HONORÉ
DE BALZAC
PAPÁ
GORIOT
Título del original: LE PÉRE GORIOT
Traducción : OSCAR
HERMES VILLORDO
Prólogo de MANUEL
PEYROU
DECIMOQUINTA ENTREGA
PAPÁ
GORIOT / UNA PENSIÓN BURGUESA (1 / 9)
Durante la comida, la
señora Vauquer fue a correr una cortina para impedir que el sol molestase a
Goriot, pues unos rayos le caían sobre los ojos.
-Es usted amado de las
bellas, señor Goriot, el sol lo busca -le dijo haciendo alusión a la visita que
había recibido-. ¡Caramba! Tiene usted buen gusto. Era muy hermosa.
-Es mi hija -dijo Goriot
con una especie de orgullo en el que los demás pensionistas quisieron ver la
fatuidad del anciano que guarda las apariencias.
Un mes después de esta
visita, el señor Goriot recibió otra. Su hija, que había ido a verlo la primera
vez en traje de mañana, fue después de comer vestida como para ir de visita.
Los huéspedes, ocupados en charla en el salón, pudieron ver a una bonita rubia,
esbelta y graciosa, demasiado distinguida para ser la hija de un señor Goriot.
-¡Y van dos! -dijo la
obesa Silvia, que no la reconoció.
Algunos días después,
otra joven, alta y bien formada, de cabellos negros y ojos vivos, preguntó por
el señor Goriot.
-¡Y van tres! -dijo Silvia.
Esta segunda muchacha,
que había ido también a ver a su padre por la mañana, volvió algunos días
después, por la noche, en traje de baile y en carruaje.
-¡Y van cuatro! -dijeron
la señora Vauquer y la obesa Silvia, que no reconocieron en aquella gran dama
ningún vestigio de la joven vestida con sencillez la mañana en que había hecho
su primera visita.
Goriot pagaba aun mil
doscientos francos de pensión. La señora Vauquer encontró muy natural que un
hombre rico tuviese cuatro o cinco queridas, y encontró asimismo muy astuto que
las hiciera pasar por hijas. No se puso seria ni se enfadó porque las llevase a
la casa Vauquer. Solamente, como aquellas visitas le explicaban la indiferencia
de su huésped hacia ella, al comenzar el segundo año se permitió llamarlo viejo gato escaldado. Por fin, cuando su
huésped descendió a los novecientos francos, le preguntó muy insolentemente al
ver bajar de su cuarto a una de aquellas damas, que qué se figuraba que era su
casa. Papá Goriot le respondió que aquella dama era su hija mayor.
-¿Tiene usted, acaso,
treinta y seis hijas? -le dijo con acritud la señora Vauquer.
-No tengo más que dos -replicó
papá Goriot con la amabilidad del hombre arruinado que accede a todas las
docilidades de la miseria.
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