22/10/18



EN PIEZAS

LA TERRORÍFICA MANIPULACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS

FEDE RODRIGO

1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018


DECIMOTERCERA ENTREGA



DEL BARRIO 4



El oficial Brazas ya había tocado varias veces a la puerta. Mientras tanto, aguantaba con el otro brazo la desesperación de Mamá Lucha. No hay nada más peligroso que una fiera con hambre o una hembra sin su cría. En el barrio todos son de estos dos tipos de gente, pensó Raúl Brazas en el forcejeo. Desde el principio sabía que no iba a haber respuesta. Aquel desastre había ocurrido hacía demasiado tiempo.


¿Por qué mierda me la complicarás tanto, amigo? murmuró el oficial Brazas como comiéndose las palabras. Apartó a la hermosa mujer con un suave empujón y estrelló todo su hombro (y bronca) contra la puerta de la casucha. Adentro reinaba la tranquilidad de la muerte. No había casi nadie.


Mamá Lucha atropelló al oficial y se abalanzó sobre el Bauti. El niño atinó a abrir sus destrozados brazos como si fuera a lanzarse al vacío. Mamá Lucha no quiso mirar (eso era un problema para solucionar después), ahora sólo quería sedarse en la alegría de verlo vivo.


El hombre atropellado se abrazó al cadáver y negándose a despedirse lo sacudió esperanzado. Su cuello flácido ni le aguantaba la cabeza y sus ojos blancos ya jamás mirarían otro culo. Sólo Dios y él saben que intentó no morir de miedo. Fracasó (como era esperable) pero lo intentó.


Mamá Lucha recuperó su sabiduría prematura de un momento a otro y recordó que aquel tipo fuera de servicio tirado en el piso era el padre del Bauti. Y que el Bauti (como había dicho tantas veces) terminó por matarlo. Apretó fuerte la mirada del niño contra sus senos (como queriéndole dar de mamar la vida misma) y a los tumbos se lo llevó para afuera donde el dolor se pudiera diluir en la intemperie. Los masticados brazos del Bauti colgaban como tallarines.


Mientras pasó, Raúl le devolvió una mirada bañada de lágrimas de hombre, esas que no salen, esas que dejan los ojos espejados como metal antes de la mugre. Ella enfrentaba los dientes con una mueca de odio profundo. Toda la noche deseó que ese hijo de puta estuviera muerto. Pero verlo muerto tampoco la tranquilizó. Mientras: al Bauti se le volaban más y más la mirada y la razón.


-Acaban de morir dos personas que sabían que iban a morir.


Lucía rebotó del susto cuando aquella inerte marioneta que llevaba abrazada le habló.


-Ya no pienses en eso, mi vida. Las cosas pasan por motivos que a veces nos cuesta entender.


Su voz se apagó cansada: cansada de que la vida le pegara sin parar. Quizás le pegaba arrepentida como la marea al barco, pero le pegaba y dolía. Siempre dolía.


Habían llegado al Laberinto y pasado más de tres horas en silencio. Algún pibe de los más grandes ayudó a dormir al pequeño que quería ir al baño ayer de noche. Ya habían fracasado más de mil técnicas para arrancarle un poquito de tristeza al Bauti.


Al rato una bocanada de aire llenó los pulmones del Bautista y su discurso continuó como si se hubiese dado una pequeña pausa para tomar un sorbo de agua.


-Yo a papá le dije muchas veces que lo iba a matar. Pero a último momento me arrepentí. Pero le mentí. Y aun así la vida me premió. Porque ahora está muerto y yo no fui. Y aparte me dio algo muy importante. Sabiendo que se iba a morir. El Despeinado, claro. Porque es mi amigo. ¿Se acuerda de mi amigo el Despeinado? Anoche lo mataron. Él sabía que eso le iba a pasar. Lo dijo cientos de veces. Todo pasó casi como lo había planeado. Sí, muerto. A buscar el perdón de su hermana. Por eso se murió ¿sabe? Es que nadie puede vivir con esa culpa. Bueno, ni con esa enfermedad. ¿Sabe que él estaba enfermo, señora Lucía? Sí, hasta el pelo le abandonaba la cabeza de tan enfermo. Mi padre casi que le hizo un favor al matarlo. Bueno, dos. Por eso yo no lo maté. Aunque se lo había asegurado. Pero se asustó. Y se murió asustado. Debe ser feo morir asustado. Supongo que hasta más feo que vivir asustado.


Después de tantas y tan torpemente acertadas palabras sólo hubo un intragable silencio. Silencio imposible de vencer. Mamá Lucha lo abrazó (cuidándole los brazos recién vendados) y los dos durmieron sobre los mismos almohadones caídos cerca del pasillo.



DEL BARRIO 6



Balas homenajeantes recorrían el cielo como buscándolo. Todo tipo de trompetas decoraban el viento. Miles de policías en respetuoso silencio no salían de su asombro. Flores de las que no crecen en el barrio guiaban el camino de un ataúd de cemento embaldosado cubierto por una bandera de la capital. Se necesitaban veinte hombres uniformados para llevar a alguien tan grande.


Sí, así debió haber sido el funeral de su amigo. Y así se lo hizo vivir el Delirio a Brazas. Pero los funcionarios del cementerio aun no habían llegado. Tiró la aguja a la mierda, enfurecido. ¡Él no se lo merece! ¡Él es un tipo de la ley, carajo! Hacía tiempo que no se drogaba pero en honor a su amigo lo volvió a hacer; y usó sus botellitas, las que la muerte no le dejó consumir.


Había olvidado el vacío sin sentido que deja esa felicidad sin cimientos. Recordó las palabras de su amigo: Para adelante es muy evidente, los costados están casi todos ocupados; hay que moverse en diagonal, mi amigo. Silencioso y en diagonal cruzás el barrio en un segundo. Hay que encontrar el huequito (o hacerlo si no queda otra).


Recordó que sólo dejaba de acariciarse ese ridículo par de mechones naranjas a los que llamaba bigotes para darse golpecitos en la sien con el dedo índice. Se creía muy inteligente (y lo era). Menos para elegir mujeres: esa negra es preciosa pero está loca como cucaracha.


Miró el cadáver de su amigo otra vez. Se apretó las narinas con un par de dedos como arremangando el llanto y se fue. Quién sabe cuándo llegaron esos inútiles funcionarios del cementerio. Capaz que nunca fueron y el piso de su casa quedó como tumba. Suerte que arriba de la mesa hay una taza que le regalamos en el cuerpo policial para uno de sus cumpleaños que es gris y tiene su nombre: eso le va a servir de lápida.

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