CONDE
DE LAUTRÉAMONT
POESÍAS
VIGESIMOTERCERA ENTREGA
Reemplazo
la melancolía por el valor, la duda por la certidumbre, la desesperación por la
esperanza, la perversidad por el bien, las quejas por el deber, el escepticismo
por la fe, los sofismas por la frialdad de la calma, y el orgullo por la
modestia.
II
(14)
Hay más verdades que
errores, más buenas cualidades que malas, más placeres que aflicciones. Nos gusta
controlar el carácter. Nos elevamos por encima de nuestra especie. Nos
enriquecemos con la consideración con que la hemos colmado. Creemos no poder
separar nuestro interés del de la humanidad, no poder hablar mal del género sin
comprometernos nosotros mismos. Esta ridícula vanidad ha llenado los libros de
himnos en favor de la naturaleza. El hombre ha caído en desgracia ante los que
piensan. Pertenece a quien lo cargará menos de vicios. ¿Cuándo no estuvo a
punto de levantarse, de hacerse restituir sus virtudes?
Nada está dicho. Uno
llega demasiado pronto después de más de siete mil años que existen los
hombres. En lo concerniente a las costumbres, como en todo lo demás, ha sido
quitado lo menos bueno. Tenemos la ventaja de trabajar después de los antiguos,
los despabilados entre los modernos.
Somos susceptibles de
amistad, justicia, compasión y razón. ¡Oh amigos míos!, ¿en qué consiste
entonces la falta de virtud?
Hasta que mis amigos no
mueran no hablaré de la muerte.
Estamos consternados por
nuestras recaídas, por ver que nuestros infortunios han podido corregirnos de
nuestros defectos.
Sólo se puede juzgar la
belleza de la muerte por la de la vida.
Los tres puntos finales
hacen que me encoja de hombros de lástima. ¿Es necesario esto para probar que
se es un hombre espiritual, vale decir, un imbécil? Como si la claridad no
tuviese el mismo valor que la vaguedad en el terreno de las cuestiones.
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