MABEL
LOZANO
“CUANDO TU CUERPO VALE CINCO EUROS, TU VIDA NO VALE
NADA”
por Manuel Jabois
(Madrid / 17-9-2017)
Mabel Lozano
(Villaluenga, Toledo, 1967) medía 1,80 y llevaba el pelo corto en su pueblo,
donde sólo le gustaba jugar al fútbol. La "machirulo" o “chicote”,
como le decían entonces allí, llegó a Madrid a estudiar y vio que en Joy Eslava
había un desfile con un regalo de unos jeans por participar como modelo. Se
presentó allí, exuberante, y una agencia la contrató de modelo; vivió en Japón
dos años, París, Milán. De vuelta a Madrid le ofrecieron televisión y se
convirtió rápidamente en un rostro popular. En esta historia deslumbrante
faltaba algo: la vocación. “Yo era una actriz mediocre. ¿Qué podía aportar a la
interpretación? Hoy veo a Bárbara Lennie o a Maribel Verdú: ¡ellas son
actrices, son artistas! En el rodaje de Los ladrones van a la oficina veía
a Fernando Fernán Gómez antes y después de la cámara, y aquello era otra
galaxia. ¿Qué pintaba yo con él?”. La vocación llegó tras estudiar cine y
convertirse en documentalista. La bomba que explotó en su vida fue otra: en
2007 conoció a Irina.
¿Quién es Irina?
Una chica rusa que
había sido rescatada por el Proyecto Esperanza. Estudiaba Medicina en su país,
le dijeron allí que en un año trabajando de camarera en España podría pagarse
el resto de la carrera y aprender el idioma. Ella se lo creyó. Y yo también me
lo habría creído. ¿A alguien se le pasa por la cabeza que te van a secuestrar,
violar y vender? No son tontas, son personas empoderadas y valientes, que salen
de su país para buscar una oportunidad.
Rompe el tópico.
Rompe un tópico muy
peligroso que dice que las víctimas de trata son ignorantes. Hay un único
perfil que afecta a todas: son pobres, guapas y con carga familiar. Las más vulnerables.
Usted hasta entonces…
A mí hasta entonces
la trata me sonaba a algo fronterizo. Jamás había pensado que en una sociedad
como la nuestra hubiese mujeres que son esclavas. Pregúntele a un chaval a ver
qué le responde a la pregunta de si hay esclavas en España. Le dirá que está
zumbado.
¿Cómo se sobrevive?
El lugar de
supervivencia es el silencio: se sobrevive callada. Nunca escuchas a una
víctima de trata. Me escuchas a mí, pero yo no soy víctima. Hablo de ellas en
tercera persona, pero a ellas no las ves. No sientes empatía por ellas. ¿Por
qué no hablan? Porque son víctimas de exclusión social y legal, y el único
lugar en el que pueden resistir es el silencio. Por el miedo a las represalias
y por el estigma de la “puta”. Hace muchos años se hacían controles de sanidad
a mujeres que se dedican a la prostitución. ¿Sabe por qué? Para tenerlas
fichadas.
Se señala a la víctimas y se normaliza a los
culpables.
La prostitución se
percibe como algo natural que lleva aquí desde siempre. Todo el mundo tiene
claro que la trata está en la prostitución, pero también se acepta: al estar
normalizada la prostitución, se normaliza la trata. Yo soy de un pueblo
pequeñísimo de Toledo: cuando era niña no había ni cabina de teléfono ni buzón
de correos, pero sí un puticlub que se llamaba La Ponderosa.
Usted entiende que se está normalizando el delito.
Siempre que
hablamos de trata lo llevamos a un territorio en el que aparecen términos como
moral y ética. Es más fácil: es un delito. ¿Se atrevería a decir del narcotráfico
que no es ético o moral? ¿O de un asesinato? “No me parece ético que se haya
matado a éste o aquel”. Claro que no lo es, pero por encima de todo es un
delito: empecemos por ahí. Y la trata es un mercado ilícito, compraventa de
mujeres para esclavizarlas y prostituirlas. No hay que dejar de hacerlo por
valores, por moral o por principios: hay que dejar de hacerlo porque es un
delito, el que lo comete es un delincuente y al delincuente se le persigue, se
le juzga y se le condena.
Como todo negocio, se sostiene por la demanda.
Demanda de carne
fresca: un consumidor de sexo de pago que acude siempre al mismo piso va
exigiendo mujeres diferentes. Hoy una brasileña, mañana una paraguaya y pasado
una nigeriana. Cada vez más joven. Eso exige más captación, más movimiento, más
negocio.
Usted es especialmente combativa con los medios.
Yo reprocho a los
medios de comunicación muchas cosas, pero algo por encima de todo: cuando hay
que hablar de trata, cuando se informa de redadas o detenciones, ahí está la
fotografía del tanga y el tacón con una tía medio en bolas. Lo que vende, se
aprovecha. ¿Por qué no sacamos a los proxenetas o los demandantes? ¿Por qué no
ponemos cara a los que cometen el delito, y nos dejamos de enredar con las
víctimas?
¿El perfil de consumidor de sexo de pago ha variado
con el tiempo?
Un chaval hoy hace
botellón y puede irse de putas. ¿A dónde? En Colonia Marconi en Madrid te
encuentras a rumanas impresionantes que a última hora venden su cuerpo por
cinco euros. Cuando tu cuerpo vale cinco euros, tu vida no vale nada. A los
chavales les resulta divertido, muy fácil y barato. Porque no saben lo que hay
detrás, no tienen ni idea. No llegamos a ellos, sus ventanas son otras.
¿Políticamente qué encuentra?
Una laxitud
impresionante. Sólo hay que ver el presupuesto destinado a combatir el
narcotráfico y el destinado a la trata: una diferencia abismal. En España y en
medio mundo. Tanto presupuestos como leyes.
Después de conocer a Irina y de interesarse por la
trata de mujeres, su trabajo se volcó a la dirección de documentales
relacionados con los derechos humanos. Sobre la trata ha rodado Voces contra la trata de mujeres y, hace dos
años, Chicas Nuevas 24 Horas. ¿Le ha causado problemas?
Si le digo que sí,
usted titula con eso y apartamos el foco. Lo desplazamos de mujeres sin
derechos para ponerlo sobre mí, como si fuese víctima de algo. El valor lo
tienen ellas. A mí por dirigir estos trabajos [el último, Tribus de la
Inquisición con el periodista Roberto Navia] me han dicho: qué valiente. Yo no
soy valiente. Valiente es Yandí, que en Perú me dijo que la habían explotado
sus padres; yo recojo su testimonio y me vuelvo a Madrid, y ella se queda allí,
en el círculo de los que la han explotado. Valiente es la familia de Isabel
Antezana, que me contó cómo a sus hijos los habían quemado delante de ella.
Isabel y su marido los vieron arder vivos con pistolas apuntándoles en la
cabeza, y no podían hacer nada porque tenían cinco hijos más. Cuando yo me fui
y salió el documental, envenenaron a sus animales.
…
Cuando estrenamos
Tribus de la Inquisición en Bolivia, nos boicotearon la copia y los periódicos
nos insultaron; la diferencia es que yo cojo un avión, y Roberto Navia, que es
un periodista impresionante capaz de denunciar estos linchamientos salvajes en
Bolivia, se quedó allí. Eso es valentía. Yo me vengo a España, a mi zona de
confort, qué voy a ser valiente. Valiente es el fiscal boliviano que nos habla
de la corrupción en su país o la falta de interés del Estado en asuntos como
una pira con seis chavales en una plaza pública; él se queda allí después del
estreno, y sufre pintadas y amenazas. ¿Yo qué te voy a contestar sobre si
recibo amenazas? No importa nada. No sé si tengo el valor de la gente que ha
denunciado esto en mis documentales, que se han sacrificado de tal forma para
que el mundo conozca la realidad en la que viven.
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