22/10/12

 SENEL PAZ
 
 
 
EL LOBO, EL BOSQUE Y EL HOMBRE NUEVO
 
 
 
Introducción y anotaciones de Jonathan Dettman
 
 
 
PRIMERA ENTREGA
 
 
 
 
La historia en contexto
 
 
 
 
El lobo, el bosque y el hombre nuevo es el relato de una amistad inusual que se traba entre dos hombres en la Cuba castrista, en 1979. David, el narrador, es un joven estudiante que vive en La Habana gracias a una beca del gobierno. Está en su último año de estudios universitarios. Es miembro de la Unión de Jóvenes Comunistas, lo cual significa que participa activamente en la política socialista y apoya al gobierno revolucionario. David es un tipo recto, la encarnación del hombre nuevo socialista, que reconoce su deber a la Revolución; sólo gracias a ella ha podido educarse, siendo hijo de campesinos pobres.
 
 
Las oportunidades que David tiene a pesar de sus orígenes ilustran uno de los grandes logros de la Revolución: proporcionar educación, comida y servicios médicos a todos los sectores de la sociedad. En la época prerrevolucionaria, sólo aquellos cubanos con recursos económicos y que vivían en áreas urbanas tenían acceso a la educación. En 1958 casi la mitad de los niños cubanos no recibió educación alguna, y el 24 por ciento de los adolescentes y adultos era analfabeto. Esta situación cambió en 1961, cuando el gobierno revolucionario inició La Campaña de Alfabetización, una movilización nacional para eliminar el analfabetismo. Los años 60 presenciaron la expansión y reforma del sistema educativo; se aumentó el número de escuelas y se transformó el currículo para enfatizar los campos que el gobierno consideraba más importantes para el desarrollo económico del país: las ciencias, las matemáticas, la agricultura y la ingeniería civil. La reducción del costo de comestibles, combinada con el aumento de sueldos, resultó en la mejora inmediata del nivel de nutrición. El sector de la salud, tras la huida de muchos médicos en los años después del triunfo de la Revolución, se recuperó y Cuba llegó a ser un país reconocido por el número y la calidad de sus médicos.
 
 
No es de extrañarse que David, el beneficiario directo de los logros de la Revolución, se sienta obligado a apoyarla incondicionalmente. Cuando dice que la Revolución lo “sacó del fango”, se está refiriendo a la situación literal de su familia en los años prerrevolucionarios, que era de extrema pobreza en una zona rural. Cuando se toman en cuenta estos orígenes humildes, el hecho de que David recibe apoyo gubernamental para vivir y estudiar en La Habana resulta casi milagroso.
 
 
Mientras David estudia en la ciudad, conoce a Diego, un hombre de treinta años que parece ser su contrario. Diego no es del campo, sino de La Habana. No pertenece a ninguna asociación de jóvenes comunistas y no comparte el idealismo de David. Al contrario, los gustos e intereses de Diego pertenecen más bien a la decadencia burguesa que la Revolución quiso eliminar. La burguesía, según el marxismo, es la clase social que se enriquece explotando el trabajo de los obreros. Un buen revolucionario está dedicado a la igualdad y evita cualquier lujo burgués; Diego, sin embargo, disfruta de la literatura elitista (y prohibida), la comida exótica y la porcelana china. También es homosexual y representa, por lo tanto, otra faceta de la decadencia prerrevolucionaria. En los primeros años de la Revolución, se tomaron medidas represivas para eliminar a las prostitutas y los homosexuales que vivían de la industria turística en La Habana. En 1962, en “la noche de las tres P”, prostitutas, proxenetas y “pájaros” (palabra despectiva para homosexual) fueron detenidos, entre ellos el famoso escritor Virgilio Piñera. Aunque ha evolucionado en los últimos años, la sociedad cubana, como muchas sociedades, es fuertemente machista, y trata a los homosexuales con un desprecio a veces abierto, a veces tácito. Políticamente, el gobierno los maltrató en otras ocasiones, mandándolos, entre 1965 y 1967, a campos de trabajo llamados Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), e incluyéndolos en la “escoria”, los elementos indeseables que el gobierno castrista quiso eliminar durante el éxodo masivo de Mariel, en 1980. En este incidente más de 125.000 disidentes salieron del país. El gobierno cubano se aprovechó de la oportunidad para deportar junto con los disidentes a enfermos mentales, presos comunes y homosexuales. Desde 1986 hasta 1995, los infectados de SIDA, muchos de ellos homosexuales, perdieron sus derechos al trabajo y fueron obligados a vivir en sanatorios, de los cuales sólo pudieron salir algún tiempo con un permiso especial.
 
 
Diego, además de homosexual, es practicante fiel de la religión, otro aspecto de la sociedad cubana que fue reprimido por la Revolución. Hasta principios de los años 90, tanto el catolicismo como la santería eran incompatibles con el pensamiento marxista. Siendo creyente, disidente y homosexual, Diego obviamente no goza de la posición políticamente privilegiada del militante David, pero tiene otras cualidades importantes.
 
 
Diego es un hombre culto, gran conocedor de la cultura cubana prerrevolucionaria, que tiene acceso a libros prohibidos. Es el portador del saber cultural que se suprime en las escuelas gubernamentales por ser el legado de lo que los marxistas consideran la decadencia burguesa. David se educó en esas escuelas y, por lo tanto, sabe muy poco de la tradición artística de la Cuba precastrista. Las aspiraciones literarias de David hacen que Diego, como uno de los pocos iniciados en la cultura perdida, se convierta en su tutor particular.
 
 
Uno de los principales dilemas a que David se tiene que enfrentar consiste en las visiones contradictorias del arte. Diego se declara “lezamiano”, es decir, admirador del poeta José Lezama Lima, una de las figuras literarias que el gobierno revolucionario quisiera olvidar. Lezama era homosexual, de por sí problemático para los revolucionarios, y toda su obra expone una visión artística diametralmente opuesta a la del régimen castrista. En primer lugar, tanto Lezama como Diego insisten en que el arte no tenga función política. Lezama pensaba que la poesía consta de su propia realidad y que sólo obedece sus propias leyes internas. La literatura, según Diego y su Maestro, no está al servicio de nada que no sea la Imagen, que Lezama describía como la oculta fuerza creativa que está detrás de la realidad. La única función de la literatura, entonces, es realizarse y dejar que la Imagen se manifieste. Este concepto del arte está muy alejado de las ideas marxistas acerca del papel del artista comprometido. Un ejemplo de esta oposición es la novela Paradiso, cuya inclusión en el cuento es una señal de la visión artística que Diego heredó de Lezama. Aunque Paradiso menciona las demostraciones estudiantiles contra Machado (en las cuales Lezama participó), su objetivo no es denunciar ni apoyar un régimen político determinado, sino desarrollar el sistema poético del autor, en que la poesía sustituye una naturaleza ausente, que sólo se puede representar a través de la metáfora. El marxismo, por otro lado, se basa en las teorías de Hegel, cuya dialéctica posita una progresión histórica natural hacia el perfeccionamiento de la Idea. Lezama diría que no se puede llegar a la perfección a través de una dialéctica o por ensayo y error (trial and error), sino a través del acercamiento a la Imagen poética. Además de estas diferencias filosóficas, la novela Paradiso contiene unas de las escenas eróticas homosexuales más explícitas que se han publicado en español. Por ello, el gobierno revolucionario detuvo su publicación y quitó los ejemplares de las librerías cubanas.
 
 
El lobo, el bosque y el hombre nuevo tiene lugar en La Habana a finales de la década de los setenta, cuando la cultura cubana apenas salía de su período más dogmático y represivo. En 1961 Fidel Castro pronunció un discurso, Palabras a los intelectuales, en que expresó su deseo de que toda producción artística concordara con la ideología revolucionaria. De ese discurso surgió la famosa consigna “Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada.” A partir de esa idea la política cultural cubana se iba poniendo cada vez más restrictiva y, en la primera mitad de los años setenta, la literatura en Cuba llegó a su punto más bajo en términos de creatividad. Los años 1971-1976 se denominan “el quinquenio gris” porque fueron cinco años de producción literaria mediocre, que siguió al pie de la letra el compromiso ideológico comunista que se imponía por encima de la cultura. Los escritores no tenían mucha libertad de expresión y no podían preocuparse por cuestiones puramente estéticas, porque era peligroso escribir en una vena apolítica. La literatura tenía que reflejar y servir a la política. Los escritores que no se ofrecían a los fines ideológicos del gobierno corrían el riesgo de encarcelamiento o de ostracismo, como ocurrió en el famoso caso del poeta Heberto Padilla. En 1968 apareció un libro de poesía por Padilla titulado Fuera del juego. El libro, que contenía versos muy críticos del régimen de Castro, fue motivo del arresto del poeta. Tras dos años de vigilancia, Padilla fue obligado a recitar públicamente una retracción de sus opiniones. Este incidente desilusionó a muchos de los intelectuales que habían apoyado a la Revolución.
 
 
Otro autor, Eduardo Heras León, fue obligado a trabajar cinco años en una fábrica de acero tras la publicación, en 1970, de Los pasos en la hierba, libro de cuentos que describe la formación de las milicias y que culmina en el conflicto armado que tuvo lugar en Playa Girón. También conocida como la Bahía de Cochinos (Bay of Pigs), esta playa fue el sitio de la invasión, en 1961, de exiliados cubanos entrenados y financiados por el gobierno estadounidense. Los invasores querían suplantar a Castro, pero la batalla terminó con la victoria contundente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Los pasos en la hierba, y un libro anterior de Heras León, La guerra tuvo seis nombres, pintaron a los combatientes revolucionarios como seres humanos susceptibles al miedo y la incertidumbre en vez de los soldados heroicos que fueron según la historia oficial del régimen. Esta representación humana fue considerada contrarrevolucionaria y, aunque Heras León había sido compañero de armas del mismo Fidel Castro, provocó su expulsión de la universidad y su reeducación en la fábrica.
 
 
El conflicto entre el arte y la ideología está presente en El lobo, el bosque y el hombre nuevo, y llega a ser uno de los problemas más graves para Diego. Su insistencia en que el arte no se limite a reafirmar la agenda política del sistema comunista y sus esfuerzos por montar una exposición de arte religioso lo meten en dificultades, porque insiste en defender las obras que el gobierno considera peligrosas o subversivas. La narración trata de la dificultad que David y Diego tienen para mantener su amistad en un ambiente cada vez más hostil. David tiene que enfrentarse con sus propios prejuicios y preguntarse si hay lugar en su Revolución para los Diegos de Cuba.
 
 
La publicación del cuento y, en 1993, la aparición de su adaptación cinemática Fresa y chocolate, marcan un hito en las letras cubanas. El éxito de la película indicó la disposición del público cubano a reexaminar la represión de los homosexuales y, asimismo, les dio a éstos mayor visibilidad de lo que antes tenían. Aunque la represión nunca ha dejado de existir, ciertos clubes habaneros empezaron a permitir que los homosexuales se exhibieran en público. El cuento y la película abrieron nuevos caminos no sólo para el tema de la homosexualidad, sino también para otros temas, como la corrupción, la escasez, el hambre y la miseria que se agraviarían en los años noventa, cuando Cuba haría frente a quizás su momento económico más difícil, la pérdida de los subsidios soviéticos y el subsiguiente “periodo especial”.
 
 
 
 
Acerca del autor
 
 
 
 
Escritor y guionista, Senel Paz nació en Las Villas, Cuba en 1950 a una familia extremadamente pobre. A falta de hombres capaces de trabajar, su madre trabajaba de doméstica, ganando 15 pesos al mes, un sueldo que apenas les dejaba subsistir. Paz considera sus primeros años una época triste. Al triunfar la revolución, su vida mejoró sustancialmente, pues su madre obtuvo un trabajo mejor que les permitió salir de su extrema pobreza. En una entrevista con Iraida López, Paz reconoció que, a pesar de los avances económicos, “nunca dejamos de ser una familia muy humilde, al borde de la tragedia.”
 
 
Paz, hasta cierto punto, encarna el “hombre nuevo socialista” pues se educó bajo el sistema revolucionario. Fue la primera persona en su familia que terminó la enseñanza primaria y, en 1973, obtuvo su licenciatura en periodismo de La Universidad de La Habana. Paz atribuye el hecho de que sea escritor e intelectual a la política cultural de la Revolución. En este sentido, el personaje David refleja al autor, siendo “hijo de campesinos paupérrimos” que estudia en La Habana gracias a una beca del gobierno. Por otro lado, Paz, como Diego, experimentó algunos problemas con el sistema. Recién salido de la universidad, el joven Paz defendió a su amigo y mentor, Eduardo Heras León, cuando los escritos de éste fueron considerados contrarrevolucionarios. Heras León fue mandado a reeducarse en una fábrica de acero, y Paz fue expulsado de su organización juvenil y enviado a un lugar remoto de la isla a hacer periodismo, a pesar de haberse graduado con distinción.
 
 
Entre las obras de Paz se destacan El niño aquel, una colección de cuentos publicada en 1979 que obtuvo el Premio David de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la novela Un rey en el jardín y el cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo, que en 1990 ganó el Premio Juan Rulfo de cuento. Actualmente trabaja como guionista de cine.

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