EL MITO DEL ‘EMPODERAMIENTO’
DE LA MUJER
por Rafia Zacaria
(The New York Times /
10-10-2017)
Con solo 100 dólares puedes empoderar a una mujer en India. Esta módica
cantidad, según el sitio web de la organización India Partners, le
proporcionará a una mujer una máquina de coser de su propiedad, lo cual le
permitirá dar el primer paso en su camino al empoderamiento.
O puedes enviarle un pollo. La cría de aves, según Melinda Gates, empodera a las mujeres en
países en vías de desarrollo al permitirles “manifestar su dignidad y tomar el
control”.
Si los pollos no son tu herramienta preferida de empoderamiento, Heifer
International sí lo será, pues por 390 dólares le entregará una canasta empresarial a una mujer en
África. La canasta incluye conejos, peces jóvenes y gusanos de seda.
La hipótesis que subyace tras estas donaciones es la misma: el empoderamiento
femenino es un tema de índole económica que puede separarse de la política. Así
pues, es posible que un benévolo donador de Occidente que ofrezca máquinas de
coser o pollos resuelva el problema y libere, así, a las mujeres de India (o de
Kenia, Mozambique o de cualquier lugar del Sur Global) de una vida
de aspiraciones sin poder.
El empoderamiento no siempre fue sinónimo de paquetes de empresario
emergente. Tal como Nimmi Gowrinathan, Kate Cronin-Furman y yo escribimos en
un artículo reciente, las feministas del Sur
Global comenzaron a incluir el término en el repertorio léxico del desarrollo a
mediados de la década de los ochenta. Aquellas mujeres comprendían el
“empoderamiento” como la tarea de “transformar la subordinación de género” y
eliminar “otras estructuras opresoras”, así como la “movilización política”
colectiva. Lograron parte de sus objetivos cuando la Cuarta Conferencia Mundial
sobre la Mujer, realizada en 1995, adoptó “una agenda para el empoderamiento de la mujer”.
No obstante, a veintidós años de esa conferencia, el “empoderamiento” se
ha convertido en una palabra de moda entre los profesionales del desarrollo en
Occidente pero se eliminó su aspecto más relevante: el de la “movilización
política”. En su lugar queda una definición limitada y contrita expresada a
través de la programación técnica que busca mejorar la educación o la salud,
sin hacerle mucho caso a los problemas de equidad de género más profundos. Este
“empoderamiento” despolitizado es positivo para todos, menos para las mujeres a
las que supuestamente debe ayudar.
Al entregar pollos o máquinas de coser, las feministas de Occidente y
las organizaciones para el desarrollo pueden identificar a las mujeres no
occidentales que han “empoderado”. Pueden exponer a las depositarias de sus
esfuerzos en conferencias y presentarlas en sitios de internet. Los
profesionales del desarrollo pueden apuntar a las sesiones de capacitación, los
talleres y las hojas de cálculo llenas de “productos finales” a modo de
evidencia de otro proyecto exitoso de empoderamiento.
En este sistema no caben las complejidades de las depositarias. Las
mujeres no occidentales son reducidas a sujetos mudos y pasivos a la espera de
su rescate.
Veamos, por ejemplo, los proyectos de avicultura de la Fundación Gates.
Bill Gates insiste en que, dado que los pollos son
animales pequeños que pueden criarse cerca de casa, son muy apropiados para
“empoderar” a la mujer. Pero los investigadores no tienen datos de que la
entrega de pollos genere ganancias económicas a largo plazo, y mucho menos de
que propicie la emancipación o la equidad para la mitad de la población.
Para mantener el flujo del dinero, la industria del desarrollo ha
aprendido a crear medidas que indican mejoras y éxitos. Las estadísticas de
USAID en Afganistán, por ejemplo, se concentran en la cantidad de niñas
“inscritas” en escuelas, aunque su asistencia sea escasa o no siempre se
gradúen. Los grupos que promueven la avicultura miden el impacto de los pollos
a corto plazo y el aumento transitorio del ingreso familiar, en lugar de tener
en cuenta los cambios sustanciales en la vida de las mujeres a largo plazo.
En esos casos, hay una tendencia a evadir la realidad de que, sin un
cambio político, es imposible eliminar las estructuras que discriminan a la
mujer y de que cualquier avance que se logre será insostenible. Los números
nunca mienten, pero sí omiten.
En ocasiones, las organizaciones para el desarrollo vuelven invisible a
la mujer con el fin de cumplir con sus discursos. Un trabajador que se
encontraba con un grupo que lucha contra del tráfico de personas en Camboya le
contó a una de mis colaboradoras sobre el video que una organización occidental
realizó para recaudar fondos. Cuando se preparó a una mujer para el video, la
rechazaron porque su imagen no correspondía con la de la sobreviviente
desamparada que esperaban ver los donadores.
Cuando las mujeres no occidentales ya tienen identidades políticas
sólidas, a veces se busca eliminar esa identidad, aunque eso signifique
devolverlas a los roles de los que el empoderamiento debía rescatarlas. En Sri
Lanka, una exmilitar del grupo Tigres de Liberación de la Patria Tamil le
comentó a una colega mía que a muchas excombatientes les habían ofrecido clases
de repostería, estilismo y costura. Una funcionaria del gobierno confesó que, a
pesar de los años de programas de capacitación, ella jamás había visto que ninguna
de esas mujeres viviera de ejercer esos oficios.
Es tiempo de cambiar el discurso del “empoderamiento”. Los programas de
las organizaciones para el desarrollo deben evaluarse con base en su capacidad
de permitir a las mujeres aumentar su potencial para la movilización política,
de modo que puedan generar una equidad de género sostenible.
En el escenario global, un retorno a este modelo original de
empoderamiento requiere que se deje de reducir a la mujer no occidental a su
condición de víctima: la sobreviviente de una violación, la viuda de guerra, la
niña novia. Debemos acabar con la idea de que las metas y las agendas del
desarrollo deben ser apolíticas.
El concepto de empoderamiento de la mujer necesita un rescate inmediato
y urgente de las garras de quienes buscan ser los salvadores de la industria
para el desarrollo. En el núcleo del empoderamiento de la mujer yace la
exigencia de una hermandad global sólida, en la que ninguna mujer sea relegada
a la pasividad y al silencio, ni a que sus opciones se limiten a tener una
máquina de coser o un pollo.
Rafia
Zakaria es columnista de Dawn y autora de “The Upstairs Wife: An Intimate
History of Pakistan”.
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