WASHINGTON
BENAVIDES (1930 - 2017)
EL
BOCHA QUEDÓ ENCANTADO
Hugo
Giovanetti Viola
Bocha: fue en el
estudio de CX 30 donde piloteabas el legendario programa Canto popular, que un domingo a mediodía me confesaste con una
angustia demasiado aljibosa:
-¿Vos sabés que cada
vez que se me rompe la máquina de escribir me siento como la Venus de Milo?
Bueno, yo hace
exactamente dos horas que estoy tratando de empezar esta paginita igual que si
me hubieran amputado los brazos del alma.
Los orientales acabamos
de perder a un maestro sin suplente y me es imposible redactar una obituaria protocolarmente correcta.
No te la merecés.
Y hacía falta, además, que
llegara el momento de saberte abismado en la
gran aventura (como le llamaba Jung a la finalización del tránsito
tridimensional) para que yo empezara a quererte de verdad.
Y de esto me doy cuenta
recién ahora, porque nunca pudimos entendernos del todo, más acá o más allá de
un respeto fraterno y distanciado.
Pero no fim tudo dá certo.
Ahora estoy
contemplando una reproducción del Cristo
crucificado de Velázquez que me trajeron hace poco de España y se me ocurre
que no hay ningún verdadero maestro que no termine rebrillando vencedoramente
sobre la tan temida nada
(metaforizada en este caso por la total ausencia de apoyatura narrativa que
rodea a la luminosísima figura del poeta-profeta apenas vestido por el cetro
espinoso y el perizoma de la pureza).
Y vos lo lograste,
Bocha.
Me acuerdo que cuando
se nos fue Alfredo utilizaste el insuperable koan de Guimaraês Rosa para afirmar que el flaco no había muerto
sino que había quedado encantado.
Y en tu caso nadie
puede negar de que el último medio siglo de nuestra cultura popular está
irreversiblemente musicado por la dura dulzura de tu Fonte guerrera.
Una vez me contaste que
trabajas todas las mañanas disparando hacia dos frentes: el del texto para ser
cantado y el del poema desnudo.
Balzacianamente.
Y la tierra te fue
respondiendo puntualmente a través de multiplicadísimas versiones que nos
impregnan de una especie de avidez pajarina que el establishment almidonado tuvo
que reconocer rechinando sonrisas de hipocresía reseca.
El amor incondicional a
la poesía y a la música no aspira a ser velado en el Palacio de los Sueños
Perdidos ni glorificado por la prensa mercenaria ni el academicismo narcisista.
Y para eso hay que ser
herméticamente fiel a la luz de la cruz.
Está escrito que Entre las cosas hay una / De la que no se
arrepiente / Nadie en la tierra. Esa cosa / Es haber sido valiente.
Y a la gran aventura se la enfrenta con güevos.
Vos lo lograste, Bocha.
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