LAS AVENTURAS DE CORTÁZAR CONTRA EL IMPERIALISMO
por Victoria Catta
(Historia Hoy /
12-2-2019)
Más allá de su brillante y ampliamente conocida
obra literaria, el autor de Rayuela también tuvo en su carrera una breve
intervención en el mundo del comic con su fuertemente político Fantomas contra
los vampiros multinacionales.
No hay duda de que Julio Cortázar es uno de los
escritores más icónicos de las letras hispanoamericanas. Por lo menos, así
parece atestiguarlo el hecho de que su literatura, la exposición de ese mundo
en el que lo fantástico convive con lo cotidiano, sea reconocida por lectores
de todas las generaciones a 35 años de su muerte. Dentro de toda su producción
“inmortal”, sin embargo, existen textos que están atados estrechamente a su
contexto de producción (el más notable siendo El libro de Manuel)
y que hoy son mejor leídos como documentos históricos que otra cosa.
De toda la bibliografía cortazariana
que responde a esta idea, así y todo, pocas cosas se destacan más, por su
propuesta y por su temática, que el “comic” Fantomas contra los vampiros
multinacionales (1975). Reconocido por muchos como la más importante
intervención de Cortázar en el mundo del comic (su
participación en La raíz del ombú con Alberto
Cedrón se mantuvo inédita hasta 2004), este trabajo se destaca por la llamativa
decisión del autor de usar este medio para difundir sus ideas políticas.
La historia de este panfleto, por
llamarlo de alguna manera, tuvo sus orígenes en un encuentro fortuito a finales
de la década del setenta, cuando Cortázar se encontraba participando
activamente de la segunda edición del Tribunal Russell. Este organismo – creado
con la intención de evaluar las violaciones a los derechos humanos ocurridas en
los países del Cono Sur que se desarrolló en tres conferencias (dos en Roma en
1973 y 1976, y una en Bélgica en 1975) – básicamente escuchaba testimonios de
diferentes víctimas y redactaba un veredicto que, aunque no tenía valor
jurídico, por lo menos funcionaba como condena moral. A pesar de haber
realizado un valioso trabajo, sin embargo, Cortázar se sintió un tanto
decepcionado al ver que la sentencia no trascendió debido a lo que el llamó un
“bloqueo informativo”, dejando a miles de personas en la ignorancia.
Fue en este contexto en el que, por
casualidad, le llegó desde México el número 201 de una revista de historietas
que le mandaba su amigo argentino, Luis Guillermo Piazza, llamada Fantomas, la amenaza elegante. Este comic era una
creación mexicana que circulaba desde finales de los sesenta que recuperaba al
siniestro personaje francés “Fantômas”, creado en 1911 por Marcel Alain y
Pierre Souvestre, y lo transformaba en una especie de Robin Hood que delinquía
para su propio beneficio o para aquél de los necesitados. Lo llamativo del
número que le llegó a Cortázar en febrero de 1975, titulado “La inteligencia en
llamas”, era que en él el escritor Gonzalo Martré y el dibujante Víctor Cruz
plantearon una aventura en la que un villano intentaba destruir la cultura
quemando bibliotecas y amenazando a escritores. Lógicamente, los intelectuales
del mundo se alarmaban frente a esta situación, por lo que individuos de la
talla de Alberto Moravia, Octavio Paz, Susan Sontag y el mismo Cortázar
aparecían llamando a Fantomas para que los ayudara. Él, erigido en paladín de
la justicia, acudía en su auxilio, y en el verdadero espíritu del comic, el
protagonista terminaba logrando desbaratar la operación y vencer al malvado.
Cortázar, al verse allí representado,
encontró el episodio en principio gracioso, pero no estaba del todo satisfecho
con el final. Es por esta razón que decidió tomarse la libertad de reescribir
la historia editando la historieta original y guardando sólo las partes que le
interesaban para hacer de ella, además, un vehículo para sus propias ideas.
Según él mismo afirmó años después en una entrevista: “si esta gente me ha
utilizado como un personaje de un comic sin pedirme permiso, ¿por qué yo no voy
a utilizar una parte de este comic sin pedirles permiso a ellos?”
Dentro de una redacción absolutamente
metatextual, dónde Cortázar desarrolla su visión de la realidad en múltiples
niveles simultáneos, la historia que se le presenta al lector muestra al mismo
autor leyendo la revista (incluidos algunos de los cuadros originales) en un
tren mientras vuelve de la sesión del Tribunal Russell en Bélgica. Hallándose
como personaje en la historieta, el narrador comienza a transformarse en
protagonista y plantea, en esta nueva versión, un escenario en el que Fantomas
se había equivocado. Su error, se da cuenta, había sido pensar que venciendo a
un individuo podría evitar este “genocidio cultural”, cuando el verdadero mal
estaba encarnado por el imperialismo norteamericano como sistema. En este
punto, las intervenciones de la historieta original se van espaciando y, en
cambio, Cortázar decidió incluir dentro de la narración documentos e imágenes
que remiten a la forma en la que las sociedades multinacionales actúan como
agentes de la destrucción, además de presentar explícitamente parte de las
sentencias del Tribunal Russell. Finalmente, la historia culmina con Fantomas –
con dudoso éxito – infiltrándose dentro de distintos organismos para detener
este accionar.
Hoy este panfleto claramente quedó
algo viejo y muchos lo desacreditan por su bajada de línea de trazo grueso,
especialmente viniendo de un autor mayormente “apolítico” como era Cortázar,
pero Fantomas tiene un valor un poco más profundo que
simplemente el de su mensaje revolucionario. Lo verdaderamente novedoso de este
texto, finalmente, es que muestra a un Cortázar apropiándose de un medio masivo
como la historieta para difundir un mensaje que el consideraba de inmenso
valor, como eran los resultados del Tribunal Russell. Con ayuda de Piazza,
amigo del director del diario Excélsior, la
edición original aparecida en México se realizó especialmente en forma de
revista – con portada comiquera y todo – y se distribuyó en los quioscos,
justamente, para alcanzar a un público que quizás no era el que buscaba los
libros de Cortázar en las librerías. De este modo, con tiradas iniciales que,
según diferentes fuentes, varían entre los veinte y sesenta mil números, además
de dos nuevas ediciones en Argentina, una en España y una en Polonia, Fantomas cumplió modestamente su objetivo y logró
trascender como un documento privilegiado de su tiempo.
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