LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH
SEXAGESIMONOVENA ENTREGA
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Pero, como ya he dicho, el Consejo no
tomó ninguna decisión en toda la disputa y así se fueron alargando las cosas
hasta que Sebastián, en su desesperación, se dirigió a la Corte de Dresde, de
donde poco antes le habían mandado el nombramiento de “Compositor de la Corte”,
que había solicitado tres años atrás, y cobró valor para acercarse al Elector
mismo, con el ruego de que le permitiese explicarle la verdadera causa y
situación de la contienda, y rogarle no consintiese que siguieran usurpándole
sus derechos de Cantor. Para la feria de Pascua del año 1738, el Elector en
persona vino a Leipzig. Sebastián hizo la visita protocolaria a su príncipe
protector y organizó en su honor un concierto vespertino que fue muy bien
acogido. Cuando las autoridades de la Escuela de Santo Tomás vieron el favor
que Sebastián gozaba con el príncipe, fueron cesando automáticamente las
pequeñas molestias que le habían mortificado durante tanto tiempo.
Es indudable que, en la cuestión
principal de aquellas larguísimas desavenencias, Sebastián tenía razón, y que
la costumbre y la tradición estaban de su parte. Pero, en mi sentir, al
principio, con su violencia y su actitud provocadora fue perdiendo un poco la
razón. Mas, cuando se piensa en cómo se atrevieron a tratar, a pesar de la
neutralidad del Consistorio, a quien tenía ya una fama inmensa, y cómo al que
ya llamaban la gloria de Leipzig osaba corregirle un hombre tan insignificante
en cuestiones musicales como Ernesti (que le abandonaba a la desvergüenza de un
jovenzuelo mal reputado, como Krause, por lo que se atrevió con él toda la
irrespetuosidad y desobediencia de los alumnos), se comprenderá mejor la
actitud que adoptó. Este asunto me hizo ver con dolor el derroche que suponía
dedicar a Sebastián a maestro de aquellos chiquillos mal educados. Aquellas
lecciones las podían dar otros muchos, pero, en cambio, lo que Sebastián
producía no podía hacerlo nadie más que él.
Todo esto no pudo menos que dejar
huellas en Sebastián. Esa irritación continua por disgustos nimios le habían
envejecido y le hizo apartarse cada vez más de la sociedad y retirarse por
completo a su casa. Siempre había sido para él la mayor felicidad hacer una
vida tranquila y casera, que le permitía un trabajo constante y sin molestias,
y cada vez se fue retirando más de los asuntos públicos de Leipzig. Sus hijos,
sus alumnos particulares -algunos de los cuales ardían de indignación por el
trato irrespetuoso a que sometían a su adorado maestro y que pedían nada menos
que les sirviesen en una fuente la cabeza de Ernesti- y yo misma, hacíamos todo
lo posible para cerrar, con nuestro respeto y sumisión cariñosa, las heridas
que producían en su alma los rozamientos con las miserias del mundo. Su carácter
no era muy bueno y sentía con frecuencia, en el fondo de su ser, cosas que no
dejaba salir nunca al exterior o, cuando más, las expresaba solamente a las personas
más próximas a su alma. Más de una vez, en aquellos larguísimos meses, al ver
arrugarse las comisuras de su boca y cómo se inclinaba su cabeza de gigante,
deseaba que nos hubiéramos marchado a Rusia o a cualquier otro tipo de lugar
del globo terráqueo, donde la gente hubiese apreciado un poco su grandeza y no
hubiera sido tan cruel en el descubrimiento de sus faltas.
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