ANTONIN
ARTAUD
EL
TEATRO Y SU DOBLE
Traducción de Enrique Alonso y Francisco Abelenda
SÉPTIMA ENTREGA
1
EL
TEATRO Y LA PESTE (3)
La peste de 1720 en
Marsella nos ha proporcionado las únicas descripciones del flagelo llamadas
clínicas.
Pero cabe preguntarse
si la peste descrita por los médicos de Marsella era realmente la misma de 1347
en Florencia, que inspiró el Decamerón.
La historia, los libros sagrados, y entre ellos la Biblia, y algunos antiguos
tratados médicos, describen exteriormente toda clase de pestes, prestando
aparentemente menos atención a los síntomas mórbidos que a los efectos
desmoralizadores y prodigiosos que causaron en el ánimo de las víctimas. Probablemente
tenían razón. Pues la medicina tropezaría con grandes dificultades para
establecer una diferencia de fondo entre el virus de que murió Pericles frente
a Siracusa (suponiendo que la palabra virus seas algo más que una mera
conveniencia verbal) y el que manifiesta su presencia en la peste descrita por
Hipócrates, y que según tratados médicos recientes es una especie de falsa
peste. De acuerdo con estos mismos tratados sólo sería auténtica la peste de
Egipto, nacida en los cementerios que el Nilo descubre al volver a su cauce. La
Biblia y Heródoto coinciden en señalar la aparición fulgurante de una peste que
diezmó en una noche a los ciento ochenta mil hombres del ejército asirio,
salvando así al imperio egipcio. Si el hecho es cierto, el flagelo sería
entonces el instrumento directo o la materialización de una fuerza inteligente,
íntimamente unida a lo que llamamos fatalidad.
Y esto con o sin el ejército
de ratas que asaltó aquella noche a las tropas asirias, y cuyos arneses royó en
pocas horas. Puede comprarse este hecho con la epidemia que estalló en el año
660 antes de J.C. en la ciudad sagrada de Mekao, en el Japón, en ocasión de un
simple cambio de gobierno.
La peste en 1502 en
Provenza, que proporcionó a Nostradamus la oportunidad de emplear por vez
primera sus poderes curativos, coincidió también en el orden político con esos
profundos trastornos (caída o muerte de reyes, desaparición y destrucción de
provincias, sismos, fenómenos magnéticos de toda clase, éxodo de judíos) que
preceden o siguen en el orden político o cósmico a los cataclismos y estragos
provocados por gentes demasiado estúpidas para prever sus efectos, y no tan
perversas como para desearlos realmente.
Cualesquiera sean los errores
de los historiadores o los médicos acerca de la peste, creo posible aceptar la
idea de una enfermedad que fuese una especie de entidad psíquica y que no
dependiera de un virus. Si se analizan minuciosamente todos los casos de
contagio que nos proporcionan la historia o las memorias sería difícil aislar
un solo ejemplo realmente comprobado de contagio por contacto, y el ejemplo de
Boccaccio de unos cerdos que murieron por oler unas sábanas que habían envuelto
a unos apestados basta para mostrar una especie de afinidad misteriosa entre el
cerdo y la naturaleza de la peste, afinidad que se debiera analizar más a
fondo.
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