LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH
SEXAGESIMOCUARTA ENTREGA
6 (2)
Para que pudiésemos soportar esas
pérdidas, estuvieron misericordiosamente repartidas en una serie de años y nos
quedaban seis hijos con vida, que podían consolarnos de la muerte de los otros
siete. Estuviésemos tristes o no, teníamos el deber de que nuestros hijos
estuvieran alegres, pues la tristeza no sienta bien en los rostros de los
pequeños.
Afortunadamente, tenía las labores de
mi casa y ese trabajo, tan necesario diariamente, me apartaba de mis penas.
También Sebastián estaba de continuo ocupado con sus lecciones diarias en la
Escuela de Santo Tomás, sus servicios en la iglesia y su producción musical.
Mientras el señor Gesner fue rector
de la Escuela de Santo Tomás, las cosas, en todo lo referente al servicio de
Sebastián, anduvieron bien y no tuvo ningún disgusto que turbase su
tranquilidad. Trabajó mucho y compuso tantas cantatas que ni yo misma he podido
retenerlas todas. Era natural que fuese más fecundo estando su espíritu libre
de preocupaciones extrañas. Cuando tenía alguna diferencia con el Consejo o con
el Consistorio -y todas las disensiones serias giraban alrededor de sus
derechos de Cantor- solía llegar a un estado de cólera apasionada y, lo que era
peor, a demostrar la obstinación característica de los Bach. Yo intenté algunas
veces convencerle de que no tenía que ser tan testarudo, sobre todo cuando
algún asunto podía arreglarse cediendo un poco. Pero fue siempre inútil. Me
daba un golpecito en el hombro, pues nunca descargó su cólera contra mí, y me
decía con suavidad:
-Mi querida mujercita, eso es cosa
mía y no tuya!
Pero, naturalmente, también a mí me
importaba. Y ¿cómo no, si observaba la influencia perniciosa que esas
discusiones tenían en su tranquilidad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario