor y las relaciones
amorosas. Así, en “La balada…”, relato de extraños y crueles amores, puede
leerse: "Ante todo, el amor es una experiencia compartida por dos personas,
pero esto no significa que la experiencia sea la misma para los dos
involucrados. Hay el amante y el amado, pero estos dos proceden de regiones distintas.
A veces el amado es sólo un estímulo para todo el amor que se ha ido acumulando
desde hace tiempo en el corazón del amante. Y de un modo u otro, todo amante lo
sabe. Siente en su alma que en el fondo su amor es algo solitario. Descubre entonces
una nueva y extraña soledad.”. En “Una roca…”, un borracho que abandonado hace
diez años por una mujer, la primera a la que amara de veras, concluye que el
error que cometemos los hombres es empezar en el amor por lo más alto, amando a
una mujer, cuando deberíamos, para ir adquiriendo la ciencia del amor, empezar
por amar cosas sencillas (la roca, la nube y el árbol del título). El personaje
en cuestión logra desarrollar la capacidad de amarlo todo, incluso al prójimo
desconocido –como ese muchachito al que le cuenta el secreto de su “ciencia”–
pero todavía no se siente lo bastante sabio como para volver a intentar amar a
una mujer.
El
tercer mérito es el prólogo, claro, didáctico y rico en informaciones que
sugieren nuevas lecturas: siempre es bueno situar a los autores que brillan con
luz propia dentro de su “galaxia” estética o temática, para el caso, la de los
narradores del sur de Estados Unidos en los primeros dos tercios del siglo
pasado, que no se agota en Faulkner, por muy monumental que sea su obra. Se le
nota a Peyrou el haber sido profesora de literatura –era adscripta en el Liceo
Rodó cuando yo hacía mi práctica para recibirme– y crítica literaria en la
prensa –fue mi editora en el “Cultural” de “El País”–. Creo que es evidente que
en ambas funciones la recuerdo con cariño y alta estima profesional.
Carson
McCullers nació en Columbus, Georgia, en 1917, llamándose Lula Carson Smith. En
su infancia se perfilaba como futura concertista de piano, por su grande y
precoz talento musical. Pero una fiebre reumática dio al traste con esos
proyectos, aunque insistiera luego con sus estudios musicales. La enfermedad
fue una constante de su breve vida, muchos de sus personajes son o están
enfermos y en muchos de sus textos la autora bucea en la afectividad de los que
tiene que vivir enfermos. Que somos casi todos los mortales, aunque juguemos a
no darnos cuenta.
Encontró
su vocación literaria en la segunda mitad de la década del ’30, cuando enviada
a Nueva York para continuar sus estudios de piano hizo cursos de escritura en
la universidad de ese Estado y en la de Columbia. En 1937 contrajo matrimonio
con Reeves McCullers, de quien tomaría el apellido, para asumir el andrógino
nombre literario bajo el que haría su carrera (androginia no sólo literaria,
como verá desde el vamos el lector de este volumen, gracias a la muy bien
elegida foto de la portada). Fue un amor difícil, signado por los desencuentros
y el alcoholismo, un amor de cuyo agobio ella buscó alivio en varias relaciones
lésbicas, y que concluyó en 1953, con el suicidio de Reeves en París (él le
había propuesto a su esposa años antes suicidarse juntos, pero ella se negó).
Esta vida afectiva difícil se refleja en su obra, donde son frecuentes los
amores tortuosos, e incluso torturosos.
Como
el que se relata en “La balada…”, entre una giganta desgarbada, Miss Amelia
Evans, la mujer más rica de un pueblucho de Georgia, y el primo Lymon, un
jorobado que llega una noche a su vida y, contra todo pronóstico, dado el
carácter altivo de Amelia, se queda por años, hasta el regreso de Marvin Macy,
un sujeto apuesto pero de avería con el que Amelia había estoado casada diez
días años antes, y que magnetizará al volver la voluntad…del primo Lymon, pese
a destratarlo por su giba, y tanto que el jorobado decidirá llevárselo a vivir
con Amelia, lo que desembocará en un final que no se debe contar aquí.
Este
texto deslumbra por la poesía con la que McCullers enfoca la ambigüedad humana.
Así, por ejemplo, Miss Amelia es capaz de enredarse en pleitos judiciales para
despojar a alguno de sus vecinos de algún bien de morondanga que no necesita,
pero ejerce sus eficaces dotes de curandera de manera gratuita (o se apiada del
llanto de un jorobado hasta el punto de enamorarse de él). Esta ambigüedad y
mutabilidad del carácter humano se ve también en Marvin, que siendo de avería
desde chiquito, a raíz de una infancia miserable, se dulcifica al enamorarse de
Amelia, para caer de nuevo en la vileza y el delito cuando fracasa el
matrimonio, por razones que la autora, con habilidad, deja en el misterio. Es
también un detalle sutil el que Henry Macy, hermano de Marvin, emerja de la
miseria infantil par a convertirse en el hombre más dulce del pueblo, porque
los seres humanos somos muy misteriosos. En el terreno sociológico, y para
quienes se acerquen con este libro por primera vez a los narradores del Sur de
Estados Unidos, será todo un hallazgo el que este libro se enfoque en la
miseria y la tristeza de los blancos pobres, porque en esa región tan atrasada
de Norteamérica no sufrían ni sufren solamente los negros.
En
suma, que por el original, por la traducción y por el prólogo, acaba de
publicarse en Montevideo un librito que vale mucho la pena leer.
*
LA BALADA DEL CAFÉ TRISTE Y OTROS RELATOS, de Carson McCullers. Ediciones de la
Banda Oriental
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