LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH
SEPTUAGÉSIMA ENTREGA
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Pero, gracias a Dios, en aquellos
tiempos, junto a tantas cosas desagradables, sucedieron también algunas muy
gratas. Cuando Sebastián recibió el título de Compositor de la Corte, fue a
Dresde y, el primero de diciembre, de dos a cuatro de la tarde, tocó en el
nuevo órgano que Silbermann había construido para la “Frauenkirche”. Estaban
presentes muchos músicos eminentes y otras personas distinguidas, entre las que
se encontraba el embajador ruso, conde de Kayserling, que le escuchó con la
mayor admiración. Después de tan grandioso concierto, volvió a Leipzig para
verse citado por el Consejo, que le reprochó el que un chico del coro hubiera
entonado en tono muy bajo un himno y le amonestó para que aquello no volviese a
suceder.
El conde de Kayserling, gran amante y
conocedor de la música, llegó a ser uno de los más ardientes admiradores de
Sebastián y venía algunas veces desde Dresde para verle y oírle. Por su
mediación, Juan Goldberger se hizo alumno de Sebastián y fue un discípulo
extraordinario, que pronto adquirió fama gracias a un trabajo incesante y a la
habilidad, facilidad y ligereza de sus dedos, verdaderamente asombrosas. Para
este alumno escribió Sebastián el “Aria con treinta variaciones”, que es una
verdadera prueba para el ejecutante, y tan difícil que son muy pocos los
pianistas que pueden ejecutarla. El tema para dicha aria se le ocurrió a
Sebastián al componer la zarabanda en sol
mayor que incluyó en mi cuaderno de música. Esta composición la escribió
para Golderberg a petición expresa del conde de Kayserling, para que se la tocase
en las noches de insomnio producidas por la melancolía, que solamente la música
podía disipar. Nunca se cansaba de oír las variaciones, y, por esa composición,
hizo a Sebastián el regalo verdaderamente espléndido de una tabaquera a la que
acompañaban cien luises de oro.
Pero los regalos y elogios de los
grandes no eran los únicos homenajes que recibía Sebastián. A él le alegró
tanto, si no más, el humilde tributo de un colega, Andrés Sorge, músico de la
villa y de la corte del conde de Reuss, que le dedicó algunas piececitas compuestas
para clavecín, con las palabras: “Al príncipe de todos ls clavecinistas y
organistas”, y seguía diciendo: “El gran poder musical de Vuestra Excelencia
está acrecentado por su virtud admirable, su bondad y su amor al prójimo…”
Creo haber dicho ya lo hospitalario
que era Sebastián. Nuestra modesta mesa estaba siempre puesta para todos los
que venían a Leipzig a oír con amor la música de Sebastián, lo mismo si eran
hombres célebres que pobres estudiantes. También prodigaba constantemente sus
conocimientos, su experiencia y la belleza de su ejecución musical. Entre los
que nos visitaban con más frecuencia se encontraba el director de la Ópera de
Dresde, el señor Hasse, célebre compositor, y su esposa, la gran cantante
Faustina Bordoni.
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