EL MAL Y LA REDENCIÓN: LOS DEMONIOS DE
DOSTOYEVSKI
por Sergio Fernández Riquelme
(Democultura-Literatura / 3-7-2017)
El ser humano conoce el mal, sabe usarlo, en muchas ocasiones lo
justifica como necesario o inevitable, e incluso lo llega a equipraar con el
bien. Pero sabe también que, tarde o temprano, todo mal conlleva una pena,
propia o ajena, por la vía del castigo social o por la dolorosa redención
personal, muriendo para renacer.
Fiódor Mijáilovich Dostoyevski [1821-1881]
comprendió esta realidad en su propia vida y en la de los personajes que
construyó para identificar los Demonios de su época; desde ese estudio tan
profundo y tan citado del alma humana, y en concreto de una pretendida como
singular “alma rusa” (por geografía, por historia, por cultura) que su
coetáneo Lev Tolstoi intentó cambiar desde el ejemplo (y al
que la posterior Unión soviética ensalzó como promotor, mientras censuraba al
“reaccionario” Dostoyevski).
Los primeros Demonios los encontró ya en su propio hogar. Tras la
repentina muerte de su cariñosa madre, su progenitor cayó en un alcoholismo
violento y autodestructivo que obligó a Dostoyevski a marchar con su hermano a
un pensionado para estudiar en la Escuela de Ingenieros militares de San
Petersburgo. Aunque en 1843 terminó sus estudios y se incorporó como
subteniente a la Dirección general, su refugio era la lectura (de William
Shakespeare a Víctor Hugo), especialmente tras el trágico asesinato de su
padre, del Demonio al que durante su juventud siempre deseó la muerte, que
llegó con la venganza de sus sirvientes en la finca familiar.
Volcado en la escritura, comenzó traduciendo la obra de Honoré de Balzac
(Eugenia Grandet) y redactando dos obras teatrales románticas (María Estuardo y Borís Godunov), siguiendo el
estilo de Schiller, a la que siguieron obras que lo llevarían a la cúspide de
la literatura (y en las cuales casi siempre aparecía un personaje con
epilepsia, enfermedad que le acompañó toda su vida). En 1845 pidió la
excedencia en el Ejército para dedicarse a la literatura, escribiendo la novela
epistolar Pobres gentes (éxito de crítica, y reconocida por el
prestigioso crítico literario Belinski); a los veinticuatro años se convertía
en afamado literato, pero sus siguientes trabajos (El doble, 1846; Noches blancas, 1848; y Niétochka Nezvánova, 1849) no
tuvieron el éxito esperado (posiblemente al narrar los sufrimientos y
humillaciones de los desheredados rusos), cayendo en la depresión y
agudizándose sus ataques epilépticos.
Y se hizo compañero de los Demonios que buscaban acabar con el régimen
zarista. Tras entrar en contacto con los intelectuales nihilistas y el
movimiento anarquista del Círculo
Petrashevski, fue arrestado el 23 de abril de 1849 acusado de colaborar en la conspiración
decembrista. Condenado a muerte, junto antes de su fusilamiento vio su pena
conmutada, siendo condenado a trabajos forzados en la siberiana ciudad de Omsk;
estancia que fue un infierno para Dostoyevski, entre el tremendo frío, el
hambre continuo y la suciedad absoluta. Liberado en 1854, fue reincorporado al
ejército en Kazajistán durante cinco años (donde se casó en secreto con María
Dmítrievna Isáyeva), y gracias a la amnistía de Alejandro II regresó a la vida
civil.
El giro contrarrevolucionario
Estos duros años transformaron a Dostoyevski en profundo cristiano y
nuevo contrarrevolucionario, como dejó bien patente en las obras de este
periodo, Los endemoniados y Diario de un escritor. Rusia debía
oponerse a las ideas socialistas, que había conocido de primera mano, germen
del mal en el hombre y ajenas al alma del pueblo ruso; por ello conectó con el
paneslavista Nikolái Danilevski y la superioridad espiritual del mundo ruso,
con el influyente estadista conservador Konstantín Pobedonóstsev, y con los
principios del “retorno a la tierra” del Póchvennichestvo, movimiento
literario y político que defendía las tradiciones rusas frente a la imposición
de los ideales europeos como universales, destacando Nikolái Strájov y Apollón
Grigóriev). Convertido en tradicionalista defensor de la justicia social frente
al egoísmo humano, apoyó la abolición de la servidumbre y la lucha contra la
desigualdad económica, siempre en defensa del orden tradicional reformando ante
la revolución de liberales y socialistas que querían imponer una libertad falsa
y violenta a los rusos:
“al considerar la libertad como el aumento de las necesidades y su
pronta saturación, se altera su sentido, pues la consecuencia de ello es un
aluvión de deseos insensatos, de ilusiones y costumbres absurdas (…) y el rico
más depravado acabará por avergonzarse de su riqueza ante el pobre“.
Ahora llegaba la hora de la Redención. Residiendo en Tver, volvió a
escribir siguiendo la senda de Hegel (y sus Lecciones sobre la historia
de la filosofía), con sus poco reconocidos textos El sueño del tío y Stepánchikovo y sus habitantes. En
1861 salió publicado el primer número de la revista Vremya (“Tiempo“),
fundada con su hermano Mijaíl, donde aparecía su novela Humillados y ofendidos; y al año
siguiente en la revista Russky Mir (“El Mundo Ruso“)
publicó por capítulos su obra Recuerdos de la casa de los muertos.
Tras un largo periplo por Europa (de Londres a Viena), en 1864 sacó
adelante, nuevamente con su hermano, la revista Epoja (“Época“),
donde vio la luz su texto casi biográfico Memorias del subsuelo, que iniciaba de la siguiente manera:
“Soy un hombre enfermo, soy un hombre rabioso. No soy nada atractivo.
Creo que estoy enfermo del hígado. Sin embargo no sé nada de mi enfermedad y
tampoco puedo precisar qué es lo que me duele…”.
Pero la muerte de su mujer y una abultada deuda le hundieron en una
profunda depresión. El Demonio personal volvía, huyendo al extranjero de sus
hijos y de las amenazas, pero perdió el dinero que le quedaba en los casinos y
fue rechazado por una mujer que le cautivó: Polina Súslova.
Crimen y castigo
Conoció a los Demonios, el personal y el colectivo, y buscó la redención
de ambos. A su regreso a San Petersburgo en 1866, comenzó a publicar Crimen
y Castigo (Преступле́ние и наказа́ние) en doce entregas del “Mensajero
ruso” con un gran éxito de ventas. Novela inmortal sobre Rusia y sobre el
mundo, sobre un hombre y sobre todos los hombres; y que se iniciaba con su
famoso “ensayo”, reflexión tan profunda como autodestructiva puesta en boca del
protagonista Rodión Raskólnikov (toda la novela se cuenta desde su
perspectiva), estudiante antisocial que, ante sus continuas deudas, recurre a
una anciana prestamista y que sufre como su hermana Dunia contrae matrimonio
con un rico abogado para poder ayudarle.
“Por otra parte, se había apoderado de aquel hombre un desprecio tan
feroz hacia todo, que, a pesar de su altivez natural un tanto ingenua,
exhibía sus harapos sin rubor alguno. Otra cosa habría sido si se hubiese
encontrado con alguna persona conocida o algún viejo camarada, cosa que
procuraba evitar“.
Afectado por delirios de grandeza (una especie de Napoleón suburbano),
Rodión comienza a pensar en matar y robar a la usurera, una idea que le
atormenta durante días, transitando de un personaje racional y altivo a uno
irracional y destruido, y legitimando su futura acción. Finalmente asesina a la
anciana, no solo por el dinero sino especialmente por la justificación de que
ella era un ser humano inútil para la sociedad (y también a la hermana de la
anciana, que le descubre).
“–Tenemos fuerzas frescas, jóvenes, que se pierden, faltas de sostén,
por todas partes, a miles. Cien, mil obras útiles se podrían mantener y mejorar
con el dinero que esa vieja destina a un monasterio. Centenares, tal vez
millares de vidas, se podrían encauzar por el buen camino; multitud de familias
se podrían salvar de la miseria, del vicio, de la corrupción, de la muerte, de
los hospitales para enfermedades venéreas…, todo con el dinero de esa mujer. Si
uno la matase y se apoderara de su dinero para destinarlo al bien de la
humanidad, ¿no crees que el crimen, el pequeño crimen, quedaría ampliamente
compensado por los millares de buenas acciones del criminal? A cambio de una
sola vida, miles de seres salvados de la corrupción. Por una sola muerte, cien
vidas. Es una cuestión puramente aritmética. Además, ¿qué puede pesar en la
balanza social la vida de una anciana esmirriada, estúpida y cruel? No más que
la vida de un piojo o de una cucaracha. Y yo diría que menos, pues esa vieja es
un ser nocivo, lleno de maldad, que mina la vida de otros seres. Hace poco le
mordió un dedo a Lisbeth y casi se lo arranca.
–Sin duda –admitió el oficial– no merece vivir. Pero la Naturaleza tiene
sus derechos. ¡Alto! A la Naturaleza se la corrige, se la dirige. De lo
contrario, los prejuicios nos aplastarían. No tendríamos ni siquiera un solo
gran hombre. Se habla del deber, de la conciencia, y no tengo nada que decir en
contra, pero me pregunto qué concepto tenemos de ellos“.
En un apasionante y trágico razonamiento intelectual y espiritual,
Raskólnikov representa, cruelmente, a la sociedad de su tiempo, a una comunidad
que se siente superior en lo moral y existencial a quién se opone a sus planes
de endiosamiento (su nombre ruso contiene la palabra “escisión”, ligada a los
“viejos creyentes” perseguidos por los Románov). Un debate entre el sueño y la
realidad, que le lleva a enfrentarse dialécticamente con su antagonista, el
personaje de Arcadio Ivánovich Svidrigáilov, el pervertido y cruel abogado que
intenta redimirse de sus enormes fechorías amando a Dunia, la hermana de
Rodión, pero que solo lo logra apartándose del mundo, suicidándose al final de
la novela.
Pero todo crimen tenía un castigo; y el de Rodión será esa culpa tan
humana que es incapaz de borrar, de olvidar, de suprimir, y que le llevará a la
confusión, a la fiebre, a vagabundear. Creía que su pretendida superioridad
intelectual o moral le ayudaría a justificar y soportar su crimen, pero el
castigo del alma finalmente le vencería. Tras un durísimo interrogatorio del Juez
de instrucción, intenta redimirse ayudando a la familia de Marmeladov, conocido
y antiguo funcionario, reflejo de la sociedad decrépita, que acaba muriendo
borracho en calles atropellado por un caballo; y confiesa sus crímenes a la
joven y vergonzosa Sonia (hija de Marmeladov) que se prostituía para ayudar su
maltrecha familia, soportando las injusticias sociales con un valor infinito.
“¿Compadecerme? ¿Por qué me han de compadecer? bramó de pronto
Marmeladov, levantándose, abriendo los brazos con un gesto de exaltación,
como si sólo esperase este momento. ¿Por qué me han de compadecer?, me
preguntas. Tienes razón: no merezco que nadie me compadezca; lo que merezco es
que me crucifiquen. ¡Sí, la cruz, no la compasión…! ¡Crucifícame, juez! ¡Hazlo
y, al crucificarme, ten piedad del crucificado! Yo mismo me encaminaré al
suplicio, pues tengo sed de dolor y de lágrimas, no de alegría. ¿Crees
acaso, comerciante, que la media botella me ha proporcionado algún
placer? Sólo dolor, dolor y lágrimas he buscado en el fondo de este frasco… Sí,
dolor y lágrimas… Y los he encontrado, y los he saboreado. Pero nosotros no
podemos recibir la piedad sino de Aquel que ha sido piadoso con todos los
hombres; de Aquel que todo lo comprende, del único, de nuestro único Juez. Él
vendrá el día del Juicio y preguntará: «¿Dónde está esa joven que se ha
sacrificado por una madrastra tísica y cruel y por unos niños que no son sus
hermanos? ¿Dónde está esa joven que ha tenido piedad de su padre y no ha vuelto
la cara con horror ante ese bebedor despreciable?» Y dirá a Sonia: «Ven. Yo te
perdoné…, te perdoné…, y ahora te redimo de todos tus pecados, porque tú has
amado mucho.» Sí, Él perdonará a mi Sonia, Él la perdonará, yo sé que Él la
perdonará. Lo he sentido en mi corazón hace unas horas, cuando estaba en su
casa… Todos seremos juzgados por Él, los buenos y los malos. Y nosotros oiremos
también su verbo. Él nos dirá: «Acercaos, acercaos también vosotros, los
bebedores; acercaos, débiles y desvergonzadas criaturas.» Y todos avanzaremos
sin temor y nos detendremos ante Él. Y Él dirá: «¡Sois unos cerdos, lleváis el
sello de la bestia y como bestias sois, pero venid conmigo también!» Entonces,
los inteligentes y los austeros se volverán hacia Él y exclamarán: «Señor, ¿por
qué recibes a éstos?» Y Él responderá: «Los recibo, ¡oh sabios!, los recibo,
¡oh personas sensatas!, porque ninguno de ellos se ha considerado jamás digno
de este favor.» Y Él nos tenderá sus divinos brazos y nosotros nos arrojaremos
en ellos, deshechos en lágrimas…, y lo comprenderemos todo, entonces lo
comprenderemos todo…, y entonces todos comprenderán… También comprenderá
Catalina Ivanovna… ¡Señor, venga a nosotros el reino!”.
Tras diversos avatares, Raskólnikov preso de los remordimientos y la
ansiedad, comprende finalmente que nunca ha sido un hombre superior sino otro
más de los hombres miserables a los que tanto odiaba. Finalmente se entrega a
la policía y es encarcelado en Siberia, donde Sonia le acompaña casi en
procesión, dándose cuenta del amor que siente por ella y de sus deseos de
casarse para siempre. El tiempo que le faltaba para estar juntos, para comenzar
de nuevo será su verdadera condena, tras encontrar la verdad. Ambos comienzan
su redención, la redención de una sociedad.
“En su cabecera había un Evangelio. Lo cogió maquinalmente. El libro
pertenecía a Sonia. Era el mismo en que ella le había leído una vez la
resurrección de Lázaro. Al principio de su cautiverio, Raskolnikov esperó que
Sonia le perseguiría con sus ideas religiosas. Se imaginó que le hablaría del
Evangelio y le ofrecería libros piadosos sin cesar. Pero, con gran sorpresa
suya, no había ocurrido nada de esto: ni una sola vez le había propuesto la
lectura del Libro Sagrado. Él mismo se lo había pedido algún tiempo antes de su
enfermedad, y ella se lo había traído sin hacer ningún comentario. Aun no lo
había abierto. Tampoco ahora lo abrió. Pero un pensamiento pasó veloz por su
mente. «¿Acaso su fe, o por lo menos sus sentimientos y sus tendencias, pueden
ser ahora distintos de los míos?» Sonia se sintió también profundamente agitada
aquel día y por la noche cayó enferma. Se sentía tan feliz y había recibido
esta dicha de un modo tan inesperado, que experimentaba incluso cierto terror.
¡Siete años! ¡Sólo siete años! En la embriaguez de los primeros momentos, poco
faltó para que los dos considerasen aquellos siete años como siete días.
Raskolnikov ignoraba que no podría obtener esta nueva vida sin dar nada por su
parte, sino que tendría que adquirirla al precio de largos y heroicos
esfuerzos… Pero aquí empieza otra historia, la de la lenta renovación de un
hombre, la de su regeneración progresiva, su paso gradual de un mundo a otro y
su conocimiento escalonado de una realidad totalmente ignorada. En todo esto
habría materia para una nueva narración, pero la nuestra ha terminado“.
Redimirse era posible, para un asesino y para una sociedad. Ante las
crecientes deudas por juego escribió, por encargo del editor Stellovski, El Jugador. Pequeña pero impresionante
obra, a modo de cuento sobre los vicios que atenazan a toda persona, realizada
en veintiséis días gracias a la joven taquígrafa Anna Snítkina, con la que se
casaría el 15 de febrero de 1867 cuando residía en Ginebra. La muerte de su
hija recién nacida en 1868 volvió a desestabilizar a Dostoyevski que, de nuevo
acosado por los impagos, escribió por encargo El Idiota. Tras tocar fondo en lo personal, progresivamente su
situación personal mejoró, con su segunda hija, con publicaciones estables en El
Mensajero Ruso, regresando a Rusia (asentándose en Stáraya Rusa) y
publicando importantes obras: El eterno marido (1870)
o Los endemoniados (1872).
Pero comprobaba a su alrededor que los Demonios no desaparecían. En esta
última obra retrataba a los protagonistas endemoniados deseosos de destruir su
país y a aquellos capaces de ser redimidos, por las buenas o por las malas. De
un lado dos jóvenes ilustrados que regresaban a su ciudad natal. Piotr
Verhovenski, el radical revolucionario y violento; alter ego del
terrorista nihilista Serguei Necháyev, líder de un proyecto revolucionario
radical, y del futuro ideólogo anarquista Mijail Bakunin (al que conoció
personalmente). Y Nikolái Stavrogin, de buena familia y grandes posibilidades,
carismático e inteligente pero sumido en la autodestrucción personal y social.
De otro lado dos personajes en plena encrucijada. Iván Shatov, hijo de
siervo y fiel a la identidad eslava y ortodoxa de Rusia, y asesinado por no
sumarse a la alternativa transformadora; la sombra compleja de un Dostoyevski
finalmente adepto a la causa eslavófila (tras su primera participación en el
Círculo Petrachevsky); y Stepan Verkhovensky, padre de Piotr, un intelectual
pro-occidental que inspiraba indirectamente a esa generación nihilista, y que
ante el caos generado por la misma, en su lecho de muerte, reniega de su pasado
y abraza a la “madre Rusia” (el autor parece que hacía referencia a Timofey
Granovsky).
Los hermanos Karamázov
Apesadumbrado por la muerte de su amigo poeta Nikolai Nekrásov, tardó
dos años en sacar a la luz el texto que consideraría como su obra magna, Los hermanos Karamázov (Братья
Карамазовы), influida decisivamente por la reunión de Dostoyevski y su
mujer con el sacerdote de la ermita de Óptina, y que atrajo la atención de
lectores y críticos de toda Rusia (aunque no publicó la segunda parte que había
previsto inicialmente). Y en ella narró (en plena conmoción del autor por la
muerte de Aliosha, su tercer hijo, por la epilepsia que había heredado de él)
la tragedia de una familia ante el parricidio (la muerte del libertino
padre Iván, supuestamente a manos de su hedonista hijo Dimitri) que
reflejaba todos los Demonios sociales que afectaban al hombre, como campo de
batalla en el que luchan Dios y el Diablo, el bien y el mal.
Convertido en maestro literario, Dostoyevki pronunció su legendario
discurso sobre “El destino de
Rusia en el mundo” en 1880, durante la inauguración del monumento a
Aleksandr Pushkin en Moscú. Proclamaba que solo había un camino para la
redención colectiva: volver a las raíces y tradiciones de un pueblo soberano, y
así señalaba que “lo que necesita Rusia es más Rusia, no más Occidente”.
Así culminaba su estudio psicológico del alma humana, siempre libre y
siempre condenada, presa de las injusticias y de la solidaridad, del amor y del
egoísmo, de la riqueza y del vicio, de la pobreza y de la humillación, de la
decisión y la culpa, y ante todo, de la purificación de la misma mediante el
sufrimiento y la redención. Un “universo dostoyevskiano” donde se veía la luz
en las tinieblas, y que era a la vez su propio universo y el universo que le
rodeaba; pero que anunció, proféticamente, una brutal Revolución en 1917 donde
esos Demonios triunfarían como gran castigo colectivo, aunque la llamada de la
redención colectiva nunca desaparecería.
Dostoyevski falleció el 9 de febrero de 1881 de una hemorragia pulmonar,
y fue enterrado en el cementerio del Monasterio Aleksander Nevski de San
Petersburgo, tras un funeral multitudinario con la presencia de cientos de
políticos, intelectuales y jóvenes. Su lápida recogía el versículo bíblico que
era el epígrafe de Los hermanos Karamázov, y que sintetizaba el
“alma” de Dostoyevski: morir para renacer de nuevo.
“En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo que cae en la
tierra no muere, queda solo; pero si muere produce mucho fruto.” (San Juan,
12:24).
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