16/10/17

LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH



SEPTUAGÉSIMA ENTREGA


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Pero, gracias a Dios, en aquellos tiempos, junto a tantas cosas desagradables, sucedieron también algunas muy gratas. Cuando Sebastián recibió el título de Compositor de la Corte, fue a Dresde y, el primero de diciembre, de dos a cuatro de la tarde, tocó en el nuevo órgano que Silbermann había construido para la “Frauenkirche”. Estaban presentes muchos músicos eminentes y otras personas distinguidas, entre las que se encontraba el embajador ruso, conde de Kayserling, que le escuchó con la mayor admiración. Después de tan grandioso concierto, volvió a Leipzig para verse citado por el Consejo, que le reprochó el que un chico del coro hubiera entonado en tono muy bajo un himno y le amonestó para que aquello no volviese a suceder.


El conde de Kayserling, gran amante y conocedor de la música, llegó a ser uno de los más ardientes admiradores de Sebastián y venía algunas veces desde Dresde para verle y oírle. Por su mediación, Juan Goldberger se hizo alumno de Sebastián y fue un discípulo extraordinario, que pronto adquirió fama gracias a un trabajo incesante y a la habilidad, facilidad y ligereza de sus dedos, verdaderamente asombrosas. Para este alumno escribió Sebastián el “Aria con treinta variaciones”, que es una verdadera prueba para el ejecutante, y tan difícil que son muy pocos los pianistas que pueden ejecutarla. El tema para dicha aria se le ocurrió a Sebastián al componer la zarabanda en sol mayor que incluyó en mi cuaderno de música. Esta composición la escribió para Golderberg a petición expresa del conde de Kayserling, para que se la tocase en las noches de insomnio producidas por la melancolía, que solamente la música podía disipar. Nunca se cansaba de oír las variaciones, y, por esa composición, hizo a Sebastián el regalo verdaderamente espléndido de una tabaquera a la que acompañaban cien luises de oro.


Pero los regalos y elogios de los grandes no eran los únicos homenajes que recibía Sebastián. A él le alegró tanto, si no más, el humilde tributo de un colega, Andrés Sorge, músico de la villa y de la corte del conde de Reuss, que le dedicó algunas piececitas compuestas para clavecín, con las palabras: “Al príncipe de todos ls clavecinistas y organistas”, y seguía diciendo: “El gran poder musical de Vuestra Excelencia está acrecentado por su virtud admirable, su bondad y su amor al prójimo…”



Creo haber dicho ya lo hospitalario que era Sebastián. Nuestra modesta mesa estaba siempre puesta para todos los que venían a Leipzig a oír con amor la música de Sebastián, lo mismo si eran hombres célebres que pobres estudiantes. También prodigaba constantemente sus conocimientos, su experiencia y la belleza de su ejecución musical. Entre los que nos visitaban con más frecuencia se encontraba el director de la Ópera de Dresde, el señor Hasse, célebre compositor, y su esposa, la gran cantante Faustina Bordoni.

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