ONETTI
PERIODISTA: AÑOS DE NERVIOS Y ENTUSIASMO
por PABLO SILVA OLAZÁBAL
Tuve la suerte de conocer a Dolly Muhr, viuda
de Onetti, en razón de un homenaje que le tributáramos al escritor en el 2004 y
que llevó el contradictorio título, casi oximorónico, de “Movida Onetti”. La
volví a ver al año siguiente, a la salida de una exposición de manuscritos y
objetos personales de JCO en el Centro Cultural de España. Recién allí, en un
bar de la Ciudad Vieja de Montevideo que ya no existe, me animé a preguntarle
si era verdad que Onetti buscaba información y se documentaba para desarrollar
sus ficciones.
La respuesta fue categórica: “¡Por supuesto! Él
era periodista”.
Debo haber puesto una expresión de asombro,
porque se sintió obligada a añadir: “era un periodista, no lo olvides”.
Lo llamativo de este énfasis es que el oficio
periodístico choca al menos con dos principios onettianos, a saber, que existe
una visceral incomunicación del ser humano (como dice en el cuento “Justo el treintaiuno” -y repite con otras
palabras a lo largo de su obra-: “todo,
simplemente, había sido o era así, de tal manera, aunque acaso fuera de otra,
aunque cada persona imaginable pudiera dar una versión distinta”). En segundo
lugar, porque el destinatario de su escritura es él mismo. O siguiendo la
fórmula empleada por Joyce, repetida en entrevistas: “escribo para un señor que
está al otro lado de la mesa, que se llama Onetti”.
El ejercicio periodístico parte de premisas
contrarias: que se puede comunicar con mayor o menor eficacia algo que ha
acontecido hace poco y que la comunicación puede (y debe) destinarse a un
público masivo. ¿Hasta dónde llegó a involucrarse JCO en su oficio de
periodista? ¿cuál es el significado de este ejercicio en su obra literaria?
Para empezar, veamos su trayectoria.
Nacimiento de un francotirador
Todo comienza en la prehistoria, en el paraíso
perdido, en Villa Colón, un pueblito -hoy barrio con una situación
socioeconómica delicada- ubicado al noroeste de Montevideo, poblado por
inmigrantes europeos y llenos fincas de recreo para la clase alta, con viñedos,
granjas y chacras. Allí se mudó la familia Onetti por razones económicas; Juan
contaba entonces con sólo trece años y para él este cambio significó lisa y llanamente
la Libertad.
En el pueblo que andando el tiempo, y aunque
los críticos no lo reconozcan, servirá de base para la futura Santa María,
llegó a practicar deportes y a disfrutar de la vida al aire libre: hizo remo,
basketball, atletismo y anduvo a caballo por el pueblo y por el campo.
También unos años más tarde, en el verano del
’27, fundó junto a dos amigos “La tijera de Colón”, una revista que duraría
siete números y dos años (cierra en 1929), donde publicará sus primeros
artículos.
“Nos divertíamos mucho haciéndola -recordaría
cincuenta años más tarde- y también tratando de cobrarle a los avisadores.
Cobrar los avisos era mi misión. No era una revista literaria, y la hicimos así
para adecuarla al público al que iba destinada. No obstante ser una revista sin
pretensiones, hubo una cantidad de anónimos, y otros firmados, amenazándonos
con palizas. Nosotros criticábamos y nos metíamos con todo el mundo y algunos
se molestaban”.
Se trata de una revista manifiestamente
provinciana[1],
de pueblo chico, donde abundan los pedidos y sugerencias a comisiones de
fomento, y donde todo parece más bien un divertimento de jóvenes -que lo era-
además de un vehículo para poder vender avisos publicitarios -que también lo
era-, pero lo cierto es que es hay en todos los números un aire de filosa y
aguda ironía, una combinación constante de la cita erudita con el lenguaje
chocarrero y plebeyo (tanguero y murguero). Por debajo late una atroz burla a
lo snob, a lo inauténtico, rasgos que más adelante serían la marca registrada
del Onetti periodista -no sólo el de los “alacraneos” de Marcha sino, y quizás fundamentalmente, el de los artículos de su
última época, algunos revestidos como aquellos del principio, de una gracia
decididamente oscura (me refiero a los protagonizados por el cuervo Nevermore o el Crown).
Ningún artículo de “La tijera de Colón” está
firmado. Onetti llegó a reconocer como propias sólo cinco[2]
narraciones breves, pero el aire de la
revista posee ese humor satírico y
desmitificador que abunda en sus piezas periodísticas y que tanto se echa en
falta en sus narraciones. En cierto modo representa el inicio de algo que se
repetiría puntualmente en casi todas sus notas periodísticas: el uso ya no del
humor sino del chiste, la ocurrencia aguda, el chascarrillo látigo que pretende
un efecto gracioso -aunque no siempre logre su objetivo.
Para disfrutarlas en toda su intención es
necesario, entre otras cosas, desconectarse del Onetti opresivo y envolvente de
cuentos y novelas y sintonizar con el cultor de la chispa y la réplica
ingeniosa, con el Onetti articulista.
Mito fundacional
En 1930 deja Colón y se casa con su prima en
Buenos Aires, donde publica algunas notas sobre cine en Crítica. Deberá atravesar avatares conyugales (dos divorcios de dos
primas), necesidades económicas y multiempleos forzosos hasta llegar a 1939,
año de fundación del Onetti escritor -publica “El pozo”- y del Onetti
periodista -es nombrado secretario de redacción del naciente semanario Marcha.
Tiempo después recreará este inicio mitológico
en clave de chiste: según él, Carlos Quijano no sólo le ofreció ocupar el cargo
de secretario de redacción sino que además le solicitó que diera una visión de
la literatura nacional. “No puedo -fue su parca respuesta-. No existe”.
“Entonces -replicó el otro como un personaje de John Ford- invéntela”.
En una segunda versión Onetti habría
argumentado que le es imposible hacerlo porque no conoce ninguna literatura
nacional, a lo que Quijano responde “yo tampoco sé de ninguna política nacional
y sin embargo escribo semanalmente sobre ella”. Por último, hay una versión
épica, seguramente más realista [3].
Durante dos años y bajo el seudónimo de
“Periquito el Aguador” publica una columna semanal “La piedra en el charco”. La
crítica sin piedad al somnoliento panorama literario le permite esbozar sus
convicciones literarias y un programa de escritura -y lectura- que serán claves
para el desarrollo de su obra narrativa. “Es necesario -afirma en “Señal”, el
primer artículo- que una ráfaga de atrevimiento, de firme y puro atrevimiento
intelectual cure y discipline el desgano de las inteligencias nacientes y que
haya alguien que sepa recoger las lecciones que Ortega y Gasset dictaba a
los jóvenes argentinos, con estas
palabras de Hegel, que deben grabarse como un lema: “Tened el valor de
equivocaros”.
También publica falsas “cartas al director” y
notas humorísticas bajo la firma de “Grucho Marx”, llenas de un humor oscuro, a
medio camino entre la sátira de costumbres y la cita, que en gran parte no ha
resistido el paso del tiempo y que busca criticar la afectación burguesa y
despertar a los lectores de la siesta montevideana.
Omar Prego Gadea, escritor y amigo, comenta que
además de todas las tareas extenuantes de secretario de redacción de un
semanario pobre, escribía cuentos y textos breves para llenar los
espacios vacíos antes de cada cierre.
Pese a la precariedad, esta etapa de Marcha -como en la segunda época, la del
diario Acción, cuando colabora con
artículos- incluye valiosísimas reflexiones sobre autores europeos y
norteamericanos que dibujan también su periplo como lector atento y perspicaz,
al día con las novedades literarias y con una opinión precisa y fundada sobre
ellas. Así, comparecen Faulkner, Proust, Celine, Joyce, Arlt, Nabokov, entre
otros, pero también Sartre, Francoise Sagan, Camus. O como veremos más adelante,
Graham Greene.
En general todos los artículos poseen alguna o
varias frases sarcásticas y trasuntan un humorismo paródico que se combina con
la lucidez y la originalidad de sus asertos. Las excepciones, pocas, ocurren
cuando el autor quiere ponerse serio, por la importancia que le otorga al tema:
por ejemplo, cuando reinvindica una novela del escritor uruguayo Paco Espínola
o un poemario del olvidado Beltrán Martínez.
Pero hasta en las reflexiones literarias más
sesudas aparece la ironía. Por ejemplo, cuando atribuye la paternidad del
monólogo interior -“uno de los aportes más grandes hechos por un solo escritor
a la literatura”- a James Joyce, soslayando así la maternidad de
Virginia Woolf, que lo había utilizado antes, porque “en arte, lo que valen no
son las ideas sino las realizaciones”. Importa conocer quién empleó mejor el
recurso, no quien lo empleó primero.
Graham Greene y la melancolía
esencial
Recogidos por el crítico Jorge Ruffinelli en el
libro “Réquiem por Faulkner” (1976), los artículos del período de Marcha y del diario Acción expresan fobias y simpatías inesperadas del Onetti lector.
Es el caso de de Graham Greene, de quien
comenta su novela “El fin de la aventura” en un artículo titulado
significativamente “Greene visto por un lector”. Lo acusa de encubrir con un
“alarde de profesionalismo” las debilidades intrínsecas de la historia, que
detalla con crueldad: los personajes secundarios no pasan de ser datos o
símbolos subordinados a su función de emocionar y no tienen carnadura real, al
igual que algunos de los protagonistas. También ataca al argumento: ¿por qué,
se pregunta con sorna, siempre que Dios aparece en las novelas de los
escritores católicos invariablemente pertenece a la Iglesia Católica? ¿por qué
no al Islam o a los protestantes?
Recuérdese que la historia que cuenta esta
novela (llevada al cine por Neil Jordan en 1999, con Julianne Moore y Ralph
Fiennes, con el título “El ocaso de un amor”) es muy original, porque narra un
triángulo amoroso en donde uno de los vértices es ocupado por Dios.
Precisamente Onetti lamenta que el Dios de
Greene da muestras de poca sutileza teológica: parece un pobre hombre
todopoderoso necesitado de lisonjas y sobre todo capaz de venganzas. Además, la
trama está abrumada por las casualidades, los milagros son endebles, etcétera. Matiza
esta durísima crítica con una sola salvedad: “El poder y la gloria” continúa
siendo una de las mejores novelas del s. XX, la única en donde la tesis se
conserva respetable gracias a la calidad artística que la envuelve.
Pero al final, luego de toda esta batería de críticas
hace un giro copernicano, o más bien borgeano, y dictamina que ellas se basan
en que siempre debemos exigirle más a Graham Greene porque si el “El fin de la
aventura” hubiera sido escrito en
Uruguay, “estaríamos anunciando con júbilo la aparición de un gran novelista”.
A fin de cuentas se trata de una historia de amor admirablemente dicha
por “un maestro de la novela contemporánea”.
Y mucho más importante, en ella Greene aborda
“sus temas predilectos: la incomunicación, la melancolía esencial de todo acto
humano, la nunca satisfecha necesidad de fe en Dios o en su inexistencia”. Que
son, vaya casualidad, los mismos de la narrativa onettiana.
Reuter, Acción, Efe
Dos años más tarde, en 1941 se pelea con Carlos
Quijano y pasa a trabajar para la agencia de noticias Reuters de Montevideo.
Ese mismo año “unos inspectores ingleses” visitan la agencia y lo ascienden a
secretario de redacción en Reuter Buenos Aires, lo que habla de su eficacia en
el oficio. Según su biógrafo, Carlos María Domínguez, “en Reuter, Onetti era
conocido como un jefe responsable y silencioso que leía y corregía, luego de
resumidos por los redactores, los cables salidos de la teletipo desde el frente
de guerra. El inicial temor de los empleados dio paso al reconocimiento de una
casi enfermiza timidez y de un humor fino y corrosivo que no todos entendían ni
toleraban”.
Esta profesionalidad habla de un periodista
integral que conoce y respeta todos los mecanismos del oficio. Años después, el
propio Onetti lo recordará así: “Durante años fui Secretario de la Agencia
Reuter, en Montevideo y en Buenos Aires. Eran, para mí y creo que para todo
periodista, años de nervios y entusiasmo”. (Nervios y entusiasmo, ¡qué lejos
estamos aquí de la figura tópica del escritor yacente que, sumido en alcohol,
observa el mundo con indiferencia!).
Pronto pasa a desempeñarse como secretario de
redacción de la revista “Vea y lea” y posteriormente a como redactor
responsable de Ímpetu, una revista de publicidad, en la que hace de todo,
incluyendo editoriales, a la vez que traduce entrevistas a publicistas que
aparecen en revistas yanquis. Este trabajo, como suele ocurrir siempre con la
publicidad, fue el mejor pagado de todos. Entre otras cosas le permitió
regresar a Montevideo y casarse con Dolly, quien lo recuerda vistiendo
“impecablemente” por exigencias del cargo: elegante traje y corbata rematado
con sombrero stetson y unos guantes de pecarí.
Allí vuelve al periodismo, esta vez para Acción, diario vespertino vinculado al
por entonces presidente de la república Luis Batlle Berres. En todo este
período publica asimismo notas en Marcha,
de la que nunca se desvinculó ni afectiva ni intelectualmente .
Esta fidelidad proveerá el pretexto a los
militares para encarcelarlo (como es sabido, fue jurado de un concurso de
cuentos de Marcha que premió un
cuento supuestamente “pornográfico”) e internarlo tras un intento de suicidio
en un hospital siquiátrico.
Exiliado en España, otra vez sobrevive gracias al periodismo. Escribe un artículo
mensual para la agencia Efe: se trata de
“confesiones y reflexiones” donde el estilo campea a sus anchas y está
en todo su esplendor.
Sea cual sea la materia que aborde, la sorna y
la ironía, el humor, la omnipresencia del yo, la elipsis, la frase entrecortada
y el dato preciso, o la cita erudita y la chabacana conviven guiados por un
espíritu juguetón que continuamente da esquinazos a la atención del lector,
como si quisiera zamarrearlo y despertarlo y decirle “hey, este no es otro
artículo más”.
En cierta forma recuerdan los de otro gran
cronista español, Francisco Umbral, de quien Onetti tomó prestado un giro
habitual en sus artículos para titular su novela Cuando entonces.
Publicados en el libro “Confesiones de un
lector” (1995), podemos encontrar aquí definiciones de todo tipo, donde se
expresan fobias y filias literarias que no tienen cabida en la obra narrativa.
Entre otros, declara su admiración por autores tan disímiles como Valle Inclán
-de quien sostiene es el mejor escritor español del siglo XX-, Pío Baroja o
Torrente Ballester, a quien llama “maestro”. O cuenta cómo fue tocado por el
rayo al leer el cuento “Todos los aviadores muertos” de Faulkner en la revista Sur.
Hay también muchísimos fragmentos de
inteligencia humorística -como cuando señala que los kiosqueros, como la
naturaleza, aborrecen el vacío- siempre puestos al servicio de una inteligencia
mayor y más profunda, así como sorprendentes valoraciones literarias. Por
ejemplo, sobre la obra de Charles Bukowski.
A primera vista pareciera fácil encontrar
afinidades entre las estéticas de ambos escritores pero leyendo sus artículos
queda claro que Onetti nunca las vio. Al contrario, califica esa obra de “pornográfica”
-un adjetivo que a él le costó la cárcel- o directamente de
“pornoexcrementicia”. Tras señalar la simplicidad de su escritura detalla su
génesis: “se toma un libro de algún epígono de Henry Miller -que él sí, cuando
quiere, demuestra talento-, se lo divide en trozos para no indigestar, (...) se
agrega una buena dosis de “no saber escribir” y se sirve al público adecuado
(...). Según Onetti, el error de esta literatura radica en que bajo el pretexto
de “mostrar la vida tal cual es”,
traslada experiencias repugnantes sin filtrarlas artísticamente. Agrega
cruelmente la conveniencia de que el autor sea “borracho profesional” y “tanto
mejor si es drogadicto”. Su éxito le provoca tanta desazón que lo machaca en
cuatro artículos, todos de 1979, llegando a esta afirmación tajante: “Si el
sucio anciano borracho de Bukowski es un respetable escritor y un guía para la
juventud de su país, ya todo es posible”.
En definitiva, el campo periodístico sirvió a
Onetti no sólo como recurso alimenticio que moldeó su vida laboral y política
además de nutrir su universo de ficción. También le sirvió para llevar a cabo
una larga confesión pública que puede leerse como una contracara de la otra,
más íntima y personal, desarrollada a lo largo de una atrapante obra
literaria.
Notas
1) LA TIJERA DE COLÓN. Año I
No. 1 (marzo 1928). Reproducción facsimilar y numerada de 001 a 150. Ediciones
El Galeón y L&M Editores, Montevideo, 2001.
2) LA TIJERA DE COLÓN. “Para
un retrato del artista cachorro”, Rosario Peyrou, “El País Cultural”, 20 / 04 /
02, disponible en internet junto al artículo “David el Platónico" de dicha
revista.
3) “¿De Marcha qué querés que te cuente?” le dice a Jorge Ruffinelli “¿Qué
para sacar el primer número me pasé cuarenta y ocho horas parado en el taller,
y que al final tenía los pies sangrantes, y que al sacarme las medias se me
salía la piel? Quijano va a pensar que digo esto quejándome de que me
explotaba”. “Requiem por Faulkner y otros artículos”, Arca Calicanto, Buenos
Aires, 1976 pag. 220.
[1] LA TIJERA
DE COLON. Año I No. 1 (marzo 1928) al No. 7. Reproducción facsimilar y numerada
de 001 a 150. Ediciones El Galeón y L&M Editores. Montevideo, 2001.
[2] La Tijera de Colón. Para un retrato del artista cachorro”, Rosario Peyrou.
“El País Cultural”, 20/04/02, disponible en internet junto al artículo “David
"el Platónico" de dicha revista.
[3] “¿De “Marcha” qué querés que te
cuente?” le dice a Jorge Ruffinelli “¿Qué para sacar el primer número me pasé
cuarenta y ocho horas parado en el taller, y que al final tenía los pies
sangrantes, y que al sacarme las medias se me salía la piel? Quijano va a
pensar que digo esto quejándome de que me explotaba”. “Requiem por Faulkner y
otros artículos”, Arca Calicanto, Buenos Aires, 1976 pag.220
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