LOS
CANTOS DE MALDOROR
CIENTOVIGESIMOTERCERA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO QUINTO
4 (2)
-¿Y quién eres tú
misma, sustancia audaz? ¡No!... ¡no!... yo no me equivoco; y a pesar de las
múltiples metamorfosis a las que recurres, siempre brillará ante mi vista tu
cabeza de serpiente, como un faro de injusticia eterna y de cruel dominación.
Ha querido tomar las riendas del mando, pero no sabe reinar. Ha querido
convertirse en objeto de horror para todos los seres de la creación, y lo ha
logrado. Ha querido probar que era el único monarca del universo, y en esto se
ha engañado. ¡Oh, miserable! ¿has esperado hasta este momento para oír los
murmullos y las confabulaciones que, elevándose simultáneamente de la
superficie de las esferas vienen a rozar con ala feroz los rebordes papilares
de tu destructible tímpano? No está lejos el día en que mi brazo te derribe en
el polvo envenenado por tu respiración, y, arrancando de tus entrañas una vida
nociva, abandone tu cadáver en el camino acribillado de contorsiones, para
enseñar al viajero consternado que esa carne palpitante, que llena su visita de
asombro y encierra en su palacio a su muda lengua, sólo debe ser comparada, si
se tiene en cuenta su sangre fría, al tronco podrido de una encina que se
desplomó de vetustez. ¿Qué idea de piedad me retiene en tu ausencia? Te digo
que es mejor que tú mismo retrocedas ante mí, y vayas a lavar tu
inconmensurable vergüenza en la sangre de un niño que acaba de nacer: ahí
tienes tus hábitos. Hábitos dignos de ti. Ve… marcha siempre hacia adelante. Te
condeno a un destino errabundo. Te condeno a estar solo y sin familia. Anda
siempre para que tus piernas te rehúsen su sostén. Atraviesa las arenas del
desierto hasta que el fin del mundo sumerja las estrellas en la nada.
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