7/8/17

ENTREPÁGINAS


por Juan de Marsilio



ANARQUISTA Y PAYADOR



Aclaración primera: el libro* es del año pasado y me da un poco de vergüenza  ocuparme de él recién ahora, pero como el año pasado no contaba con este espacio ni el libro había llegado a mis manos, lo reseño ahora, porque este trabajo merece atención.


Aclaración segunda: este breve viaje al pasado es el acto por el cual me concedo permiso para ocuparme a futuro en este espacio también de libros viejos y hasta viejísimos, de esos que sólo se consiguen, en alguna tarde de buena fortuna, en librerías de usado.


Aclaración tercera: escribo en respetuosa discrepancia, no con los méritos del libro y la oportunidad de su publicación, sino con el ideal ácrata que une al payador Carlos Molina (Melo, 1927 – Montevideo, 1998) y al docente y poeta Martín Palacio Gamboa (Montevideo, 1977), compilador, prologuista y anotador de esta antología. Tras haber aclarado, procedo no a oscurecer, sino a entrar en materia.


El libro es bienvenido, porque es muy buena cosa que un país en el que la lírica payadoresca o con influencias de ese arte tradicional es del gusto de un sector no despreciable del público humilde y popular –y no sólo del medio rural o de las ciudades del interior: muchos montevideanos somos hijos o todo lo más nietos  de “pajueranos”, y no hemos cortado del todo nuestros vínculos ancestrales– es buena cosa que un docente erudito y versado aplique a esa materia herramientas y criterios de análisis que permitan justipreciarla, en lugar de archivar esas manifestaciones, con el desprecio de quien se cree culto sin serlo, bajo rótulos d como “arte bastardo” o “subcultura” o “poesía pasada de moda”. Acierta Palacio Gamboa en la introducción al señalar que hacia mitad de la década del ’50 hubo en Uruguay un fuerte rebrote payadoresco que, aunque no fue atendido por la crítica “culta” de las generaciones del ’45 y del ’60, no sólo tuvo alta popularidad sino que fue también de gran influencia en artistas como Ruben Lena, Los Olimareños, Zitarrosa, Daniel Viglietti y otros que, en las raíces de lo que luego se ha llamado “Canto popular” construyeron en pocas décadas una identidad musical del hombre medio uruguayo, cuando unos años antes los que las radios emitía bajo el cartel del “folklore” eran zambas y chacareras del norte argentino. Y que ese movimiento payadoresco no desdeñó la idea de ir desde la poesía oral y cantada a la impresa, buscando no sólo la conservación de lo efímero, sino tendiendo un puente entre una paisanada humilde que, muchas veces sumida en el atraso y la miseria, y el saber y la cultura, con preeminencia de la lengua escrita, por los que ese sector del pueblo ha desarrollado un respeto del los viejos maestros rurales pueden dar testimonio.


Entre esos payadores descolló, por el dominio de su oficio pero también por el modo franco, honesto y contundente con el que empleaba sus versos y sus cantos en defensa del ideal libertario el “bardo del Tacuarí”, el payador Carlos Molina, admirado por sus pares y por su público, aunque no necesariamente compartiesen su ideología y militancia. Porque uno de los mayores encantos de Molina como figura humana fue ese: la coherencia entre el “cantar opinando” y la praxis política y de la vida cotidiana.


El prólogo de Palacio Gamboa es complejo y profundo, por momentos arduo, pero esto debe ser así: bastardeado por humilde el arte Molina y ninguneado por radical, delirante y extremo su credo político, tiene Palacio el deber de demostrar que anarcos también los puede haber eruditos (y de paso, señalar el deber de intentar comprender el arte genuino de las clases humildes que el erudito tiene, si no quiere adoptar un pose tan elitista como estéril). Aunque un lector llano por momentos pedirá agua por señas para luego acordarse de la madre y la abuela del prologuista, valdrá la pena el trabajo, pues saldrá de la introducción con más herramientas para entender el arte de los payadores, la  poesía de Molina, las razones del pensamiento y la praxis ácrata, que aunque para él no sean las más conducentes, señalan, sin embargo, injusticias reales y de larga duración en las sociedades humanas. Y mucho sobre el papel del arte como fuerza liberadora del Hombre y de cada hombre. En este sentido, y citando a Hakim Bey, Palacio Gamboa postula que el acto de creación artística es una “Zona Autónoma Temporal”, en la que el creador se libera de  la alienación y las limitaciones cotidianas, porque en ese momento, como escribió la poeta brasileña Cecília Meireles en “Motivo”, el poeta sólo sabe que canta y que la canción es todo.


En el terreno de la apreciación de esta poesía, Palacio Gamboa echa luz sobre cómo leer en libro esta poesía que, impresa, conserva su origen oral y mantiene tensiones con ese formato. Así, cuando con hondo humanismo, recuerda que el millonario tampoco es libre y escribe: “es esclavo el millonario/ de una esclavitud mayor/ porque le compra los besos,/ la juventud a una doncella/y al par que es tirano de ella/ es esclavo de su amor.”, sabrá leer “la juventú a una doncella”, como si escuchase al payador también. Y entenderá también que cuando Molina escriba, arcaizante, en un lenguaje campero, pero más aun, cuando muestra “burgueses de levita”, no es uno que pasó de moda, sino un artista que cultiva un género que tiene convenciones, pactadas hasta cierto punto con su público, si se lo quiere respetar (Molina, que jamás “alquiló su guitarra” al dinero, supo respetar la estética de su público humilde). Esto importa, porque una atenta lectura de esta introducción hace recordar una verdad a menudo olvidada por los lectores de poesía: todo arte es artificio y todo registro poético es artificial, pues no andamos por ahí pidiéndole en verso las papas al verdulero, y lo único que ocurre es que el lector naturaliza los modos de artificio a los que está acostumbrado y rechaza, por lo menos al principio, los que no suele frecuentar.


En los poemas seleccionados, el lector hallará rebeldía y denuncia, pero si odio y hasta con pena por el burgués opresor, como puede apreciarse en el fragmento citado en el párrafo precedente. También hallará polémica política al interior de la izquierda, defendiendo la visión libertaria contra la marxista que, al no plantear la abolición del Estado y su poder coercitivo, entraña bajo el discurso revolucionario un destino de nueva opresión a corto plazo. Es interesante la distinción que Molina hace entre su sentido de patria, entendido como amor al pueblo, al terruño, las tradiciones y las pasadas luchas por la libertad, y el patrioterismo, que siempre contribuye a la opresión (a Juan Pueblo, a veces, “lo subyuga, los fascina/el sable y las charreteras/los escudos, las banderas/y la fuerza que domina.”) Por eso es que puede leerse en algunos de los poemas una visión de la figura de Artigas con óptica anarquista (tantos lo  han usado para apuntalar su interés que sería hipócrita escandalizarse porque también lo haga un anarco). Cito un ejemplo: “Es el viejo, es el gran viejo./Ni jefe ni general./Raíz del pago oriental(plata bruñida en espejo…”.


Hallará el lector también poesía lírica de la mejor factura, y esta nota se cierra con un ejemplo:


HUELLA DE MAL QUERENCIA

La mozas de mi pago
no me quisieron,
yo era cantor apenas
y guitarrero.

Pude darles claveles,
flores de ceibo,
riquezas de mis coplas
que es lo que tengo.

Ellas tal vez soñaban
un estanciero,
y yo no tengo un rancho
pa’ cairme muerto.

Huella de mal querencia,
duro tormento,
reventando caballos
vivo juyendo.

Corto campo de ausencias
como los vientos,
lastimando sombras
con mis recuerdos.

Yo soy pájaro libre,
distancia y cielo,
los que nacen con alas
miran más lejos.

Alcé poncho y guitarra,
me fui en silencio
al encuentro del alba
que ardía en los cerros.

De tanto andar camino
gastando tiempo,
tengo el alma escarchada
tordillo el pelo.

Triste andar sin querencia
de forastero,
emponchao en las sombras
como un misterio.

Me agencié una chinita,
tal vez la quiero,
me curó las heridas
que otras me abrieron.

Nunca volví a mi pago.
¿Será el despecho
una víbora fría
como el desprecio?
Y aunque extraño a mi tierra
no sé si vuelvo.




*EL BARDO DEL TACUARÍ (ANTOLOGÍA CRÍTICA DE CARLOS MOLINA), de Carlos Molina (selección, introducción y notas de Martín Palacio Gamboa). Impresora Cooperativa ARAGONES, Montevideo, 2016. 124 págs.

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