27/12/21

MARYSE RENAUD (83)

 

A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI

 

Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola

 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 

OCTOGESIMOTERCERA ENTREGA     

 

SEGUNDA PARTE

 

LAS DOS CARAS DE LA TRANSGRESIÓN

 

CAPÍTULO SEGUNDO

 

EL SUEÑO

 

1. LA PRIMACÍA DEL SUEÑO (5) 

 

En Para una tumba sin nombre, la imaginación y la posesión erótica también correrán juntas, como lo demuestra la extraña historia de Rita, (re)construida muy subjetivamente por dos adolescentes atacados de amor. Para Jorge Malabia se trata de una vieja atracción, de un hambre persistente y tenaz, de un deseo de dominación y revancha. El inesperado virtuosismo con que el adolescente monta un andamiaje narrativo sacudido por obsesivas y teatrales versiones constituye una sublimación de la posesión erótica, así como una imaginaria y orgullosa venganza. Una escandalosa afirmación, en una palabra, de su virilidad:

 

Usted no sabe qué había para mí en la imagen de Rita guiando con la cuerda al chivo en la estación, asaltando con la gastada mentira a los que pasaban. Y los dos pensando en lo mismo, yo en silencio y horizontal, Tito dando vueltas y ensayando temas. Él pensaba con entusiasmo en una probabilidad de aventura, en que sería fácil -puesto que ella había llegado a eso, a pedir limosna con delincuencia- una noche de amor, amistosa, con turnos decididos por una moneda revoleada. Tal vez incluyera al chivo. Y me enfurecía estar sabiendo que una parte mía se inflamaba con la misma invasora inmundicia. Y me enfurecía saber que, sin embargo, para mí, la mentirosa pordiosera con el animal era, además, Rita, alguien inimaginable para Tito. Pero es seguro que pensábamos en lo mismo, que estábamos deseando, matices a un lado, el mismo encuentro, el mismo provecho (17)

 

La connivencia entre la imaginación y el sexo reaparece más crudamente todavía sobre el final de la novela, con la intromisión de Tito Perotti, a quien Jorge Malabia intentó mantener alejado de Rita. Sus vengativas revelaciones no hacen más que confirmar la connivencia orgánica entre lo imaginario y el deseo:

 

-¿Así que eso le contó Jorge? No me asombra, mirando bien. Porque él se portó como un hijo de perra. ¿Qué le dijo de mí?

-Casi nada. Usted aparece, no más, en el principio de la historia.

La sonrisa que hizo, lenta, era tan sórdida, tan llena de rencor, que, pensé, debía estar recibiendo contribuciones, además del padre, de un Perotti abuelo.

-Vamos por partes -empezó-. Yo la encontré a Rita y me fui a dormir con ella. A la pieza, claro, porque qué se podía hacer con el chivo. Le encontré, fuimos y le pagué. Ella lo hacía con todo el mundo; el chivo y el cuento del viaje no eran más que un pretexto para salvarse si aparecía un vigilante. Era muy distinto que la llevaran presa por hacer el cuento que por levantar hombres (18).

 

En otros momentos, la actividad imaginaria incidirá más directamente sobre la acción. Pero como quiera que sea, el deseo conservará siempre un papel determinante. En El astillero, por ejemplo, las insólitas confidencias realizadas por Larsen a Angélica Inés -a mitad de camino entre el relato verídico y el puro sueño- dejan al descubierto sus motivaciones inconscientes: la aspiración de ascensión social pero también la búsqueda de una victoria sentimental, por pequeña que parezca:

 

Y como ella era nadie, como sólo podía dar en respuesta un sonido ronco y la boca entreabierta, embellecida por el resplandor de la saliva, Larsen prescindió pronto del auditorio y se fue contando, tarde tras tarde, recuerdos que aun lograban interesarle. Se recitó con vehemencia episodios indudables y que conservaban una inmortal frescura porque ni siquiera ahora podía descubrir el móvil que le obligó a entreverarse en ellos.

Así que en la sombra helada de las tardes, para nadie, para una espaciada, ronca risa histérica, para los insinuados pechos como lunas, fue diciendo su historia sin propósito, se contó para ganar tiempo. Con algunos cambios dictados por el pudor y la vanidad, le fue posible hablar y mentir acerca de todo; ella no entendía (19)

 

Por otra parte, tanto la “casa alzada sobre pilares” como la prometedora “glorieta” -puntos privilegiados de ese universo que Larsen intenta poseer, cueste lo que cueste- y por encima manifiestos símbolos femeninos, traducirán plenamente la amplitud de su deseo:

 

Larsen veía la casa como la forma vacía de un cielo ambicionado, prometedor; como las puertas de una ciudad en la que deseara entrar, definitivamente, para usar el tiempo restante en el ejercicio de venganza sin trascendencia, de sensualidades sin vigor, de un dominio narcisista y desatento.

Murmuró una palabra sucia y sonrió mientras se levantaba para recibir a las dos mujeres (20).

 

La enumeración de páginas donde afloran ligados a la imaginación y al deseo sería muy larga. Citemos, para terminar, un pasaje de El infierno tan temido donde Gracia trata de deliberadamente de provocar los celos y el furor de su marido, ofreciéndole como pasto para su imaginación las insoportables fotos de su impudor:

 

En la tercera fotografía ella estaba sola, empujando con su blancura las sombras de una habitación mal iluminada, con la cabeza dolorosamente echada hacia atrás, hacia la cámara, cubiertos a medias los hombros por el negro pelo suelto, robusta y cuadrúpeda. Tan inconfundible ahora como si se hubiera hecho fotografiar en cualquier estudio y hubiera posado con la más tierna, significativa de las sonrisas.

Sólo tenía ahora, Risso, una lástima irremediable por ella, por todos los amantes que se habían amado en el mundo, por la verdad y error de sus creencias, por el simple absurdo del amor y por el complejo absurdo del amor creado por los hombres.

Pero también rompió esta fotografía y supo que le sería imposible mirar otra y seguir viviendo (21).

 

De modo que la más anodina ensoñación o el sueño más banal aparecerán fundados, cuando se observan en profundidad, en la infinitud del deseo. Este será el sentido (o uno de los sentidos) de esta gran “aventura” hacia la cual se precipitan inocentemente tantos héroes onettianos en busca de su identidad.

 

Notas

 

(17) Para una tumba sin nombre, II, p. 34

(18) Ibíd., V, pp. 72-73.

(19) El astillero, La glorieta IV, La casilla VI, pp. 141-142.

(20) Ibíd., La glorieta-I, p. 23.

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