11/8/17

LOS CANTOS DE MALDOROR

CIENTOVIGESIMOTERCERA ENTREGA

(Barral Editores / Barcelona 1970)



CANTO QUINTO



4 (2)




-¿Y quién eres tú misma, sustancia audaz? ¡No!... ¡no!... yo no me equivoco; y a pesar de las múltiples metamorfosis a las que recurres, siempre brillará ante mi vista tu cabeza de serpiente, como un faro de injusticia eterna y de cruel dominación. Ha querido tomar las riendas del mando, pero no sabe reinar. Ha querido convertirse en objeto de horror para todos los seres de la creación, y lo ha logrado. Ha querido probar que era el único monarca del universo, y en esto se ha engañado. ¡Oh, miserable! ¿has esperado hasta este momento para oír los murmullos y las confabulaciones que, elevándose simultáneamente de la superficie de las esferas vienen a rozar con ala feroz los rebordes papilares de tu destructible tímpano? No está lejos el día en que mi brazo te derribe en el polvo envenenado por tu respiración, y, arrancando de tus entrañas una vida nociva, abandone tu cadáver en el camino acribillado de contorsiones, para enseñar al viajero consternado que esa carne palpitante, que llena su visita de asombro y encierra en su palacio a su muda lengua, sólo debe ser comparada, si se tiene en cuenta su sangre fría, al tronco podrido de una encina que se desplomó de vetustez. ¿Qué idea de piedad me retiene en tu ausencia? Te digo que es mejor que tú mismo retrocedas ante mí, y vayas a lavar tu inconmensurable vergüenza en la sangre de un niño que acaba de nacer: ahí tienes tus hábitos. Hábitos dignos de ti. Ve… marcha siempre hacia adelante. Te condeno a un destino errabundo. Te condeno a estar solo y sin familia. Anda siempre para que tus piernas te rehúsen su sostén. Atraviesa las arenas del desierto hasta que el fin del mundo sumerja las estrellas en la nada.

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