4/2/19


CLARISSA PINKOLA ESTES

EL JARDINERO FIEL



DECIMOQUINTA ENTREGA



-¿Lo ves, mi niña? Nincs oly hitrány eszköz, hogy hasznát në léhetne vënni. No hay nada que no tenga valor. Todo se puede utilizar para algo. En el jardín de Dios, toda persona y
todas las cosas tienen una utilidad.


En nuestra familia decimos: «Vete a llorar a los campos porque allí tus lágrimas os harán bien tanto a ti como a la tierra.» Mi tío y yo permanecimos sentados largo rato en el campo, alternando la conversación con el intercambio de cuentos y llorando un poquito al pensar en los episodios tristes y los episodios felices de nuestras vidas y de los cuentos. Al final, mi tío dijo:


-Declaro que hemos bautizado por completo esta tierra como Dios manda.


Después se enjugó las lágrimas con el dorso de sus grandes manos. Me abrazó y me secó las lágrimas con los largos extremos de su pañuelo.


Ya era tarde y hora de regresar a casa. El tío me tendió la mano para ayudarme a levantar y ambos nos echamos las azadas al hombro. Él me ayudó a encontrar el equilibrio apropiado para el peso de la azada.


-Veamos lo que ocurre con nuestro campo. Tal vez por la mañana se haya convertido ya
en un bosque.


Soltó una carcajada y se inclinó para colocarme la azada en su sitio, haciéndome un guiño.


Regresamos a casa en la penumbra del ocaso mientras la tierra quemada dormía momentáneamente a nuestras espaldas. Y, mientras nosotros dormíamos aquella noche, las semillas de todos los rincones de nuestro mundo empezaron a desplazarse venturosamente hacia aquel campo.


Y aconteció que, con el tiempo, aquel campo abierto por el fuego -aquel campo en barbecho y a la espera- atrajo hacia sí justo a los forasteros apropiados, justo las semillas adecuadas.


A su debido tiempo, empezaron a brotar unos menudos arbolillos.


Llegaron los robles, llegaron los pinos blancos, los arces rojos y los plateados, y hasta los sauces verdes y los rojos encontraron el camino hacia el rincón más distante del hospitalario campo, donde los esperaba una pequeña reserva de agua subterránea. A juicio de mi tío, aquellos árboles eran como muchachos humanos que volvían a coquetear y bailar como antes. Estaba tan contento como yo.

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