LA
CARRETA
Prólogo
de Wilfredo Penco
Montevideo
2004
SEXAGESIMOTERCERA ENTREGA
XV
(2)
Antes de llegar al Paso
Hondo, el callejón se ensancha para formar un campo de pastoreo, donde los
carreros descansan, los bolicheros ambulantes tienden sus reducidas carpas y
donde se confunden carreros, troperos, vendedoras de galleta y quitanderas.
Allí se da descanso a
las cabalgaduras para preparar el pasaje del peligroso Paso Hondo. La
diligencia hace su “parada” y recobran fuerzas hombres y bestias.
Hay leña para todos en
el monte cercano, agua fresca y espacio para muchos viajeros fatigados.
Chaves había elegido el
sitio.
La carreta, apenas
separados los bueyes, tomó las apariencias de una choza. Echó una raíz: la
breve escalera de cuatro tramos. Las ruedas no se veían, cubiertas con lonas en
su totalidad, de uno y otro lado. Bajo la carreta se instaló un cuartucho.
Arriba, la celda donde las quitanderas remendaban su ropa o tomaban mate,
canturriando. Abajo, la Mandamás conversando con Chaves, “prendidos” del mate
amargo. La “brasilerita” marimacho corría de un lado a otro, tratando de arrear
los bueyes hasta la aguada.
Se oían sus gritos:
-¡Bichoco!...
¡Indio!... ¡Colorao!...
Y, de cuando en cuando,
corregir los malos pasos del perrito:
-¡Cuatrojos!...
¡Juera!... ¡Cuatrojos!... ¡Ya!... ¡Cuatrojos!...
Solamente los animales
ponían atención a los gritos de Brandina.
Llegó la noche y no
faltaron visitas. Se acercaban a comprar chala, pero la Rita les ofrecía algo
más.
En el profundo silencio
de la noche, empezaron a oírse lejanos silbidos y gritos vagos. A los primeros
ruidos, Chaves sentenció:
-Alguna tropa que se va
p’al Brasil…
Una lucecita roja -de
cigarro encendido-, al frente de la tropa, localizaba al jinete que servía de
señuelo. Y, con él, la tropilla de “la muda” que venía bufando, ansiosa por
llegar a la aguada.
Al poco rato se
hicieron presentes las llamas viboreantes del fogón de los troperos.
La carreta de las
quitanderas se vio rodeada de novillos. Chaves tuvo que agitar su ponchillo
para espantar las bestias curiosas, que se acercaban paso a paso, olfateando la
tierra. Se oyó decir a la “brasilerita”:
-No vaya’ser que arreen
los bueyes con la tropa.
Chaves se levantó sin
decir una palabra y caminó hasta el fogón.
Volvió con ellos, y a
medianoche la vieja guitarra de las quitanderas fue pulsada a pocos metros de
la carreta, en el fogón ofrecido a los recién llegados.
Petronila, Rosita y
Brandina, la “brasilerita”, después de arreglarse para recibir a los
forasteros, bajaron de la carreta. Sentadas o en cuclillas, cerca del fuego,
escucharon los acordes de la guitarra, confundidos con los balidos de la tropa
cayendo a la aguada.
Y aquella noche las
quitanderas se dedicaron a conformar a los troperos…
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