ENTREPÁGINAS
por Juan
de Marsilio
SOBRE UN
OLIMAREÑO DOLOR SONORO
Cuando Gustavo
Espinosa (Treinta y Tres, 1961) publicó la primera edición de su hasta ahora
único libro de poesía*, allá por 2009, me perdí la ocasión de reseñarlo. Lo leí
recién un par de años después y, enterado de casualidad hace unos días de su
reedición, en noviembre del año pasado, me daré el agridulce gusto de reseñarlo
para esta columna.
Espinosa es un
novelista varias veces premiado y sus cuatro novelas -“China es un frasco de
fetos”, “Carlota podrida”, “Las arañas de Marte”, “Todo termina aquí”-
excelentes y amargas, podrían “hacerle sombra” a su poesía, que es por lo menos
tan grande como su novelística. Que es igual de amarga y desencantada. Que
combina, también, el humor ácido y el manejo preciso del lenguaje, lo erudito y
lo vulgar, la capacidad de sorprender y, allá en el sólido fondo de la cosa,
una profunda piedad por el sentimiento humano.
Desde sus mismos títulos suele apostar Espinosa a propinarle al lector aquel cross a la mandíbula que decía Roberto Arlt. El primer texto en este poemario es ajeno: se trata de la definición del cólico y sus diversas formas, y en especial del cólico miserere, causado por una oclusión intestinal severa, que hace que el paciente vomite sus excrementos. Sí, señor lector: lo primero que le anuncia este poeta es que vomitará para Usted sus más entrañables excrementos, promesa que cumplirá cabalmente, de punta a punta de este poemario. Pero Espinosa sabe, porque es cultísimo aunque no sea católico ni mucho menos, que en latín “miserere” significa apiádate, y es el inicio del Salmo 50 de la “Vulgata” de San Jerónimo, primera traducción de la Biblia completa a ese idioma. No es que el poeta crea que haya quien desde arriba pueda apiadarse, pero su versos, libres en cuanto a rima pero obedientes a los metros clásicos –heptasílabo, endecasílabo, alejandrino, salvo por raras excepciones– destilan a la vez una ácida condena de lo que ven, un vértigo de imágenes y una pena ilevantable, salvo por la belleza que el poeta le extrae. Vaya para ejemplo este fragmento del poema que da título al volumen, en el que se dirige al cadáver de un niño muerto tirado en el basural:
“...dulce finado
azul,
golosina cianótica,
o níspero apagado y
asignado,
antes que al
cementerio
bayo y pentagonal
de Treinta y Tres,
al basurero enorme
que parece
la Civilización
Occidental
(su metonimia exacta
o instantánea,
mirada en la
pantalla de un plato volador).
Allí fuiste
entregado,
apenas más desnudo
que nosotros,
al odio radical de
la materia.”
O este otro, que
protesta, negándolo, el estrago del tiempo en las mujeres:
“En eso se transforma
la escolar con olor
a tangerinas,
la mutanta de tetas
más metálicas,
la afelpada
murciélaga
con su boquilla y
sus pestañas negras,
la mujer sin
misterio
que reluce desnuda
como una gran
manzana
red delicia
gigante,
la gorda como dos
luchadores de sumo
entrelazados,
la otra, tan flaca
como Charlotte Rampling,
el blanco lilio y
colorada rosa.
En resumen: postulan
algunos darwinianos
entre los que se
cuentan, como vimos,
Góngora y Garcilaso,
que la mujer resulta
ser un antepasado de
la vieja.
Esto es una patraña.”
(de “Informe sobre
viejas”)
Uno de los encantos
de esta poesía es la capacidad del autor para poner junto lo que el lector
jamás hubiera imaginado junto, como puede notarse en las citas precedentes (no
añadiré más citas, porque quiero impulsarlo a leer este libro, no ahorrarle su
lectura).
Quien hubiera leído
alguna o todas las novelas de Espinosa, pero no este poemario, hallará sus
argumentos y personajes, pero tratados en clave lírica. Quien lea primero estos
versos –sí, le estoy sugiriendo enfáticamente que no suelte a este autor– podrá
cotejarlos in mente con el desarrollo narrativo y en prosa de los mismos
asuntos. Nota para críticos, investigadores y periodistas culturales: leer
“Cólico miserere” antes de hacer la reseña de la próxima novela de Gustavo
Espinosa (y la novela también, claro, que yo no creo en críticos que reseñan
libros que no leen, pero que los hay, los hay).
La de Espinosa es
una poesía difícil y rica, y podríase vincularla al neobarroco rioplatense –el
mismo de Perlongher en la otra orilla y Roberto Echavarren en la nuestra– pero
con la ventaja de que Espinosa aúna la erudición, la complejidad musical y la
imaginería desbordada de Góngora con la agudeza y profundidad conceptual que
Quevedo. Este libro es banquete a la vez para los lectores de poesía compuesta
sobre cánones clásicos y también para los modernos y posmodernos
(posmodernistas baratos, abstenerse, que saldrán de lo más vapuleados, y no
digan que no les avisé).
Como postre a esta notita, vaya un pequeño homenaje a este poeta de Treinta y Tres, que es bastante más poeta que el que yo traigo puesto.
Como postre a esta notita, vaya un pequeño homenaje a este poeta de Treinta y Tres, que es bastante más poeta que el que yo traigo puesto.
“Cólico miserere” (mi segunda lectura)
Aunque Usted no lo crea, don Gustavo Espinosa,
está su libro lleno
del Espíritu Santo.
Quiero decir,
transido de colérico espanto
ante la realidad,
malvada y asquerosa.
No hay fe bien entendida sin previo desencanto
de la puesta en
escena de este mundo, tramposa
(lo principal la
espina, de señuelo la rosa).
Sus poemas fecales
son en el fondo un llanto
venido de muy hondo.
Todo es ruin y deforme.
Para los buenos
tipos, minga de buena suerte.
Y la radio
pidiéndole que acepte y se conforme
(es decir, mi
querido, que tenés que joderte).
Milagroso consuelo
que haya un poeta enorme
allá en su olimareña
ciudad de mala muerte.
* CÓLICO MISERERE,
de Gustavo Espinosa. H Editores, Montevideo, 2016 (segunda edición). 64 págs.
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