POEMAS PARA NO MARICONEAR
Juan de Marsilio
SEGUNDA ENTREGA
XII
El Diablo se hace
el simpático.
Nos consiente
vilezas y sevicias
-es lo que más
disfruta-
pero también,
y esto porque no
siempre hay grandes triunfos
ni crímenes
notables,
nos mima
las mariconerías
cotidianas
(eso
que podría
llamarse
el mal al por
menor).
Las mariconerías
cotidianas
que no por menos
aberrantes
se hacen menos
culposas.
XIII
Ya sé,
no me digás,
tenés razón…
No.
Precisamente porque
tenés razón,
tu deber es
seguírmelo diciendo
sin que importe un
carajo
que no quiera
escucharte.
XIV
Esos hijos de puta
que bien podrían
degollarte una
noche por dos pesos
(y por mil se
atrevieran en pleno día)
son el prójimo (y
si no los amaras
te estarías
odiando).
XV
Las golondrinas no
mariconean.
En su día y a su hora
se largan a volar.
La que llega,
Llega.
La que debe morir
en viaje,
pues que en viaje
muere.
Y no me pidas más
explicaciones:
sé que sos maricón
igual que yo
pero ni vos ni yo
somos tarados.
XVI
La victoria no
enseña ni la mitad
de lo que enseña
la derrota
al que supera el
miedo de aprender.
Pero tememos tanto
que son por
completo inútiles
la gran mayoría de
nuestras batallas,
sin importar si
acaban
en victoria o
derrota.
XVII
Las más de las
veces
jugamos
para empatar.
XVIII
Pasó bastante
angustia el benteveo
que entró por una
ventana
-nadie hubiera
dicho
que tanta
curiosidad
cupiese
en el cráneo de un
pájaro-
y luego no hallaba
por dónde salir.
Pero los muchachos
del Colegio
hablaban
asombrados
de ese benteveo,
no de los cientos
y cientos
que hacían lo suyo
en el parque,
como todos los
días.
XIX
Seguir llamando
aunque parezca que
nadie responde
salvo el eco, el eco
del llamado en la
noche.
Vivir aunque se
viva agonizando.
Y no dudar jamás
que al fin de esta
locura hay un domingo
no destinado a
convertirse en lunes.
XX
Cantar por aquello
de que
quien canta sus
penas
y miedos espanta.
La vida
está hecha de
sangre
vertida con dolor
pero también de
sueños.
Cantar orgullosos
la canción del combate
también esas veces
amargas en que nos consta
no disponer de
munición alguna
salvo la canción.
Y también, de vez
en cuando,
armarnos de coraje y un poquito
cantar
mariconeando,
no sea que nos
venza y paralice
el miedo de
volvernos maricones.
XXI
No mariconear:
dejarse cada quien
clavar en la cruz
que de veras le toque,
consolar al
sufriente de la cruz de al lado
y atreverse a
sufrir y morir
sin miedo
de resucitar.
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