G.
K. CHESTERTON (1874 – 1936)
EL
HOMBRE QUE FUE JUEVES
(PESADILLA)
Traducción
y prólogo de ALFONSO REYES
TRIGESIMONOVENA ENTREGA
CAPÍTULO
UNDÉCIMO
LOS
MALHECHORES DANDO CAZA A LA POLICÍA (1)
Syme apartó de sus ojos
los gemelos con una emoción de alivio.
-No -dijo enjugándose
la frente-; no viene el Presidente con ellos.
-Pero están todavía muy
lejos -dijo el asombrado Coronel entrecerrando los ojos, y no completamente
recobrado aún de la sorpresa que le causaran las explicaciones tan corteses como
rápidas de Bull-. ¿Es posible que reconozca usted a su Presidente entre esa
multitud?
-¡Cómo no había yo de reconocer
a un elefante blanco! -dijo Syme como irritado.- Dice usted muy bien: están muy
lejos; pero si él viniera con ellos... Créame usted, se estremecería la tierra.
Tras una pausa, el
llamado Ratcliffe dijo con decisión:
-No: el Presidente no
está con ellos. Yo hubiera deseado lo contrario. Quiere decir que a estas horas
está entrando en triunfo en París o se sienta sobre las ruinas de la catedral
de San Pablo.
-Eso es absurdo -dijo
Syme-. Algo habrá hecho en nuestra ausencia, pero no es posible que haya
arrasado al mundo en un instante-. Y después, considerando los llanos vecinos a
la estación, continuó-: Es casi seguro, es seguro que una multitud se dirige
hacia acá; pero no el ejército que usted dice.
Y el detective contestó
con desdén:
-¿Esos? No, no son por
sí mismos una fuerza formidable; pero advierta usted que está su fuerza
calculada exactamente para dominarnos: nosotros no somos muchos, amigo mío,
dentro de este universo sometido al Domingo. Él se ha apoderado ya previamente
de todos los cables de telégrafos. Matar al Consejo Supremo es para él una cosa
insignificante, como echar al correo una tarjeta postal; por eso la confía al
Secretario.
Y escupió en la yerba.
Después, volviéndose a los otros habló así con austeridad:
-Mucho bien puede
decirse de la muerte; pero al que tenga alguna preferencia por el otro extremo,
le aconsejo que me siga.
Y dicho esto se echó a
andar presurosamente hacia el bosque. Los otros advirtieron que la nube humana
se desprendía de la estación y entraba en el campo con misteriosa disciplina.
Ya se podían distinguir a simple vista las manchas negras de los antifaces de
los jefes. Entonces todos se apresuraron a seguir al Inspector que ya alcanzaba
los linderos del bosque y desaparecía entre los follajes agitados.
El sol caía, seco y
cálido, sobre la yerba. Al entrar en el bosque, sintieron el fresco de la
sombra como el bañista que se arroja a la sombría alberca. El interior del
bosque vibraba de rayos de sol y haces de sombra, que formaban un tembloroso
velo como en la vertiginosa luz del cinematógrafo. Syme apenas podía distinguir
las formas sólidas de sus compañeros, en aquellas danzas de luz y sombra. Ya se
iluminaba una cabeza, dejando en la oscuridad el resto del cuerpo, con una
súbita claridad rembrandtesca. Ya se veían unas manosblancas junto a una cabeza
negra. El ex-Marqués se había echado sobre las cejas el sombrero de paja, y la
sombra negra de la falda cortaba en dos su rostro de tal modo que parecía
llevar un antifaz como sus perseguidores. Syme se puso a divagar ¿Llevaría
Ratcliffe antifaz? ¿Lo llevaría realmente alguien? ¿Existiría realmente
alguien? Aquel bosque de encantamiento, donde los rostros se ponían
alternativamente blancos y negros, ya entrando en la luz, ya desvaneciéndose en
la nada, aquel caos de claroscuro (después de la franca luminosidad de los
campos) era a la mente de Syme un símbolo perfecto del mundo en que se
encontraba metido desde hacía tres días; aquel mundo en que los hombres se
quitaban las barbas, las gafas, las narices, y se metamorfoseaban en otros.
Aquella trágica
confianza en sí mismo, de que se sintió poseído cuando se figuró que el Marqués
era el mismo Diablo, había desaparecido del todo, ahora que el Marqués se le
había convertido en un aliado. En tal desazón, casi se preguntaba qué es un
amigo y qué es un enemigo. Las cosas, aparte de su apariencia, ¿tendrían alguna
realidad? El Marqués se arrancaba las narices y se transformaba en detective.
¿No podría igualmente quitarse la cabeza y quedar hecho un espectro? Después de
todo, ¿no era todo a la imagen y semejanza de aquel bosque brujo, de aquel
incansable bailoteo de luz y sombra? Todo podía ser un resplandor fugaz, un
destello siempre imprevisto y pronto olvidado. Porque en el interior de aquel
bosque salpicado de sol, Gabriel Syme encontraba lo que muchos pintores
modernos han encontrado: lo que hoy llaman "impresionismo", que sólo
es un nuevo nombre del antiguo escepticismo, incapaz de encontrarle fondo al
universo.
Como el que, entre los
horrores de la pesadilla, se esfuerza por despertarse y gritar, Syme hacía lo
imposible por librarse de esta última y más abominable de todas sus
alucinaciones. En dos trancos alcanzó al hombre que llevaba el sombrero de paja
del Marqués, el hombre a quien ahora había de llamar por el nombre de
Ratcliffe. Y con exagerados gritos rompió así aquel horrendo e inacabable
silencio:
-¿A dónde vamos, si se
puede saber?
Y tan sincero había
sido su sobresalto, que se sintió lleno de alegría al oír la voz humana, común
y sonriente de su compañero:
-Hay que ir al mar por
Lancy. Espero que Lancy no estará por ellos.
-¿Qué quiere usted
decir? -preguntó Syme- No es posible que dominen la tierra hasta ese punto. Hay
muchos obreros que no son anarquistas y, cuando todos lo fueran, las multitudes
desorganizadas no pueden hacer frente a los modernos ejércitos de la policía.
-¡Multitudes desorganizadas!
-repitió el nuevo aliado-. Habla usted de multitudes y de la clase obrera como
si de eso se tratara. Participa usted por lo visto de esa estúpida teoría que
pone en las clases pobres el origen del anarquismo. ¿Por qué ha de ser así? Los
pobres han sido rebeldes, pero nunca anarquistas. Están más que nadie
interesados en mantener un gobierno honrado. El pobre tiene profundas raíces en
su tierra. El rico no: puede un buen día tomar el yate y marcharse hacia la
nueva Guinea. El pobre ha protestado a veces contra el mal gobierno; pero el
rico ha protestado contra todo gobierno. Los aristócratas fueron siempre
anarquistas: vea usted el caso de las guerras feudales.
-Sí, no está mal como
conferencia la historia patria para los niños -dijo Syme-; pero aún no veo la
aplicación.
-La aplicación es -dijo
el otro- que la mayoría de los auxiliares del Domingo son millonarios
sudafricanos y americanos. Por eso se ha apoderado de todas las comunicaciones.
Por eso los últimos cuatro campeones de la policía antianarquista andan huyendo
como conejos, por el bosque.
-Entiendo lo de los
millonarios, que siempre han sido unos locos -dijo Syme, reflexivo-. Pero una
cosa es apoderarse de unos cuantos viejos maniáticos y depravados,y otra es
apoderarse de las grandes naciones cristianas. Yo apuesto mis narices (perdone
usted la alusión), a que Domingo no tiene poder alguno para convertir a
cualquier persona cuerda y normal.
-Todo depende de la
persona.
-Ésa, por ejemplo -contestó
Syme señalando frente a sí.
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