A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS
ONETTI
Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la
Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
OCTOGESIMOTERCERA ENTREGA
SEGUNDA PARTE
LAS DOS CARAS DE LA TRANSGRESIÓN
CAPÍTULO SEGUNDO
EL SUEÑO
1. LA PRIMACÍA DEL SUEÑO
(5)
En Para una tumba sin
nombre, la imaginación y la posesión erótica también correrán juntas, como
lo demuestra la extraña historia de Rita, (re)construida muy subjetivamente por
dos adolescentes atacados de amor. Para Jorge Malabia se trata de una vieja
atracción, de un hambre persistente y tenaz, de un deseo de dominación y
revancha. El inesperado virtuosismo con que el adolescente monta un andamiaje
narrativo sacudido por obsesivas y teatrales versiones constituye una
sublimación de la posesión erótica, así como una imaginaria y orgullosa
venganza. Una escandalosa afirmación, en una palabra, de su virilidad:
Usted no sabe qué había
para mí en la imagen de Rita guiando con la cuerda al chivo en la estación,
asaltando con la gastada mentira a los que pasaban. Y los dos pensando en lo mismo,
yo en silencio y horizontal, Tito dando vueltas y ensayando temas. Él pensaba
con entusiasmo en una probabilidad de aventura, en que sería fácil -puesto que
ella había llegado a eso, a pedir limosna con delincuencia- una noche de amor,
amistosa, con turnos decididos por una moneda revoleada. Tal vez incluyera al
chivo. Y me enfurecía estar sabiendo que una parte mía se inflamaba con la
misma invasora inmundicia. Y me enfurecía saber que, sin embargo, para mí, la
mentirosa pordiosera con el animal era, además, Rita, alguien inimaginable para
Tito. Pero es seguro que pensábamos en lo mismo, que estábamos deseando,
matices a un lado, el mismo encuentro, el mismo provecho (17)
La connivencia entre la
imaginación y el sexo reaparece más crudamente todavía sobre el final de la
novela, con la intromisión de Tito Perotti, a quien Jorge Malabia intentó
mantener alejado de Rita. Sus vengativas revelaciones no hacen más que
confirmar la connivencia orgánica entre lo imaginario y el deseo:
-¿Así que eso le contó
Jorge? No me asombra, mirando bien. Porque él se portó como un hijo de perra.
¿Qué le dijo de mí?
-Casi nada. Usted
aparece, no más, en el principio de la historia.
La sonrisa que hizo,
lenta, era tan sórdida, tan llena de rencor, que, pensé, debía estar recibiendo
contribuciones, además del padre, de un Perotti abuelo.
-Vamos por partes -empezó-.
Yo la encontré a Rita y me fui a dormir con ella. A la pieza, claro, porque qué
se podía hacer con el chivo. Le encontré, fuimos y le pagué. Ella lo hacía con
todo el mundo; el chivo y el cuento del viaje no eran más que un pretexto para
salvarse si aparecía un vigilante. Era muy distinto que la llevaran presa por
hacer el cuento que por levantar hombres (18).
En otros momentos, la
actividad imaginaria incidirá más directamente sobre la acción. Pero como
quiera que sea, el deseo conservará siempre un papel determinante. En El
astillero, por ejemplo, las insólitas confidencias realizadas por Larsen a
Angélica Inés -a mitad de camino entre el relato verídico y el puro sueño-
dejan al descubierto sus motivaciones inconscientes: la aspiración de ascensión
social pero también la búsqueda de una victoria sentimental, por pequeña que
parezca:
Y como ella era nadie,
como sólo podía dar en respuesta un sonido ronco y la boca entreabierta, embellecida
por el resplandor de la saliva, Larsen prescindió pronto del auditorio y se fue
contando, tarde tras tarde, recuerdos que aun lograban interesarle. Se recitó
con vehemencia episodios indudables y que conservaban una inmortal frescura
porque ni siquiera ahora podía descubrir el móvil que le obligó a entreverarse
en ellos.
Así que en la sombra
helada de las tardes, para nadie, para una espaciada, ronca risa histérica,
para los insinuados pechos como lunas, fue diciendo su historia sin propósito,
se contó para ganar tiempo. Con algunos cambios dictados por el pudor y la
vanidad, le fue posible hablar y mentir acerca de todo; ella no entendía (19)
Por otra parte, tanto la “casa
alzada sobre pilares” como la prometedora “glorieta” -puntos privilegiados de
ese universo que Larsen intenta poseer, cueste lo que cueste- y por encima
manifiestos símbolos femeninos, traducirán plenamente la amplitud de su deseo:
Larsen veía la casa como
la forma vacía de un cielo ambicionado, prometedor; como las puertas de una
ciudad en la que deseara entrar, definitivamente, para usar el tiempo restante
en el ejercicio de venganza sin trascendencia, de sensualidades sin vigor, de
un dominio narcisista y desatento.
Murmuró una palabra sucia
y sonrió mientras se levantaba para recibir a las dos mujeres (20).
La enumeración de páginas
donde afloran ligados a la imaginación y al deseo sería muy larga. Citemos,
para terminar, un pasaje de El infierno tan temido donde Gracia trata de
deliberadamente de provocar los celos y el furor de su marido, ofreciéndole
como pasto para su imaginación las insoportables fotos de su impudor:
En la tercera fotografía
ella estaba sola, empujando con su blancura las sombras de una habitación mal
iluminada, con la cabeza dolorosamente echada hacia atrás, hacia la cámara,
cubiertos a medias los hombros por el negro pelo suelto, robusta y cuadrúpeda.
Tan inconfundible ahora como si se hubiera hecho fotografiar en cualquier
estudio y hubiera posado con la más tierna, significativa de las sonrisas.
Sólo tenía ahora, Risso,
una lástima irremediable por ella, por todos los amantes que se habían amado en
el mundo, por la verdad y error de sus creencias, por el simple absurdo del
amor y por el complejo absurdo del amor creado por los hombres.
Pero también rompió esta
fotografía y supo que le sería imposible mirar otra y seguir viviendo (21).
De modo que la más anodina
ensoñación o el sueño más banal aparecerán fundados, cuando se observan en
profundidad, en la infinitud del deseo. Este será el sentido (o uno de los
sentidos) de esta gran “aventura” hacia la cual se precipitan inocentemente
tantos héroes onettianos en busca de su identidad.
Notas
(17) Para una tumba
sin nombre, II, p. 34
(18) Ibíd., V, pp. 72-73.
(19) El astillero, La
glorieta IV, La casilla VI, pp. 141-142.
(20) Ibíd., La
glorieta-I, p. 23.
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