ANNA RHOGIO
PEQUE MAESTRA CIRUELA
El otoñal perfume
morado de las uvas chinche invade el jardín.
Promete a las
nenas los dulces que harán madres y abuelas, con la sabiduría de
hábiles hechiceras. Los parrales están cargados de frutos muy
maduros, visitados por abejas golosas y glotones pajaritos
hambrientos. La abundante cosecha aroma todo el barrio y hay que regalar a
los vecinos muchos cajones para que no se pierdan las bienaventuranzas del
cielo y la tierra.
-Chiquilinas,
juguemos a las maestras -propone Peque. -Por suerte, todavía falta
bastante para la escuela pero nos vendrá bien repasar.
El porche escalonado
se presta para el juego. La imaginación portentosa de las mujercitas lo
convierte en lujosos cruceros navegantes de la mar, castillos embrujados o
sencillos salones de clase donde ubicar los nenes.
Lola y Rocio traen
papeles y lápices del año pasado, más un coqueto pizarrón con
tizas de colores. Tomás y Mateo huyen despavoridos en burlona,
ruidosa estampida, sacándoles la lengua.
-¡Vengan acá,
cobardes! ¡Les va a gustar!
-¡Ni loco, mijita! ¡La
última vez, nos pusiste "progremas", no entendíamos ni jota porque
recién iremos a jardinera y encima nos mandoneaste dejándonos en penitencia!
Gritamos, lloramos y pataleamos, y María y Damián se rieron a gusto de nosotros
hasta que nos salvó tu mamá. ¡MAESTRA CIRUELA!
-¡Haremos un recreo de verdad con
merienda de torta y helado de frutilla!
-¡Ni ahí,
Peque! ¡Nos vamos a pescar a la playita! Tu mamá siempre
nos guarda torta y helado para después.
Lola le advierte a
Tomás:
-¿Mamá y la mamá de
Mateo saben adónde van? ¿Les dieron permiso?
-¡Sí,
nena!
-Nos obligaron a
ponernos los salvavidas de corcho en la cintura y nos dijeron: “Vamos a ir
a ver si cumplen. ¡OJO!”.
-¿Dónde están los
salvavidas que no los llevan puestos? A ver, ¿EH?
-¡En la chalana de tu
papá, Peque! ¡Siempre los guardan ahí!? ¿Sos boba vos?
-Y vos, Mateo,
enemigo del bastón de mi tía Ali, ¡no te hagas el listo conmigo! ¡Bobo
serás vos!
Los chiqui se van y
ellas recuerdan la tibieza dorada del Santa Lucía, se imaginan a
los mocosos chapoteando en los espejos de sol, salpicándose y riéndose en
la orilla, mientras los aparejos de pesca quedando olvidados por allí.
-Che, voy a
poner la merienda en una canasta, sin helados (que se derretirían con este
calor) y hoy la clase será oral. Nada de cuadernos, lápices y pizarrón.
Ro y Lola adivinan lo
que se propone esta miniatura de maestra ciruela y adoran la idea.
Entonces, los dos
bandoleros las miran bajar por el sedoso sendero de gramilla como si vieran a
las tres brujas del cuento pero no distinguen ni útiles, ni lápices, ni nada.
Sólo ven la canasta brillando en la luz.
De inmediato
borran la entrompada mueca de rabia y sonríen fingiendo ser los
ángeles que no son. Ya sería el momento de los refrescos y la torta porque
hay hambre en el equipo.
Lola extiende un florido
mantel, pone encima vasos y platos, tortas y galletas y refuerzos de jamón y
queso.
-Despacio, gurises,
no pateen porque la comida se llena de arena y vos, Tomás, cuidado con los
derrames, porque mamá no está para cambiarte la remera.
Ríen recordando aquella vez y callan ante la
perezosa solemnidad del atardecer.
El agua se detuvo mansamente
enamorada del sortilegio que vuela en el aire turquí, reflejando el
salto de un bigotudo bagre plateado.
Hay un resol rojizo en el río y en los tules
de las colas de zorro onduladas en la brisa como bailarinas de ballet.
Estas inolvidables imágenes se
graban para siempre como selfies en las jóvenes memorias de los niños.
Se escuchan millones de trinos de las
aves del monte y el agudo, simpático, chistido de una lechuza.
-¿Qué tal si hablamos de los sus
sentimientos y los pensamientos de los pájaros? Porque tía Ali nos contó que
ellos también piensan y sienten.
Entonces se oye el grito de todos:
-¡CAAALLAAATEEEE, PEEEQUEEE!!!
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