18/8/17

LOS CANTOS DE MALDOROR

CIENTOVIGESIMOCUARTA ENTREGA

(Barral Editores / Barcelona 1970)



CANTO QUINTO



4 (3)




Cuando pases junto a la guarida del tigre, se apresurará huir, para no contemplar, como en un espejo, su personalidad en exhibición sobre el zócalo de la perversidad ideal. Pero cuando la imperiosa fatiga te ordene detener la marcha frente a las losas de mi palacio recubiertas de escaramujos y cardos, ten cuidado con tus sandalias en jirones, y franquea de puntillas la elegancia de los vestíbulos. No es una recomendación inútil. Podrías despertar a mi joven esposa y a mi hijo de corta edad, acostado en las cuevas de plomo que circundan los cimientos del antiguo castillo. Si no tomaras tus precauciones por anticipado, podrían hacerte palidecer con sus aullidos subterráneos. Cuando tu impenetrable voluntad les quitó la existencia, no ignoraban que tu poderío es temible, y no tenían dudas a este respecto; pero de ningún modo esperaban (y sus supremos adioses me confirmaron su creencia) que tu Providencia se mostraría despiadada hasta ese punto. Sea lo que fuere, cruza rápidamente esas salas abandonadas y silenciosas con artesonados de esmeralda, pero con armarios vetustos, donde descansan las gloriosas estatuas de mis antepasados. Esos cuerpos de mármol están irritados contigo; evita sus miradas vidriosas. Es un consejo que proviene de la lengua de su único y postrer descendiente. Observa cómo su brazo está levantado en actitud de provocativa defensa, la cabeza desafiante echada hacia atrás. Seguramente ellos han adivinado el mal que me has hecho y, si pasas al alcance de los pedestales helados que sostienen esos bloques esculpidos, la venganza te espera. Si en tu defensa tienes algo que alegar, habla. Ahora ya es demasiado tarde para llantos. Habría que haber llorado en momentos más adecuados, cuando la ocasión era propicia. Si al fin has abierto los ojos, juzga tú mismo cuáles han sido las consecuencias de tu conducta. ¡Adiós! Me voy a respirar la brisa de los acantilados, pues mis pulmones casi sin aire piden a gritos un espectáculo más tranquilo y más virtuoso que el tuyo.

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