LECCIONES
DE VIDA
ELISABETH
KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER
SEPTUAGÉSIMA ENTREGA
9
/ LA LECCIÓN DEL ENFADO (1)
Una enfermera de
urgencias de un hospital del Medio Oeste recibió un aviso de recepción. La
informaron de la llegada de cinco personas en estado crítico. La situación, que
en sí mismo ya era tensa, se complicó porque uno de los heridos era el marido
de la enfermera. Los otros cuatro eran miembros de una familia que la enfermera
no conocía. A pesar de todos los esfuerzos de médicos y enfermeras, los cinco
murieron.
¿Qué los había matado?
¿El derrumbamiento de un edificio? ¿Un accidente de autobús? ¿Un tiroteo? ¿Un
incendio?
Lo que los mató fue el
enfado.
Un coche había
intentado adelantar a otro en una carretera rural, pero ninguno de los dos
conductores quiso ceder. Circularon en paralelo a toda velocidad mientras,
alentados por la rabia, intentaban colocarse delante del otro. Ninguno de los
dos vio al tercer vehículo, que avanzaba hacia ellos, hasta que fue demasiado
tarde.
El marido de la
enfermera era uno de los conductores enfadados.
Los dos conductores no
se conocían y no tenían ninguna razón para estar tan enojados el uno con el
otro. La rabia los dominó, simplemente, porque uno quería adelantar al otro. El
conductor superviviente fue procesado.
Tres familias quedaron
destrozadas por aquel trágico accidente provocado por la rabia, considerada por
algunos agentes de policía como la causa número uno de los accidentes de
tráfico que se producen hoy día en Estados Unidos.
Todos hemos conducido
enfadados alguna vez, pero por suerte pocos hemos sufrido unas consecuencias
tan trágicas. Sin embargo, si permitimos que nuestra ira aumente como hicieron
aquellos dos hombres, esa puede convertirse en una importante fuerza negativa
en nuestras vidas. Debemos aprender a expresar nuestro enfado de una forma sana
para controlarlo antes de que nos controle a nosotros.
El enfado es una
emoción natural que, en su estado normal, sólo debería tardar entre unos
segundos y unos minutos en exteriorizarse. Por ejemplo, si alguien se nos cuela
en la cola del cine, es natural que nos enfademos con esa persona durante
aproximadamente un minuto. Si sintiéramos nuestro enfado de una forma natural y
lo expresáramos, si lo experimentáramos durante un minuto para luego pasar a
otra cosa no habría ningún problema. Las dificultades surgen cuando lo
expresamos de una forma inadecuada y explotamos o bien lo reprimimos, en cuyo
caso se acumula, con el resulta de que achacamos a la situación más enfado del
que merece o ninguno en absoluto.
El enfado reprimido no
se evapora, sino que se convierte en una cuestión pendiente. Si no elaboramos
esas pequeñas dosis de enfado, este aumenta más y más hasta que sale por algún
lado, que normalmente no es el adecuado. Aquellos dos conductores tenían tanto
enfado acumulado que cuando se encontraron explotaron. En tan sólo unos
segundos estallaron como un volcán.
Otro problema que surge
cuando acumulamos enfado es que, aunque la persona que nos ha herido quiera
asumir la responsabilidad de sus actos, para nosotros no resulta suficiente. Si
se disculpa sinceramente y aun así seguimos enfadados, nos encontramos ante un
enfado acumulado que puede salir a la superficie una y otra vez de maneras
distintas e imprevisibles.
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