BAUDELAIRE: DOS SIGLOS DEL POETA DE LA CIUDAD
por Ramón Oliver
(ethic / 7-4-2021)
El poeta ‘maldito’ por excelencia fue
capaz de llevarse la lírica desde la naturaleza hasta la gran ciudad y la
muchedumbre parisina, convirtiéndose así en uno de los primeros poetas urbanos
de la época.
El 9 de abril se
cumplen 200 años del nacimiento de uno de los grandes poetas que ha dado el
mundo, Charles Pierre Baudelaire (1821-1867). El parisino es
una de esas figuras, como Byron o Whitman, cuya impronta trasciende la calidad
(indiscutible) de su trabajo literario. Y es que el desencanto que imprimió el
autor ‘maldito’ por excelencia a sus inmortales poemas le llevó a conseguir,
además de la incomprensión y el rechazo de sus contemporáneos, una enorme
influencia en las generaciones posteriores y un lugar en la historia de la
literatura.
Baudelaire fue un
cliente insatisfecho de ese producto, en apariencia irrefutable, al que
llamamos existencia humana. Y no en su versión más precaria o carente de los
mimbres más elementales. Pobreza, injusticia o
enfermedad no se encontraban en su lista de problemas. Al autor
de Los paraísos artificiales, la vida prime de un intelectual de clase media que tenía
sus necesidades básicas satisfechas y vivía en la capital cultural del
planeta también
le parecía motivo de reclamación. Eso suponía
un serio problema para los expertos en marketing que
llevaban siglos vendiendo el breve pasaje del ser humano por el mundo como un
regalo.
El escritor
francés expresó como nadie la ausencia de propósito que acecha agazapada en el
ánimo de las personas y que, tarde o temprano, se manifiesta en forma de
angustia vital. Él lo llamaba spleen (‘bazo’, en
inglés), una referencia que procede de la medicina de la
antigua Grecia, donde los galenos clásicos atribuían los cambios en el estado
emocional a factores físicos y responsabilizaban al bazo de
segregar una «bilis negra» que provocaba melancolía.
Baudelaire
respondía a ese desencanto a través de dos intereses entre los que repartía su
tiempo. Por un lado, el arte y su trabajo. Traductor de Edgar Allan Poe,
ensayista y poeta, era un trabajador de las letras meticuloso y perfeccionista
que revisaba sus textos una y otra vez. Por otro, la entrega entusiasta a una
vida de excesos y vicios. Su exaltación de las drogas o la prostitución
en Las flores del mal, su obra más conocida, le valió un escandaloso juicio por atentar contra la moral y las
buenas costumbres.
Algunos autores
teorizan que en la supuesta depravación del poeta había más ruido que nueces,
que tenía más de pose estética que de realidad. Lo que es seguro es que le gustaba provocar a un establishment cuyos
valores rechazaba abiertamente. Baudelaire era un outsider que disfrutaba haciendo ostentación de su
desencaje social. Una de sus travesuras más sonadas fue la admiración que
mostraba por Satán, a quien consideraba un rebelde de manual, como reflejó en
un poema de Las flores del mal:
Príncipe del
exilio, a quien perjudicaron,
Y que, vencido, aún
te alzas con más fuerza.
Pero, más allá de
esa carga de dandy y poeta maldito que
tanto le gustaba cultivar, Baudelaire fue también un renovador de las letras.
Considerado, junto a su admirado Poe, uno de los padres del Simbolismo,
completó el tránsito entre el Romanticismo y la Modernidad, y al cruzar esa frontera
se llevó la lírica desde la naturaleza, que no le interesaba particularmente,
hasta la gran ciudad. Se convirtió, así, en uno de
los primeros poetas urbanos, que se hallaba en su salsa paseando entre la
muchedumbre por las avenidas iluminadas de París y encontraba
más fácilmente la inspiración en cafés y tugurios de dudosa reputación que en
el esplendor de campos y lagos. De esas inmersiones, camuflado entre personajes
anónimos que hacían su vida y se ocupaban de sus asuntos cotidianos, sacó a
muchos de los retratos que poblaron sus poemas.
No solo fue un
renovador de los temas; también de las formas. En lugar de dirigirse
exclusivamente a una élite de intelectuales, el parisino amplió su espectro
y quiso hablarle a un público de masas utilizando los periódicos
para publicar su trabajo, rebajando el tono de su lenguaje e
introduciendo los poemas en prosa.
¿Cómo veríamos a Charles Baudelaire si viviera hoy?
Posiblemente, su figura no chirriaría tanto en nuestra época como lo hizo en la
suya. Quizá sería un tuitero incansable e impertinente, de esos que les saca
los colores, con ingenio y mala baba, a los valores establecidos, que se mete
con la Corona, con la Iglesia, con el Gobierno de turno y con todo aquello que
le sonora a rancio o convencional. Un personaje público, admirado por unos,
despreciado por otros, al que un día veríamos haciendo declaraciones a la
prensa rosa en un photocall y otro protestando
airadamente en la gala de los Goya. Un artista que paga multas con una mano y
recibe subvenciones con la otra (como, de hecho, hizo en vida). Y todo sin
perder su aspecto de ‘pijo’ intelectual, atractivo y con cierto aire de
superioridad. Y es que, por encima de todo, Baudelaire quiso ser (y lo fue
en mayúsculas), un moderno.
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