6/10/17

LOS CANTOS DE MALDOROR


CIENTOTRIGESIMOPRIMERA ENTREGA

(Barral Editores / Barcelona 1970)


CANTO QUINTO



7 (1)




“Cada noche, a la hora en que el sueño alcanza su máximo grado de intensidad, una vieja araña de especie gigante saca lentamente la cabeza de un agujero situado en el piso en una de las intersecciones angulares de la habitación. Ella escucha atentamente si algún zumbido todavía mueve sus mandíbulas en la atmósfera. Dada su conformación de insecto, nada le queda por hacer, si quiere aumentar con brillantes personificaciones los tesoros de la literatura, que adjudicar mandíbulas al zumbido. Una vez segura de que el silencio reina a su alrededor, saca sucesivamente de las profundidades de su nido, sin el auxilio de la meditación, las diversas partes de su cuerpo y avanza con paso mesurado hacia mi cama. ¡Cosa notable! Yo, que hago retroceder al sueño y a las pesadillas, siento que se me paraliza la totalidad del cuerpo cuando ella trepa por los pedestales de ébano de mi lecho de raso. Me aprieta la garganta con las patas y me chupa sangre con su vientre. ¡Con la mayor naturalidad! ¡Cuántos litros de un licor purpúreo cuyo nombre no ignoráis, habrá sorbido desde que ejecuta la misma faena con una perseverancia digna de mejor causa! No sé qué le habré hecho para que se comporte de tal modo conmigo. ¿Le trituré una pata sin darme cuenta? ¿Le arrebaté sus crías? Estas dos hipótesis sujetas a caución, no son capaces de soportar un severo examen, ni siquiera merecen el trabajo de provocar un encogimiento de mis hombros o una sonrisa de mis labios, aunque uno no deba mofarse de nadie. Cuidate tú, negra tarántula; si tu conducta no tiene la disculpa de un silogismo irrefutable, me despertaré una noche sobresaltado por el último esfuerzo de mi voluntad agonizante, romperé el hechizo con que mantienes mis miembros inmovilizados, y te aplastaré entre los huesos de mis dedos como una simple porción de materia blanda. Sin embargo, recuerdo vagamente haber permitido que pasearas tus patas sobre el nacimiento de mi pecho y de allí hasta la piel que cubre mi rostro, por lo que no tengo derecho a detenerte. ¡Oh, quién desenredará mis recuerdos confusos! Le doy como recompensa lo que me queda de sangre; incluyendo la última gota, hay cantidad suficiente para llenar por lo menos la mitad de una copa de orgía”.

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