A 35 AÑOS DE LA MUERTE
DE JULIO CORTÁZAR
LA ÚLTIMA ENTREVISTA
CONCEDIDA A CLARÍN
(3-12-1983)
Sus visitas ya se
están convirtiendo en hitos de la historia argentina: 1973,... Obviamente, eso
no es casual.
Empecemos por decir que yo no elegí esas fechas sino que fueron las
circunstancias -fundamentalmente negativas- las que determinaron eso. Mi
llegada hace 10 años fue deliberada, había estado en Chile cuando el triunfo de
la Unidad Popular y, luego de un tiempo, pude llegar en el momento de la
elección de Cámpora, un momento muy favorable porque tuve la impresión
de que el triunfo de Cámpora podría abrir
una esperanza como la que tenemos ahora con respecto a Alfonsín.
Usted quiso
participar en ese proceso.
Naturalmente, sentí que era mi obligación estar ahí, con esos
muchachos mucho más jóvenes que yo, aprender de ellos y transmitirles la
poca experiencia que pudiera tener de otras cosas. Les prometí que volvería en
setiembre u octubre de ese año para quedarme un buen tiempo y hacer un trabajo
cultural, que es lo único que yo sé hacer. Bueno, lo que pasó es que me volví a
Europa para preparar ese viaje y Perón vino desde Madrid, se
cayó al suelo el proyecto de un año de presidencia mínima de Cámpora, que hubiera dado
tiempo a estructurar algo sólido y entramos en la etapa que ya conocemos.
Recuerdo que usted
denunció haber sido amenazado de muerte.
Ese mismo año yo
recibí las primeras amenazas de muerte allá, en París. Eso significó que me
quedase un poco a la expectativa para ver lo que sucedía. Desgraciadamente, lo
que sucedió se fue agravando cada vez más y culminó con el golpe de
Videla. A partir de allí me convertí en algo que nunca había aceptado
ser: un exiliado. Y lo hice porque sabía perfectamente que si volvía aquí no
iba a salir vivo. Yo escribí demasiados artículos contra la Junta
Militar como para que me lo perdonasen.
Desde esa
perspectiva, ¿cómo evalúa usted el triunfo de Alfonsín y la derrota del
peronismo? ¿Ese exilio al que alude le ayudó a entender más el proceso que
vivió nuestro país en estos años o dificultó esa evaluación?
Puede ser por
ignorancia personal, por descolocación y distancias, pero nada de lo que sucede
a la Argentina me parece a mí claro. Y leyendo los diarios -ahora aquí, o allá,
en Francia-me doy cuenta de que ustedes, de alguna manera, comparten ese
criterio. No se tiene una sensación de claridad. Creo que entramos en un
momento de clarificación. La claridad, espero, está al final de esa
clarificación. En este momento, "las aguas bajan turbias". Yo no me
puedo olvidar de que mientras estoy caminando por la calle, aquí -usted
sabe cómo me gusta Buenos Aires, que está igual, tan lindo como siempre, con
sus olores y veredas rotas, los mismos sonidos y voces-, me meto en algún café,
veo las caras de los compatriotas y me pregunto: ¿Y cuántos de éstos no
serán torturadores que andan sueltos? ¿Y cuántos de éstos no serán miembros de
grupos paramilitares que han contribuido para que 30.000 argentinos
desaparezcan o mueran? Bueno, esa es la parte turbia, la parte que el
tiempo, la historia y la Justicia tendrán que ir esclareciendo... Por el
momento, las cosas no justificarían un entusiasmo de tipo histérico.
¿Cuál es la imagen
que usted tenía del presidente electo allá, en Europa?
Siempre la vi positivamente. Porque me gustó la conducta de
Alfonsín en los malos años. Me gustó su manera de hacer frente a las
cosas, siempre con gran dignidad, Me gustó mucho que, en el momento de la guerra de las Malvinas, que desató una
cantidad de sentimientos turbios en muchos lados, él no se plegara a esas
actitudes...
Tengo entendido que
usted adhirió desde París a la recuperación de las islas Malvinas…
Bueno, vamos a ponernos de acuerdo respecto de eso. Claro que la viví;
lo que rechacé de plano, frente a la opinión de muchos compatriotas, fue que
eso pudiera llevar a una adhesión a la Junta en cuanto a ejecutora de la toma
de las Malvinas. Yo no les reconocí en absoluto autoridad moral para hacer eso.
Y bien lo demostró su conducta durante la guerra. Como muy bien
dijo Jorge Luis Borges, el Ejército
Argentino "es muy eficaz para matar compatriotas pero muy ineficaz para
matar extranjeros".
Aquí hubo una gran
adhesión popular a la recuperación de las islas...
Lo sé. Lo que faltó
fue la serenidad y la reflexión suficiente para decirse que la recuperación
histórica estaba muy bien -la soberanía sobre las islas es para nosotros
indiscutible- pero en el fondo respondía a una maniobra política más que a otra
cosa. A falta de un mundial de fútbol, entonces se tomó Malvinas. Se buscó otro
tipo de distracción.
Volvamos a
Alfonsín...
En Europa muchos
coinciden en que es un hombre de ideas claras, equilibrado, que responde un
poco al ideal del político democrático tal como lo pueden ver un francés, un
español o un italiano. Eso me inspira confianza a mí y coincide, además, con mi
punto de vista personal.
¿Usted se considera
antiperonista?
No, no. Lo que me
considero es profundamente crítico de varias cosas que hay en el peronismo. Lo
primero es la fuerza tremenda de su ala derecha en la cual sabemos muy bien se
muestran un montón de personajes de los cuales lo menos que se puede decir es que
son turbios... Por el contrario, cuando el ala progresista del peronismo tiene
alguna oportunidad de entrar en juego, lo hace de una manera que a mí me parece
positiva, como fue en el momento de la elección de Cámpora. De manera que no es
ningún antiperonismo. Además, yo no olvidaré nunca, a pesar de mis reservas con
respecto a Perón como político, no me puedo olvidar nunca de que el
pueblo peronista ha sido el primer gran movimiento popular argentino. Ha
sido la primera vez en que la totalidad de un pueblo se ha levantado contra una
oligarquía que -y eso dígalo- en la medida en que sigue existiendo en el país,
hará, por ejemplo, todo lo que pueda ahora para tratar de intervenir al máximo
en este próximo gobierno.
Hace unas semanas,
usted declaró que si el próximo gobierno democrático hacía una mala gestión,
los militares podrían salir a la calle seis meses después de las elecciones...
Fue una declaración
telefónica inmediatamente después del triunfo de Alfonsín... Mi frase era un
poco esquemática... Decir seis meses es un poco absurdo. En realidad, era una
manera de reflejar la idea general de esa situación. Pero no he cambiado de
punto de vista. Tengo la impresión de que, en este momento, los civiles
argentinos tienen una oportunidad única de iniciar un proceso democrático
estable y duradero sin peligro de golpes caprichosos. Creo además que
tal vez es la última. Porque si el gobierno de Alfonsín se encontrara con una
oposición ciega y negativa y empezasen las querellas, eso podría favorecer el
retorno de los militares.
Usted ha realizado
una larga militancia en los últimos años en lo que hace al tema de los derechos
humanos. ¿Le parece un tema prioritario entre los reclamos que sacuden al
pueblo argentino, un tema trascendental para el equilibrio democrático de los
próximos años?
Lo creo
trascendental y prioritario. No es que ignore los problemas económicos que
enfrenta la masa obrera argentina, todos los problemas cotidianos que son
también prioritarios. Pero creo que el problema de los derechos humanos es
fundamental porque va al fondo de los problemas, es una cuestión de ética, una
cuestión moral. Y si lo que buscamos todos es un retorno a la democracia, una
democracia que no esté sustentada en una ética -compartida por todo un pueblo,
no la ética de los dirigentes- está condenada a la mediocridad, al
fracaso. Hablo como un intelectual, pero como un intelectual que, al
mismo tiempo, tiene conciencia de los problemas del pueblo.
Conseguir el "puchero" sin una conciencia política clara es
simplemente sobrevivir, vegetar.
¿Cuál era la
perspectiva desde Europa sobre este tema?
Se supone que ha
habido aquí un cierto grado de ignorancia -por lo menos eso es lo que alegan
algunos- y también que nosotros habíamos más sobre los desaparecidos. Bueno, en
este momento en que eso va a ser del dominio público, eso planteará a fondo la
cuestión de los derechos humanos, hará tomar conciencia de la terrible
tragedia, la noción del derecho instintivo que tiene toda persona a la dignidad
y la vida. Espero que este gobierno inculque en el pueblo un grado de
conciencia sobre eso.
Usted se ha
declarado en varias oportunidades "ciudadano de Latinoamérica" y
considera que los nacionalismos son negativos. ¿Cuáles son las contradicciones -a
su juicio- más importantes que afrontan estos países latinoamericanos?
La realidad de los
países del hemisferio sur no es uniforme. En cada país latinoamericano los
matices son tan grandes que las comparaciones uniformes son un fracaso. Como es
un fracaso la tentativa de exportar un movimiento revolucionario o de aplicar
el modelo A en el país B. En la Argentina, el neocolonialismo económico
por parte de Estados Unidos es un problema preocupante que condiciona el orden
interno. La complicidad de las clases dirigentes locales con Estados
Unidos es evidente.
En algún momento
usted hizo una distinción entre lo que era su exilio personal y su exilio
cultural del país. ¿Cómo lo afectó esa condición?
De ese doble exilio
que sentí a partir del '73, el más grave era el exilio cultural. Porque el
personal era el que me concernía a mí. Pero lo que me pareció desde un
principio terrible para el país fue lo que yo llamé el exilio cultural: todo
el trabajo que podían hacer los científicos, los artistas, los creadores en los
países donde estaban exiliados era un trabajo perdido para el pueblo argentino
en ese momento. Si eso se prolonga en el tiempo puede ser fatal para el
destino de un país.
¿Considera que debe
aclarar algo más sobre esa polémica que se desató cuando usted dijo que en la
Argentina se había producido "un genocidio cultural"?
Se creó un conflicto un poco artificial. Mi expresión era, desde luego,
exagerada porque supongo que la noción de "genocidio" supone la
destrucción de todo un pueblo. No se trataba de eso. Hice esa
declaración en un tiempo en que desaparecieron trágicamente en un muy corto
lapso tres figuras fundamentales de nuestra literatura: Rodolfo
Walsh, Paco
Urondo y Haroldo
Conti. Los tres, además, profundamente amigos míos. Usted tiene que
comprender el estado de ánimo con que yo juzgaba la acción de la Junta
Militar. A lo que se sumaban las noticias aterradoras sobre la censura en
los medios de difusión y en todos los órdenes. Usé esa palabra y muchas
personas se ofendieron porque, claro, están los que no fueron víctimas. Pero no
hay que olvidarse de que estos 10 años han sido 10 años de autocensura para
cualquier intelectual argentino que estaba aquí. Retiro la mención de
"genocidio", pero la noción general la sigo manteniendo. Casi nadie
aquí ha podido conocer 20 artículos escritos por mí en los últimos años sobre
la situación en el país. ¿Dígame usted si eso, como exilio cultural, no es
pavoroso? Y cito solo mi caso, soy un ejemplo entre tantos otros. Piense además
en la legión de científicos que debieron irse y trabajar en el extranjero.
¿Cuál cree que es
el rol que deben jugar actualmente los intelectuales en América latina?
Volvamos a la
ética. El problema de todo intelectual es un problema de responsabilidad.
Frente a sus lectores, o sea su pueblo. Y ese problema de responsabilidad, si
no es ético, ¿qué es? Es una cuestión de opciones: está el tipo que se queda en
su "torre de marfil" y sigue escribiendo sonetos -perfectamente en su
derecho-, pero no es un hombre que asume una responsabilidad de tipo histórico.
Volvemos al viejo
problema: ¿en qué medida esas urgencias históricas deben condicionar la
creación, por ejemplo literaria?
Hay peligros muy
grandes y yo los sentí. El problema de crear una convergencia equilibrada entre
la vocación de escritor y hacer una literatura lo más exigente, lo más bella
posible, y el sentimiento de responsabilidad que lleva a transmitir también un
mensaje del tipo político o ideológico. Es muy difícil porque son elementos
heterogéneos que, en general, se molestan mutuamente. El que le da total
prioridad al mensaje político suele escribir obras muy mediocres. El realismo
socialista en la URSS es un ejemplo total. Contrariamente, la persona que solo
se preocupa de transmitir un mensaje literario pues está pasando al lado de
problemas frente a los cuales tiene responsabilidad, ya que, de alguna manera,
tiene la confianza de sus lectores.
Su militancia política
incidió, desde luego, en su tarea creativa…
Usted sabe muy bien
que el tema que podemos llamar político se ha ido infiltrando e insinuando en
una parte de lo que yo he escrito. Esa preocupación por los problemas
latinoamericanos ha ido ocupando un espacio en mi trabajo y lo va a seguir
ocupando.
La responsabilidad
a la que aludía recién respecto del lector, ¿supone que usted piensa en él
cuando escribe?
Yo contesto por mí.
Jamás he escrito una línea pensando en el lector que la va a leer. Tengo conciencia
de que no escribo para guardar mis papeles en un cajón sino para que se
publiquen y lleguen a un lector. Pero en la operación literaria yo estoy solo
conmigo mismo y esa obra. No, no voy a establecer una definición para lectores
populares, cultos, etcétera.
En su novela Rayuela el
narrador hablaba de los lectores-cómplices...
Eso era un llamado
al eventual lector del libro para que no cayera en una actitud pasiva de
lectura que es muy frecuente. La mayoría de la gente se deja hipnotizar por lo
que está leyendo pero abandona su propia personalidad durante el tiempo de
lectura. Yo deseaba que el lector colaborase aunque sea tirando el libro por la
ventana. Afortunadamente fue así: Rayuela fue un libro que
levantó mucho polvo. En lo que me equivoqué -y ya le he pedido
disculpas a muchas mujeres- fue en ese concepto de lector-hembra, un lector
pasivo. Me lo criticaron con mucha razón pues aceptaba la noción de
pasividad, tan típica de nuestro machismo latinoamericano.
Este año se
cumplieron dos décadas de la aparición de Rayuela, una obra
reveladora y revolucionaria en el contexto de las letras de este continente...
Cuando yo escribí Rayuela estaba totalmente alejado de
las inquietudes políticas. Es un libro centrado en la metafísica y
profundamente literario. Creo que el libro contenía cierto fermento de tipo
intelectual, como para crear el interés que suscitó sobre todo en los jóvenes.
Interés que compruebo que se sigue manteniendo: las generaciones jóvenes se
sienten muy atraídas por ese libro, acaso porque encuentran ahí una serie de
preguntas, de cuestionamientos, que son típicas y normales -afortunadamente- en
la juventud.
El personaje,
Oliveira, parece como el gran interrogador enfrentado a problemas metafísicos…
Que además no se
pone en maestro y no da respuestas porque no las tiene. Tiene todas las
respuestas el mundo pero las respuestas las anda buscando.
Teniendo en cuenta
que muchos Identificaron a ese personaje con el autor, ¿se podría decir que
usted sigue ahora en la misma tesitura?
Sí, claro. Yo sigo
ahora, con matices diferentes, busco respuestas de tipo histórico. Me pregunto,
por ejemplo, ¿qué va a pasar con la Argentina? En aquella época no se me
hubiera ocurrido eso. Yo hubiera pensado: ¿qué va a pasar con la humanidad?
¿Ese salto entre la
metafísica y la realidad fue muy desgarrante para usted?
No. Se operó de una
manera muy natural, sin ningún desgarramiento y le diré que incluso me alegro
de que me haya sucedido así, luego de tener una formación intelectual sólida.
Con esa cultura, me asomé a los procesos históricos. Eso me ayudó a elegir lo
que creo verdadero.
En Deshoras,
su último libro de cuentos, hay quizás una escritura más descarnada, más
certera que, por otro lado, recoge la realidad muy argentina y latinoamericana…
¿Es acaso un reflejo de la evolución personal que usted reconoce?
Sí. A propósito de
la escritura, coincido con usted. Tengo la impresión de que estoy escribiendo
más seco, más sucintamente y eso puede molestarles a algunos lectores. Un
estilo más fluido, más abierto. Tal vez sea una cuestión de edad o de
sentimiento de que ya me va quedando poco tiempo. Cuando escribo un cuento,
me veo centrando lo más posible en la situación. Más que pintar un cuadro
impresionista, trato de pintar un dibujo con los de Durero: la línea precisa y
basta. Posiblemente hay pérdidas en eso, pero hay que ser honesto con uno
mismo.
¿Usted cree que ya
escribió el libro con el que sueña todo narrador?
No, no. Yo
sueño ahora con una novela pero justamente la historia no me deja ahora
escribirla, porque el tiempo que me paso entre aviones y hoteles para las
tareas que me imponen y me impongo -¡hay que ver lo que me ha hecho trabajar la
Junta Militar argentina!-, eso deja cada vez menos tiempo para la literatura.
Tanto, que el año que viene me tomaré mi “año sabático”, voy a tratar de tener
tiempo, me voy a negar a muchas cosas -no voy a negar las cosas básicas- y voy
a viajar menos.
En su creación
literaria, el erotismo, lo fantástico, el absurdo o el humor jugaron un papel
importante. ¿Qué valor le asigna usted a esos elementos y cómo logra
conciliarlos con lo que podrían ser denominadas “preocupaciones sociales y
políticas”?
Yo los sigo
creyendo fundamentales. Todavía somos muchos los escritores y lectores que, sin
darnos cuenta, sin saberlo conscientemente, seguimos de alguna manera
condicionados por una ética en donde un cierto concepto de religión, de la
moral puritana, siguen actuando, creando barreras en la libertad y la expresión
de todo lo que hace la naturaleza humana y que es de una diversidad y de una
riqueza enorme. Desde un principio he sostenido que si el ideal último de toda
nuestra lucha política es llegar a un plano democrático que a su vez facilite
el plano revolucionario -sin darle a esto un sentido específico-, si la
personalidad humana no adquiere toda su fuerza, toda su potencia, entre las
cuales lo lúdico y lo erótico son pulsiones fundamentales, ninguna revolución
va a cumplir su camino. La revolución no se hace con abejas u hormigas,
se hace con hombres. Si los hombres siguen defendiendo posiciones cerradas
y sectarias sobre lo que es inmoral o moral, lo que es bueno o malo, en primer
lugar no son revolucionarios. Para mí, son contrarrevolucionarios. Y es una
batalla que hay que librar desde dentro de una lucha liberadora. Por ejemplo,
el machismo es una de las lacras en América Latina. Nadie se da cuenta que es
machista hasta que alguien lo pone contra la pared y descubre eso.
¿Se le cuestionó
esa concepción del acto creador y, por qué no, de la realidad?
Algunos me han
dicho: vos das una idea juguetona de la revolución, una idea lúdica. Pero por
supuesto que sí, si no doy esa idea nunca habrá un proceso liberador que valga
la pena. La revolución hay que hacerla en serio porque los juegos son en serio.
Nadie es más serio que un niño cuando juega.
Si el nihilismo fue
una de las características de ese gran personaje que fue el Oliveira de Rayuela -porteño,
culto, solitario y romántico en cuanto este supone un permanente
cuestionamiento a los valores vigentes-, ¿se puede hablar hoy de un esperanzado
Julio Cortázar?
Ese nihilismo fue
sustituido por una actitud mucho más esperanzada y mucho más optimista
históricamente hablando. Si en este libro que quiero escribir ahora hubiese un
personaje análogo al de Oliveira, sería absolutamente lo opuesto. Sería un
hombre concentrado en la búsqueda concreta de determinadas soluciones. Lo que
me parece importante -de todas maneras- es que ese hombre conservaría todas las
“adquisiciones” que nacieron de esa primera etapa.
¿Cuáles son
preocupaciones inmediatas?
Tengo que ir a
Nicaragua próximamente -es la octava vez que viajo a ese país- y querría, sí,
puntualizar aquí la verdadera situación por la que está atravesando ese país.
Si quiero hablar del tema es porque estoy profundamente angustiado. Tengo la
impresión que la coalición orquestada por EE.UU. en contra de Nicaragua, quiere
poner el pie sobre ese pequeño país en forma inminente. Los nicaragüenses se
liberaron pero es una liberación que en estos momentos les está costando una
amenaza permanente.
La señora Kirkpatrick
habla ahora de establecer la democracia agitando la bandera antisoviética.
Están haciendo lo mismo que hicieron con Cuba cuando, tras el bloqueo, la
obligaron a alinearse en el bloque socialista. Eso, ningún norteamericano lo va
a decir si lo sabe. Lo que quieren los norteamericanos es recuperar ¨el gran
patio trasero¨ que son las naciones latinoamericanas. Esa es la verdad profunda
de la cosa, ¡qué democracia ni democracia! Después de que los sandinistas
echaron a Somoza, EE.UU. no puede aceptarlo. Hay una frase famosa del viejo
Roosevelt que sintetiza siniestramente eso: "Somoza era un hijo de mala
madre… pero era nuestro hijo de mala madre". Aquí hubo una mala
información que presentó al proceso sandinista como una aventura de guerrilleros,
cosa totalmente falsa. Me parece importante que surjan movimientos de
solidaridad con el proceso de Nicaragua, es también contra los países que
buscan su liberación, incluso la Argentina. La noción de "patio
trasero" llega hasta Tierra del Fuego.
C.E.
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