CLARISSA
PINKOLA ESTES
EL
JARDINERO FIEL
DECIMOQUINTA ENTREGA
-¿Lo ves, mi niña?
Nincs oly hitrány eszköz, hogy hasznát në léhetne vënni. No hay nada que
no tenga valor. Todo se puede utilizar para algo. En el jardín de Dios, toda
persona y
todas las cosas
tienen una utilidad.
En nuestra familia
decimos: «Vete a llorar a los campos porque allí tus lágrimas os harán bien
tanto a ti como a la tierra.» Mi tío y yo permanecimos sentados largo rato en
el campo, alternando la conversación con el intercambio de cuentos y llorando
un poquito al pensar en los episodios tristes y los episodios felices de
nuestras vidas y de los cuentos. Al final, mi tío dijo:
-Declaro que hemos
bautizado por completo esta tierra como Dios manda.
Después se enjugó
las lágrimas con el dorso de sus grandes manos. Me abrazó y me secó las lágrimas
con los largos extremos de su pañuelo.
Ya era tarde y
hora de regresar a casa. El tío me tendió la mano para ayudarme a levantar y
ambos nos echamos las azadas al hombro. Él me ayudó a encontrar el equilibrio apropiado
para el peso de la azada.
-Veamos lo que
ocurre con nuestro campo. Tal vez por la mañana se haya convertido ya
en un bosque.
Soltó una
carcajada y se inclinó para colocarme la azada en su sitio, haciéndome un guiño.
Regresamos a casa
en la penumbra del ocaso mientras la tierra quemada dormía momentáneamente a
nuestras espaldas. Y, mientras nosotros dormíamos aquella noche, las semillas
de todos los rincones de nuestro mundo empezaron a desplazarse venturosamente
hacia aquel campo.
Y aconteció que,
con el tiempo, aquel campo abierto por el fuego -aquel campo en barbecho y a la
espera- atrajo hacia sí justo a los forasteros apropiados, justo las semillas
adecuadas.
A su debido
tiempo, empezaron a brotar unos menudos arbolillos.
Llegaron los
robles, llegaron los pinos blancos, los arces rojos y los plateados, y hasta los
sauces verdes y los rojos encontraron el camino hacia el rincón más distante
del hospitalario campo, donde los esperaba una pequeña reserva de agua
subterránea. A juicio de mi tío, aquellos árboles eran como muchachos humanos
que volvían a coquetear y bailar como antes. Estaba tan contento como yo.
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