MARLO
MORGAN
LAS
VOCES DEL DESIERTO
TRIGESIMOSEXTA ENTREGA
26.
FELIZ NO CUMPLEAÑOS
Durante
nuestro viaje se realizaron dos celebraciones para honrar el talento de sendas
personas. Todos los miembros de la tribu reciben este reconocimiento mediante
una fiesta especial, pero no tiene nada que ver con la edad ni los cumpleaños;
con ella se reconoce el carácter único de ese talento y su contribución a la
vida. Según sus creencias, el paso del tiempo cumple el propósito de permitir a
las personas que se vuelvan mejores, que expresen más y mejor su propio ser.
Así pues, si eres mejor persona este año que el anterior, y sólo tú lo sabes
con seguridad, debes ser tú quien convoque la fiesta. Cuando tú dices que estás
preparado, todos lo aceptan.
Una
de las celebraciones que presencié se dedicaba a una mujer cuyo talento o
medicina en la vida era escuchar. Su nombre era Guardiana de los Secretos. Ella
siempre estaba dispuesta a escuchar a quien fuera, sin importar sobre qué
quisiera hablar, confesar o desahogarse, o qué peso deseara quitarse de encima.
Consideraba que las conversaciones eran privadas; en realidad no ofrecía consejos
ni tampoco juzgaba. Sostenía la mano o la cabeza de la otra persona sobre su
regazo y se limitaba a escuchar. A su modo parecía animar a la gente a hallar la
solución por sí misma, a seguir los dictados de su corazón.
Yo
pensé en mis compatriotas, en la gran cantidad de jóvenes norteamericanos que
no tienen la menor del sentido que deben dar a su vida, en las personas sin hogar
que creen que no tienen nada que ofrecer a la sociedad, a los adictos a
cualquier droga que quieren vivir una realidad diferente a la única que hay.
Sentí deseos de llevarles al desierto para que fueran testigos de lo poco que a
veces se necesita para ser de provecho a la comunidad, y lo maravilloso que
resulta conocer y experimentar el sentimiento de la propia valía.
Aquella
mujer conocía sus puntos fuertes, como también los conocían los demás miembros
de la tribu. En la fiesta participamos todos. Guardiana de los Secretos sentada
en un nivel ligeramente superior. Ella había pedido que el universo proporcionara
alimentos de brillante colorido, si era posible. Efectivamente, aquella tarde
encontramos en nuestro camino plantas llenas de frutos.
Días
antes habíamos visto caer un chaparrón a lo lejos y después hallamos docenas de
renacuajos en pequeños estanques de agua. Los renacuajos se colocaron sobre las
rocas calientes, donde se secaron rápidamente para convertirse en una nueva
forma de comida que jamás hubiera soñado. El menú de nuestra fiesta incluyó
además una especie de criatura de desagradable aspecto que daba brincos por el
fango.
En
la fiesta tuvimos música. Yo enseñé a los Auténticos un baile fronterizo de
Texas, Cotton-Eyed loe, que adaptamos
al ritmo de sus tambores, y pronto se oyeron grandes risas. Luego les expliqué
que a los Mutantes les gusta bailar en parejas y pedí a Cisne Negro Real que me
acompañara. Enseguida aprendió los pasos de vals, pero no conseguimos producir
el ritmo correctamente. Yo empecé a tararear la melodía y animé a los demás a imitarme.
Al poco rato todo el grupo tarareaba y bailaba el vals bajo el cielo de
Australia. También les mostré el baile de figuras, en el que Outa se
desenvolvió magníficamente como maestro de ceremonias. Esa noche decidieron que
tal vez ya dominara el arte de curar en mi sociedad y deseara dedicarme a la
música…
Fue
la ocasión en que más cerca estuve de recibir un nombre aborigen. A mis
compañeros de viaje les parecía que yo tenía más de un talento y estaban descubriendo
que podía quererlos tanto a ellos como a su modo de vida sin dejar de ser leal
al mío, así que me apodaron Dos Corazones.
En
la fiesta de Guardiana de los Secretos, se fueron turnando para explicar el
alivio que suponía tenerla a ella en la comunidad y lo valioso que era su
trabajo para todo el mundo. Ella enrojeció, radiante pero humilde, y aceptó el
elogio de un modo digno y regio.
Fue
una gran noche. Antes de quedarme dormida, di las gracias al universo por un
día tan memorable.
No
hubiera aceptado marcharme con aquella gente
si me hubieran dado a elegir. No pediría renacuajo para comer si
estuviera en un menú. Sin embargo, en aquellos momentos pensé en lo absurdas
que han acabado siendo algunas de nuestras fiestas y en los maravillosos momentos
que estaba disfrutando en el desierto.
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