EL TALLER DE LA VIDA / confesiones
HUGO GIOVANETTI VIOLA
Primera edición:
Caracol al Galope / elMontevideano Laboratorio de Artes (2009)
Primera edición WEB:
elMontevideano Laboratorio de Artes (2018)
Retrato de portada:
Horacio Herrera.
VIGESIMOQUINTA
ENTREGA
TRES: LA SOLEDAD DEL PARAÍSO
7 / LA GUERRA
El domingo 22 de mayo del 94 apareció una solicitada en el diario El País
donde figuraba mi nombre en un paquete de personalidades
que adherían a la lista 2000 del candidato a la presidencia del Partido
Colorado, Julio María Sanguinetti.
Yo me había decidido a votarlo porque Espínola Gómez, que vivía en su museo
ya casi terminado, tenía muchas esperanzas en el programa cultural del Foro
Batllista. Y cuando mi editor de aquellos tiempos, Carlos Marchesi, me pidió la
firma, sentí una rara compulsión de hacer pública mi libertad sin jefes.
Tenía embargado hacía dos años al ya dividido Partido Comunista, además,
porque la última jugada de la mafia disidente fue nombrar como Director de La Hora Popular a un empresario del
transporte que nos estacionó directamente en la ruina, y al final nos estafaron
el despido a todos los trabajadores. Con CX 30 pasó lo mismo.
Manolo, en cambio, no había firmado la dichosa solicitada, y siempre me
recomendaba que me mantuviera independiente
a rajatabla y aprendiera a cuidarme de la criminalidad dirigencial que estaba deshaciendo a la cultura uruguaya
desde los años 40. Lamentablemente, él mismo terminó rompiendo relaciones con
Sanguinetti un mes antes de la elección y en el 99 escribió un manifiesto a
favor del voto en blanco que fotocopiaba y repartía en su mesa-oficina del
boliche de San José y Yaguarón. Y el domingo que se publicó la lista de
adherentes a la 2000 yo ni siquiera me enteré porque hace añares que no leo los
diarios y de noche me llamó por teléfono el Chancho, que ahora vivía de
revolver el basural político en el pasquín del Pingüino, el nuevo gran aliado
de la disidencia bolchevique.
Che, ¿este Giovanetti Viola que
figura en El País sos vo?,
gruñó comiéndose la s final acanariadamente
y me di cuenta que nunca me había tenido el más mínimo cariño. Me había usado,
nomás. Entonces colgué sin conestarle y mientras el teléfono nos taladraba y
nos taladraba y nos taladraba me acordé de la blancura sebosa que lo encapuchó
una vez que se agarró una rabieta en el semanario y hubo que trincarlo entre
cuatro para que no acogotara a un compañero y entendí que ahora estaba loco del
todo. Vendido y loco. Y pensar que yo llegué a quererlo, cuando se le murió un
sobrino muy joven.
Y el lunes de mañana me llamó un locutor de nuna radio carroñera para
escarbar igual que el porcino y me calenté y le dije nada más que dos o tres
purísimas verdades y me grabó sin pedirme permiso, como hace siempre esta clase
de demócratas, y ese mediodía pasó la
entrevista en el informativo y el
martes salí escrachado en tapa y con terrible nota quilombera interior y preguntita amenazante en la sección
editorial del pasquín del Pingüino.
Una buena carambola. ¿Cómo vas a probar el arreglo entre el porcino y el
carancho radial si hasta el gángster de Chicago que mandó matar a los Kennedy
era más intocable que el Espíritu Santo?
Pero hubo un gran detalle. En el pasquín usaron una foto de archivo que le
di en el 91 a Hugo Fernándeez, un amigo freelance
que me entrevistó cuando me desafilié del PCU. Yo ni la fui a buscar porque
ya estaba acostumbrado a que me las robaran en las redacciones. Las de los
reportajes que hice en Finlandia y en la URSS las perdí todas, por ejemplo. Y
si las reclamabas te decían que se habían traspapelado. Un poetita psicótico de
La Hora Popular las coleccionaba como
cromos, y tiene una exclusiva de Brigitte Bardot y todo.
Pero esta foto fue sacada por el mismísimo Satanás, y yo aparecía
escribiendo recortado sobre una extraordinaria luminosidad que derramaba en la
chambre 22 del hotel Stella desde la callecita que recorría Rimbaud bajo el
alba de oro. Y no estaba posando, además. El argentino de Trelew manejaba muty
bien la Pentax supuestamente robada y un par de meses antes de mostrarme el
tridente me enfocaba a cualquier hora y a veces ni me daba cuenta. ¿Satanás
enamorado?
Y al abrir el diario sentí que me resplandecía el esqueleto y hoy, miércoles
17 de enero de 2008 vuelvo a respirar esa misma fuerza que es la que me va a defender
hastas último momento de todo lo que se
aparta de Dios. Yo nunca fui y no soy ni seré un escritor incapaz de
traicionarse. Y con eso me alcanza para morir contento.
Hay algo que queda clarísimo, además: mi novela Jesús de Punta del Este, recién llevada al cine, jamás hubiera
existido sin la chanchada del pasquín fariseico.
Tuya, Marlowe: métela. ¿Para qué te vas a poner a inventar tramas
policiales si los mafiosos te sirven la pecosa
en el área chica?
8 / JESÚS DE PUNTA DEL ESTE
En el 74 me contaron una anécdota en Cannes que me quedó trancada en el
buche para siempre y en el 80 la adapté en un cuento titulado Vestuario de almas que integró una
antología publicada por la Feria del Libro y no pienso reditar.
Y quince años después, apenas vi la excelente Jesús de Montreal y mientras escuchaba la 39 de Mozart me explotó
la necesidad de eyacular o vomitar o mear, para hablarlo en Charlie Parker
(según Cortázar) ese reverbero que se
llamó Jesús de Punta del Este.
Hay una nota altísima y casi desafinada por Zdenek Tylsar en el primer Allegro
del solo del concierto para corno de Karel Stamic que define a mi novela. Y me imagino que más o menos así debería sonar
el sofar cabrío del alba en
Jerusalén. Ni bien ni mal. Pero seguramente con una voracidad de liberación
capaz de transfigurarle el vuelo hasta a las palomas y las golondrinas que
satelizaban el huevo dorado del Templo,
Yo había conocido en el 91, después de una conferencia que dimos con Olver
en Maldonado, el quilombo de Naná. Nos llevó de visita un periodista
infantiloidemente perverso, igual que si nos mostrara le bout de la nuit turístico. Y algo que a mis cuarenta y seis años
ya llevaba demasiado bien padecida era lo que en el siglo XX sustituyó a la esclavitud de los hombres del verso
de Martí: ahora la gran pena del mundo era
la humillación femenina. Y lo que
precisba mi saga de una vez por todas era un profeta, y el Capitanato Artístico Celeste y la crucifixión maquinada
por el glamour posmo los asumió
Leonardo Regusci, el hermano menor de Pablo que aparece al final del Aparicio y
protagonica el cuento Fiebre de sábado a
la noche. Una especie de Darnauchans, aunque sin el menor amor a la Muerte Sirena ni a la Muerte Cabeza de Medusa.
En Punta del Este ya había mucho nudismo en danza, además, lo que era
fundamental para la trama. Y aparte del pase
de gol que em regaló el escuadrón del
manoseo impune, la Programación Divina adjuntó un desafío que no creo que
haya tenido que cuerpear ningún plumífero. Porque enseguida que Carlos Marchesi
rechazó la novela y me decidí a financiarla tuve que aguantar otro
taladramiento telefónico durante días, y ahora era el pelucón batllista el que
me rogaba que no la publicara por mi bien.
Y eso es capaz de envalentonar a cualquiera. Así que le mandé imprimir una faja
que decía JAQUE AL FARANDULISMO CULTURAL URUGUAYO y desde aquel fin de año
quedé independiente a rajatabla hasta el
Juicio Final y no pregunto cuántos son sino que vayan ladrando.
Jesús de Punta del Este fue mi primer libro que ni siquiera tuvo una reseña de entrada en las llamadas
páginas literarias. El distribuidor, sin embargo, un buen poeta socialista y
gremialista de la enseñanza, vendió cerca de cien en librerías.
Pero inmediatamente apareció un amigo
cineasta y me planteó filmar la historia de Leonardo Regusci y casi me voy
de culo. Toma ya: mira por donde, me
comentó el padre Fidel Gil ofreciéndome una cervecita: ¿Y todo eso no es caro?
Caro no era la palabra. El desastre subsiguiente es muy largo
de explicar, pero el cineasta al que llamé mi amigo se ofreció a escribir el guión y dirigir la película siempre
que yo consiguiera entre ochenta y cien mil dólares, y además es psicólogo y
captó al vuelo mi voluntarismo constitutivo y sobre todo mi desesperada sed de construir un arte con una
irradiación popular digna de Maracaná.
Así que perdí tres años indescriptiblemente alcóholicos y depresivos que no
me costaron el divorcio porque el Ángel del Delirio podrá ser terrible pero jamás
deja de ser comprensivo con la abnegación
incondicional, y Olver, que aceptó la co-producción francesa, vino dos veces
de Europa nada más que a rebañar sponsors y teníamos un elenco dream-team que incluía a Antonio
Larreta, Margarita Musto, Eduardo Vener, Luis Cerminara, Roberto Jones, Sara
Laroca, Ignacio Suárez, Eduardo Migliónico. Alejandra Wolf, Raquel Pereira,
Amalia Roche, Tabaré Rivero, Martín Buscaglia y Gonzalo Brown.
Era
imposible perder uno de los premios FONA del 98, pero mi amigo hizo un teje junto con otros
escritores y eligieron un jurado común y presentó un guión propio nada más que para tener derecho a otro voto y
terminó quedándose con los ochenta mil dólares. Después hasta lloró, aunque
nunca reconoció el juego a dos puntas ni
me pidió perdón. Ya para colmo quería conservar
la amistad, a la que llamaba vínculo.
Mirá,
me quiso consolar Olvercito después que cantamos borrachísimos Historia de las sillas la noche antes de
irse: Yo no te lo dije antes, pero el
guión que hizo esta chanta es mediocre: levantó los diálogos de la novela y
casi nada más. Fue mejor no filmarla. Algún día vas a hacerla, acordate. Y yo
no le creí.
9
/ LA BANDA BARROCA
La
indecente noche de Yemanjá se había publicado en el 94, y fue el
primer libro que presenté junto con los muchachos del taller, en lugar de
recurrir a escritores y músicos ya formados. Y nos entusiasmamos tanto
preparando un collage de textos y canciones, que se me ocurrió pedirle una mano
escénica al teatrista con el que co-guionamos el espectáculo Onettiana en el 92. La idea había sido
hacer El pozo, pero a Onetti no lo
convenció la adaptación y tuvimos que armar algo alusivo disfrazando los personajes y lo pusimos en el hall del
Museo Torres García. Duró poco en cartel y la crítica apenas reseñó la ficha técnica,
pero quedó interesante.
El teatrista, Carlos
Saralegui, nos ayudó con talento y generosidad, y en un par de meses montamos
un espectáculo multimedia que presentamos en Arteatro, el Museo Torres García y
los pubs Utopía y Amarcord. Entre los escritores y compositores del taller
había guitarristas y prercusionistas que además cantaban bien, y la
mincorporación a último momento de una bajista y una vocalista redondeó un
grupo mágico y una noche me sentí igual que el personaje de la canción Monólogo de Silvio Rodríguez y les
propuse formar una banda y me comprometí a producirla.
Vi
luz en las ventanas / y juventud cantando, murmura el viejo
actor cubano de la canción Monólogo de
Silvio Rodríguez asomado a una fiesta de los muchachos de la cuadra, y sin querer ya estaba / soñando. Y eso
me pasó a mí.
El grandioso Indio Solari
había logrado imponer en el Río de la Plata, trabajando desde las catacumbas
con el rigor estético del mismísimo Cholo del Aguacero y cagándosde en las
millonadas que le empezó a ofrecer el macaco de Tinelli para que se enchastrara
en la farándula televisiva, a Patricio
Rey y sus redonditos de ricota: la única banda de rock argentina que
alcanzó la altura del mejor tango. ¿Y
nosotros por qué no?
El nombre se lo pusimos
junto con Diego Presa: la Banda Barroca. Porque el grupo no despreciaba el rock
an absoluto, pero lo que asomaba era un sincretismo mucho más proliferante. Y
enseguida organizamos unos recitales en un pub que quedaba al lado del
zoológico donde todavía intercalábamos lectura de poemas hasta que un día
Joaquín Rath, un ex-alumno de guitarra que estaba terminando la Escuela Musical
Universitaria, me dio la idea de pedirle una orientación arreglística a uno de
los músicos más finos de la generación del 70, Ulises Ferretti, y nos
encontramos bajo lluvia en el shopping de Tres Cruces y pumba: allí estaba
nuestro George Martin.
Yo venía de tomarme unas
cuantas grapas tempraneras en lo de Hugo Bervejillo, además, y me zampé una
jarra de rosado sin comer y me animé decirle a Ulises que era evidente que
tanto en el Taller Literario Universo como en la Banda Barroca había Espiritu Santo sin saber que él era
católico, y el hombre-muchacho de cola de caballo ya canosa y pupilas muy
limpias descartó con un solo pestañeo mi posible delirio bipolar y me propuso
trabajar en un régimen de taller semanal muy barato y durante unos meses la
vieja casona-cueva que le prestaban a Marcos Umpiérrez se transformó en una stairway to heaven.
Después empezaron las actuaciones,
que no fueron demasiadas pero incluyeron tres Sala Cero de El Galpón y la
participación en el largometraje Montevideoproust
de Hremes Millán Redin, mi amigo el
cineasta traidor. Y con dos préstamos solidarios de Fundasol financiados a
escote se grabó Plan de ataque, el
mejor CD que jamás haya registrado una banda en el Uruguay y por años luz de ventaja, valoración que no
estoy dispuesto a discutir con nadie.
El
amor empezó a quedarte chico, lloró el Indio Solari,
y eso le pasó tan rápido a la vocalista de la banda, engualichada por una
intervención demoníaca de Carlos Saralegui, que cuando salió el disco la
Barroca llevaba meses de agusanamiento y no sé si en los últimos doce años lo
habrán escuchado más de doscientas personas. Pero existe. Cuidado: los
barandales que llevan hasta el sótano infernal de la sequedad posmoderna están
llenos de huellas de dedos quemados de tapar el sol.
Nuestro proyecto no fue
una masturbación utópica. Y cada día
más gente que me pide Plan de ataque y
lo copia y lo reparte, y seguramente va a terminar colgado indeleblemente en youtube. El pozo demoró décadas en ser reditado y muchas partituras de Johan
Sebastian Bach se utilizaron para envolver chuletas.
Y ahora vuelvo al viejito
del Monólogo de Silvio: Favor no se molesten / que casi me estoy
yendo / no quise molestarlos / y menos ofenderlos / en la alegría de ustedes /
descubrí mis promesas / y todo me parece que empieza.
Y les aseguro que cuando
vean Jesús de Punta del Este van a
darse cuenta de que con la Barroca reactivamos el arquetipo celeste de la gran cultura popular. Porque no hubiera habido
un Leonardo Regusci sin nosotros. Y hoy la cosa ya empezó.
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