LOS
CANTOS DE MALDOROR
CIENTOTRIGESIMOSEGUNDA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO QUINTO
7 (2)
Habla sin dejar de
desvestirse. Apoyando una pierna sobre el colchón, toma con la otra impulso en
el piso de zafiro a fin de elevarse, y acaba tendido en posición horizontal. Ha
resuelto no cerrar los ojos, para esperar a su enemigo a pie firme. Pero ¿no
toma cada vez la misma resolución y no es esta siempre destruida por el
inexplicable recuerdo de su promesa fatal? Ya no dice nada, y se resigna dolorido,
pues el juramento es sagrado para él. Se arrebuja majestuosamente en los
pliegues de la seda, desdeña anular las borlas de oro de sus cortinas, y
posando los ondeados bucles de su larga cabellera sobre las franjas del
almohadón de terciopelo, se palpa con la mano la amplia herida del cuello,
donde la tarántula ha tomado costumbre de cobijarse como en un segundo nido,
mientras su rostro destila satisfacción. Él espera que esta misma noche
(¡esperad con él!) verá el último espectáculo de la inmensa succión, pues su
único anhelo sería que el verdugo termine con su existencia: la muerte, y
quedará satisfecho. Mirad esa araña de especie gigante que saca lentamente la
cabeza de un agujero situado en el piso de una de las intersecciones angulares
de la habitación. Ya no estamos en el relato. Ella escucha atentamente si algún
zumbido mueve aun sus mandíbulas en la atmósfera. ¡Ay! Ahora hemos llegado a lo
real con respecto a la tarántula, y aunque podría colocarse un signo de
admiración al final de cada frase, ¡no es acaso esa para eximirse se hacerlo!
Segura de que el silencio reina a su alrededor, saca entonces sucesivamente de
las profundidades de su nido, sin el auxilio de la meditación, las diversas
partes de su cuerpo, y avanza con paso mesurado hacia la cama del hombre
solitario. Se detiene un instante, pero ese momento de vacilación es breve.
Ella piensa que todavía no ha llegado el momento de dejar de torturarlo, y que
antes es necesario dar al condenado las plausibles razones que determinaron la
perpetuación del suplicio. Trepa junto a la oreja del durmiente. Si no queréis
perder una sola palabra de lo que va a decir, prescindid de las ocupaciones
extrañas que obstruyen el pórtico de vuestro espíritu y mostrad al menos
reconocimiento por el interés que os manifiesto, haciendo acto de presencia en
las escenas teatrales que me parecen dignad de provocar una sincera atención de
vuestra parte; porque, ¿quién me impediría reservar para mí solo los
acontecimientos que os relato?
No hay comentarios:
Publicar un comentario