ENCUENTRO
CON LA SOMBRA
(El poder del lado oscuro de la
naturaleza humana)
Carl
G. Jung / Joseph Campbell.
ll
/ Marie-Louise von Franz / Robert Bly / Ken Wilber / Nathaniel Branden / Sam
Keen / Larry Dossey / Rollo May
/ M. Scott Peck / James Hillman / John Bradshaw y otros.
Edición
a cargo de Connie Zweig y Jeremia Abrams.
CIENTOCTOGESIMOSÉPTIMA
ENTREGA
DÉCIMA PARTE
RECUPERAR NUESTRO LADO OSCURO
MEDIANTE LA INTUICIÓN, EL ARTE Y EL RITUAL
43: ASUMIR EL YO ENAJENADO
Nathaniel Branden (4)
Recuerdo
cierta ocasión en que me invitaron a presentar esta técnica en una sesión de
terapia grupal dirigida por un colega. Al comienzo la mujer con quien estaba
trabajando se dirigió a su padre con una voz impersonal y distante y parecía
bastante ajena al significado emocional de sus palabras. Sin embargo, a medida
en que iba haciéndose preguntas tales como “¿Qué siente una niña de cinco años cuando su padre la maltrata de ese
modo?” sus defensas comenzaron a disolverse y se zambullía cada vez más
profundamente en sus emociones hasta que rompió a llorar con el rostro
embargado por el dolor y el sufrimiento. Sin embargo, en el momento en que
parecía estar a punto de entregarse por completo se asustó de lo que estaba
experimentando, retornó bruscamente al tono impersonal y dijo, como
reprochándose a sí misma: “Es inútil que te culpe, tú no puedes ayudarme, tú
tienes tus propios problemas y no sabes cómo manejar a los niños”. Cuando le
aclaré que no se trataba de “culpar” a nadie, que lo único que nos interesaba
era saber lo que había sucedido y lo que ella sentía al respecto, se sintió
nuevamente segura y volvió a establecer contacto con sus emociones. Entonces
volvió a hablar de lo que había ocurrido y de lo que ella había sentido. Pero
siempre que parecía estar a punto de estallar de rabia se activaba algún
mecanismo de censura, reaparecía la voz impersonal y daba “excusas” para
justificar el trato que había recibido. Era evidente que todavía no se hallaba
en condiciones de renunciar a todas sus defensas.
El
hecho de permitirse experimentar plenamente todo su odio resultaba
insoportablemente peligroso y la hubiera hecho sentirse culpable de albergar
esa rabia contra sus padres. Por otra parte, es muy posible que temiera que si
sus padres hubieran conocido sus sentimientos los hubiera perdido para siempre.
Por último, si se hubiera permitido experimentar plenamente sus emociones
hubiera debido también afrontar todo el sufrimiento y frustración que esconden,
cosa que no parecía estar dispuesta a afrontar. Para ello no sólo hay que estar
dispuesto a soportar el dolor y el sufrimiento sino que también hay que asumir
la soledad, la cruda realidad de que
la niña pequeña que una vez fue, no tuvo -y ya no tendrá jamás- los padres que
necesitaba y hubiera deseado.
Recuerdo
otro caso en el que uno de mis clientes comenzó a hacer gala de una elocuencia
de que hasta ese momento parecía carecer. El hecho ocurrió un mes después de
que mi cliente -un hombre de unos veinticinco años- entrara en terapia de
grupo. Se trataba de una de las personas más tensas y bloqueadas físicamente
con las que había trabajado. Se lamentaba de su total incapacidad para sentir y
saber lo que quería de la vida y que ignoraba hacia donde debía encaminar sus
pasos. Me dijo que no podía llorar. Comenzó hablando, con una voz tímida y
suave, del miedo que tenía a la frialdad y severidad de su padre. Entonces le
insinué que, en ocasiones, los niños también podían odiar a un padre que les
tratara con crueldad. En ese momento, todo su cuerpo se estremeció y gritó: “¡No
quiero hablar de eso!” “¿Qué ocurriría -le pregunté- si le hablaras de tu enojo?”
Las lágrimas rodaron entonces espontáneamente por sus mejillas y chilló: “¡Le
tengo miedo! ¡Tengo miedo de lo que podría hacerme! ¡Me mataría!”
Su
padre había fallecido veinte años atrás, cuando mi cliente tendría unos seis
años de edad.
En
las semanas siguientes no le pedí que volviera a repetir este ejercicio y me
limité a dejarle que observara el trabajo que realizábamos con el resto del
grupo. Sin embargo, cada que veía que uno de sus compañeros afrontaba las
experiencias traumáticas de su infancia nuestro sujeto prorrumpía en llantos.
Poco a poco fue recordando su infancia y comenzó a hablar de ella con cierta
implicación emocional. A medida que transcurría el tiempo podía apreciarse que
sus tensiones musculares iban desapareciendo, que su cuerpo se relajaba y que
iba recuperando lentamente su capacidad de sentir. De esta manera, en la medida
en la que se permitía experimentar sus necesidades y frustraciones -previamente
enajenadas- fue descubriendo en su interior deseos, respuestas y aspiraciones
ignoradas hasta que, al cabo de unos meses, renació en él el interés -largamente
reprimido hasta entonces- de dedicarse a una determinada profesión.
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