17/12/17


POEMAS PARA NO MARICONEAR

Juan de Marsilio


SEGUNDA ENTREGA



XII



El Diablo se hace el simpático.


Nos consiente vilezas y sevicias
-es lo que más disfruta-
pero también,
y esto porque no siempre hay grandes triunfos
ni crímenes notables,
nos mima
las mariconerías cotidianas
(eso
que podría llamarse
el mal al por menor).


Las mariconerías cotidianas
que no por menos aberrantes
se hacen menos culposas.



XIII



Ya sé,
no me digás,
tenés razón…


No.


Precisamente porque
tenés razón,
tu deber es seguírmelo diciendo
sin que importe un carajo
que no quiera escucharte.



XIV



Esos hijos de puta que bien podrían
degollarte una noche por dos pesos
(y por mil se atrevieran en pleno día)
son el prójimo (y si no los amaras
te estarías odiando).



XV



Las golondrinas no mariconean.


En su día y a su hora
se largan a volar.
La que llega,
Llega.


La que debe morir en viaje,
pues que en viaje muere.


Y no me pidas más explicaciones:
sé que sos maricón igual que yo
pero ni vos ni yo somos tarados.



XVI



La victoria no enseña ni la mitad
de lo que enseña la derrota
al que supera el miedo de aprender.


Pero tememos tanto
que son por completo inútiles
la gran mayoría de nuestras batallas,
sin importar si acaban
en victoria o derrota.



XVII



Las más de las veces
jugamos
para empatar.



XVIII



Pasó bastante angustia el benteveo
que entró por una ventana
-nadie hubiera dicho
que tanta curiosidad
cupiese
en el cráneo de un pájaro-
y luego no hallaba
por dónde salir.


Pero los muchachos del Colegio
hablaban asombrados
de ese benteveo,
no de los cientos y cientos
que hacían lo suyo en el parque,
como todos los días.



XIX



Seguir llamando aunque parezca que
nadie responde salvo el eco, el eco
del llamado en la noche.


Vivir aunque se viva agonizando.


Y no dudar jamás
que al fin de esta locura hay un domingo
no destinado a convertirse en lunes.



XX



Cantar por aquello de que
quien canta sus penas
y miedos espanta.


La vida
está hecha de sangre
vertida con dolor
pero también de sueños.


Cantar orgullosos la canción del combate
también esas veces amargas en que nos consta
no disponer de munición alguna
salvo la canción.


Y también, de vez en cuando,
 armarnos de coraje y un poquito
cantar mariconeando,
no sea que nos venza y paralice
el miedo de volvernos maricones.



XXI



No mariconear:
dejarse cada quien
clavar en la cruz que de veras le toque,
consolar al sufriente de la cruz de al lado
y atreverse a sufrir y morir
sin miedo

de resucitar.

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