ANTONIN
ARTAUD
EL
TEATRO Y SU DOBLE
Traducción de Enrique Alonso y Francisco Abelenda
DÉCIMA ENTREGA
1
EL
TEATRO Y LA PESTE (6)
En mil ochocientos
ochenta y tantos, un médico francés llamado Yersin, que trabajaba con cadáveres
de Indochina, muertos de peste, aisló uno de esos renacuajos de cráneo redondo
y cola corta que sólo se descubren con el microscopio, y lo llamó el microbio
de la peste. Este microbio, a mi entender, no es más que un elemento material
más pequeño, que aparece en algún momento del desarrollo del virus, pero que en
nada explica la peste. Y me agradaría que ese doctor me dijera por qué todas
las grandes pestes, con o sin virus, duran cinco meses, y luego pierden su
virulencia; y cómo ese embajador turco que pasó por el Languedoc a fines de 1720
pudo trazar una línea imaginaria que pasaba por Avignon y Toulouse, y unía Niza
y Burdeos, y que señalaba los límites del desarrollo geográfico del flagelo. Y
los acontecimientos le dieron la razón.
De todo esto surge la
fisonomía espiritual de un mal con leyes que no pueden precisarse científicamente
y un origen geográfico que sería tonto intentar establecer; pues la peste de
Egipto no es la de Oriente, ni esta la de Hipócrates, que tampoco es la de
Siracusa, ni la de Florencia, la Negra, a la que debe la Europa medieval sus
cincuenta millones de muertos. Nadie puede decir por qué la peste golpea al
cobarde que huye y preserva al vicioso que se satisface en los cadáveres; por
qué el apartamiento, la castidad, la soledad son importantes contra los
agravios del flagelo, y por qué determinado grupo de libertinos, aislados en el
campo, como Bocaccio con dos compañeros bien provistos y siete mujeres
lujuriosas y beatas, puede aguardar en paz los días cálidos en que la peste se
retira; y por qué en un castillo próximo, transformado en ciudadela con un
cordón de hombres de armas que impide la entrada, la peste convierte a la
guarnición y a todos los ocupantes en cadáveres, preservando a los hombres
armados, los únicos expuestos al contagio. Quizá explicará asimismo por qué los
cordones sanitarios de tropas que Mehmet Alí estableció a fines del siglo
pasado en ocasión de un recrudecimiento de la peste egipcia, protegieron
eficazmente los conventos, las escuelas, las prisiones y los palacios, y por
qué en la Europa del medioevo, en lugares sin ningún contacto con Oriente,
brotaron de pronto múltiples focos de una peste con todos los síntomas
característicos de la peste oriental.
Con tales rarezas,
misterios, contradicciones y síntomas hemos de comprender la fisonomía
espiritual de un mal que socava el organismo y la vida hasta el desgarramiento
y el espasmo, como un dolor que al crecer y ahondarse multiplica sus recursos y
vías en todos los niveles de la sensibilidad.
Pero de esta libertad
espiritual con que se desarrolla la peste, sin ratas, sin microbios y sin
contactos, puede deducirse la acción absoluta y sombría de un espectáculo que
intentaré analizar.
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