LOS
CANTOS DE MALDOROR
CIENTOVIGESIMOCUARTA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO QUINTO
4 (3)
Cuando pases junto a la
guarida del tigre, se apresurará huir, para no contemplar, como en un espejo,
su personalidad en exhibición sobre el zócalo de la perversidad ideal. Pero
cuando la imperiosa fatiga te ordene detener la marcha frente a las losas de mi
palacio recubiertas de escaramujos y cardos, ten cuidado con tus sandalias en
jirones, y franquea de puntillas la elegancia de los vestíbulos. No es una
recomendación inútil. Podrías despertar a mi joven esposa y a mi hijo de corta
edad, acostado en las cuevas de plomo que circundan los cimientos del antiguo
castillo. Si no tomaras tus precauciones por anticipado, podrían hacerte
palidecer con sus aullidos subterráneos. Cuando tu impenetrable voluntad les
quitó la existencia, no ignoraban que tu poderío es temible, y no tenían dudas
a este respecto; pero de ningún modo esperaban (y sus supremos adioses me
confirmaron su creencia) que tu Providencia se mostraría despiadada hasta ese
punto. Sea lo que fuere, cruza rápidamente esas salas abandonadas y silenciosas
con artesonados de esmeralda, pero con armarios vetustos, donde descansan las
gloriosas estatuas de mis antepasados. Esos cuerpos de mármol están irritados
contigo; evita sus miradas vidriosas. Es un consejo que proviene de la lengua
de su único y postrer descendiente. Observa cómo su brazo está levantado en
actitud de provocativa defensa, la cabeza desafiante echada hacia atrás.
Seguramente ellos han adivinado el mal que me has hecho y, si pasas al alcance
de los pedestales helados que sostienen esos bloques esculpidos, la venganza te
espera. Si en tu defensa tienes algo que alegar, habla. Ahora ya es demasiado
tarde para llantos. Habría que haber llorado en momentos más adecuados, cuando
la ocasión era propicia. Si al fin has abierto los ojos, juzga tú mismo cuáles
han sido las consecuencias de tu conducta. ¡Adiós! Me voy a respirar la brisa
de los acantilados, pues mis pulmones casi sin aire piden a gritos un
espectáculo más tranquilo y más virtuoso que el tuyo.
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