JAMES GEORGE FRAZER
LA RAMA DORADA
Magia y religión
VIGESIMOPRIMERA
ENTREGA
CAPÍTULO III MAGIA (1)
SACERDOTALES (2)
SIMPATÉTICA *
2. MAGIA HOMEOPÁTICA O IMITATIVA (11)
En la isla de Timor, el gran sacerdote no sale nunca del templo mientras
están en guerra; le llevan los alimentos o los cocina allí adentro; día y noche
debe mantener el fuego encendido, porque si lo dejase apagar sobrevendría el
desastre, que se prolongaría mientras el hogar estuviese frío. Además, durante
la ausencia del ejército, sólo beberá agua caliente, pues cada trago de agua
fresca enfriaría el ánimo de la gente y de este modo no podrían vencer el
enemigo. En las islas Kei, cuando han marchado los guerreros, están las mujeres
en sus casas y sacan unas cestas especiales con fruta y piedras, que engrasan y
colocan sobre un tablón; mientras lo hace, musitan: “Oh, señor sol, señora
luna, permitid que las balas resbalen sobre nuestros maridos, hermanos, novios
y otros familiares exactamente como las gotas de la lluvia resbalan sobre estos
objetos que han sido untados con aceite”. Tan pronto como se oye el primer
disparo, dejan a un lado las cestas y, cogiendo sus abanicos, las mujeres salen
precipitadamente de las casas y entonces, ondulando los abanicos en dirección
al enemigo, corren por la aldea cantando: “¡Oh dorado abanico!, permite que
hagan blanco nuestras balas y que se pierdan las del enemigo”. En esta
costumbre, la ceremonia de engrasar las piedras para que las balas se escurran
a semejanza de las gotas de lluvia en aquellas es una aplicación de magia
homeopática o imitativa pura, mas la oración al sol para que dé efectividad al
encantamiento es un acto religioso y probablemente adición posterior. El
movimiento ondulatorio de los abanicos lo creemos un hechizo destinado a desviar
las balas al blanco, según que sean disparos de enemigo o amigo.
Un viejo historiador de Madagascar nos informa que “mientras los hombres
están en combate y hasta que retornan de él, las mujeres y las muchachas no
cesan de bailar día y noche ni se tumban ni toman alimento en sus propias
casas. Y aunque ellas son muy inclinadas a la voluptuosidad, de ningún modo
tendrán intriga con otro hombre mientras su marido se halle en la guerra,
seguras de que si lo hacen su marido será muerto o herido. También creen que
bailando comunican valor, energía y buena suerte a sus maridos. De acuerdo con
esto, y durante estas épocas, no se dan descanso alguno y esta costumbre es
obedecida religiosamente”.
Entre los pueblos de lenguaje tshi (1) en la Costa de Oro, las mujeres
cuyos hombres han marchado al ejército se pintan de blanco y se adornan con
abalorios y fetiches. Hacia el día que calculan tendrá lugar la batalla, corren
de un lado a otro armadas de fusiles o de palos tallados imitando armas de
fuego; recogen papayas verdes y las rajan con las navajas como si estuviesen
decapitando enemigos. La pantomima es, a no dudar, un hechizo meramente
imitativo para que los hombres hagan con facilidad al enemigo lo que ellas le
están haciendo a las papayas. En el pueblo de Framin, del África Occidental,
durante la guerra de los achantis, hace ya muchos años, Fitzgerald Morriot vio
una danza ejecutada por las mujeres cuyos maridos habían ido como porteadores a
la guerra. Estaban pintadas de blanco y no llevaban más ropa que un pequeño
delantal. Las dirigía una bruja arrugada y con un minúsculo delantalito; su
negra cabellera estaba arreglada a modo de un gran cuerno dirigido hacia delante
de su negra cara y los pechos, brazos y piernas adornados profusamente con
medias lunas y círculos blancos. Todas llevaban grandes escobas blancas hechas
de rabos de búfalo o de caballo, y al compás de su baile iban cantando: “Nuestros
mandos han ido al país de los achantis: que barran a sus enemigos de la
superficie de la tierra”.
Notas
(1) Llamado también twi, es de procedencia sudanesa como el kru y el
mandingo: sus dos principales dialectos son el fanti y el akan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario