LA
CARRETA
Prólogo
de Wilfredo Penco
Montevideo
2004
QUINCUAGESIMOPRIMERA ENTREGA
XIII
(2)
Esa noche, en la rueda
del fogón, Jerónimo, mirando hacia la carreta distante, dijo fastidiado:
-¡Qué se habrá creído,
Mata! ¿Qué vamos a denunciarle la carga?
-Andará medio celoso
-opinó Eduardo, apretando la bombilla entre los dientes.
-Lleva una mujer
-afirmó el muchacho con rabia.
La reacción en el ánimo
de Jerónimo se hizo violenta:
-¡No pensás más que en
pamplinas! -volvió sobre él, como reprimiéndolo-. Hay que dejar esas cosas a un
lado cuando se va a pelear… ¡He dicho que lleva pólvora, y basta!...
Las palabras del
guerrillero parecían avivar la llama. Pero él no quería pensar en mujeres.
-Aunque no me gusta esa
desconfianza -dijo sin mucha convicción.
El petiso Manolo no
pensaba en supuestas cargas de explosivos, ni le interesaba otra cosa que la
vecindad de una mujer.
-Queda mal cortarse
así… -dijo-. Me parece feo…
-Por eso se corta,
pues, pa que no se las descubran -se animó a insistir Carlitos-. Ese viejo
zorro no ha perdido las mañas…
Para el guerrillero,
era más afrentoso que le ocultasen la carga de pólvora. Le molestaba cualquier
otra sospecha. No eran momentos para andar con mujeres por el campo. Tenían
orden de viajar, a corta distancia y sin perderse de vista. Podían ser
atacados.
-¡Si ese desvergonzado
no sabe más qure acariciar mujeres! -dijo Carlitos escupiendo con asco.
-Usted se calla, mi
amigo, cuando opina la gente grande -dijo en voz baja Jerónimo.
-Eso de callarme…
estamos por verlo. Yo digo lo que me parece. Y allí hay una mujer. Sí, señor,
una mujer, y yo sé quién y no me callo… Y si me da la gana…
Hizo un ademán de
levantarse con toda la violencia de sus veinte años, dirigiendo su mano al arma
que le calentaba los riñones.
Manolo le agarró la
vaina. La hoja del cuchillo corrió un tanto.
-¡Había sido resuelto
el mozo!... -dijo Jerónimo levantándose-. Así me gusta, pero no es para tanto.
Si dice que lleva una mujer, esté sabrá…
Y se alejó hasta su
carreta, poniendo fin al altercado.
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