RAYMOND CARVER
3 POEMAS
(alpialdelapalabra / 21-9-2012)
Desocupado
Los que eran mejores que
nosotros
vivían cómodamente en casas
recién pintadas
con inodoros a botón en todos
los baños.
Manejaban autos de modelo y
marca
reconocibles.
Los que no tenían trabajo,
estaban apenados,
no les iba bien.
Sus autos extraños estaban
estacionados
sobre cajones, ‘al fondo’ de
casas polvorientas,
donde se amontonaban infinidad
de objetos inútiles.
Los años pasan y todo y todos
son reemplazados.
Existen siempre, es lo que
dicen, nuevas oportunidades.
Pero, para decir la verdad,
a mí nunca me gustó el
trabajo.
Mi objetivo era permanecer
desocupado.
Ése era mi mérito.
Me gustaba la idea de sentarme
en una silla,
hora tras hora, frente a la
casa, sin hacer nada
con un sombrero sobre mi
cabeza y tomando una gaseosa.
¿Qué hay de malo en eso?
Fumar, escupir de vez en
cuando.
Tallar madera con mi cuchillo.
¿Hay daño o maldad en
esto?
En ocasiones salgo con mi
perro a perseguir conejos.
Tenés que hacerlo alguna vez.
A veces levanto a un chico
gordo y rubio como yo,
diciéndole: ‘‘¿de dónde te
conozco?’’.
Nunca digas: ‘‘¿Que querés ser
cuando seas grande?’’
La lapicera
La lapicera que no faltaba a
la verdad,
por todas sus preocupaciones
terminó dentro del lavarropas.
Salió una hora más tarde y la
tiraron
al secarropas junto con un par
de ‘jeans’ viejos
y una camisa a cuadros.
Los días pasaron y ella
permaneció
recostada tranquilamente sobre
el escritorio
que estaba frente a la
ventana.
Ella pensaba que estaba
totalmente agotada.
Sin convicciones. Sin
voluntad.
Una mañana, poco antes del
amanecer,
recuperó antiguas fuerzas
y escribió:
‘‘Los campos húmedos duermen
bañados por la luz de la
luna’’.
Después de este esfuerzo
se quedó muy quieta,
nuevamente vacía, su utilidad
terminada.
Él la sacudió,
la golpeó sobre la tapa del
escritorio.
La dejó a un lado.
Abandonó las pretensiones de
hacerla trabajar
o casi todas.
Sin embargo
ella realizó un nuevo
esfuerzo,
apeló a sus últimas reservas.
Esto es lo que escribió:
‘‘Un viento suave, y más allá
del ventanal
los árboles flotan en el
dorado aire de la mañana’’.
Él trató de hacerla escribir
algo más,
pero eso fue todo. La lapicera
dejó de escribir,
definitivamente.
Él la puso con otras cosas
inservibles
en el incinerador.
El tiempo transcurrió, días o
meses,
y fue otra lapicera
una que todavía no había
demostrado nada
la que con facilidad escribió:
‘‘La oscuridad se posa en las
ramas.
Quedate quieto, no salgas de
la casa,
quedate
quieto,
/muy
quieto...”
Los desnudos de
Bonnard
Su esposa.
Durante cuarenta años su
modelo.
Él la pintó una y otra vez. El
desnudo
de su último cuadro, es el
mismo desnudo joven
del primer cuadro. Su esposa.
Él la recordaba joven. Los
tiempos
en que ella era joven. Su
esposa, en la bañadera,
en el tocador frente al
espejo. Sin ropas.
Su esposa cubriéndose con las
manos
los pechos duros, mirando
hacia el jardín,
donde los rayos del sol
desparraman
tibieza y color.
Todas las especies vivientes
floreciendo.
Ella joven y temerosa y
excesivamente deseable
en su desnudez. Cuando ella
murió,
él continuó pintando un poco
más.
Fueron algunos paisajes, luego
se murió.
Lo enterraron junto a ella.
Su
joven esposa.
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