16/1/16

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)

LOS CANTOS DE MALDOROR


CUADRAGESIMOSEGUNDA ENTREGA

(Barral Editores / Barcelona 1970)


CANTO SEGUNDO


5 (1)



Al realizar mi paseo cotidiano, todos los días pasaba por una calle estrecha; todos los días una esbelta chiquilla de diez años me seguía respetuosamente a cierta distancia, a lo largo de esa calle, mirándome con ojos simpáticos y curiosos. Estaba desarrollada para su edad, y tenía el talle esbelto. Abundantes cabellos negros, partidos en dos sobre la cabeza, caían en trenzas independientes sobre sus hombros marmóreos. Un día que me seguía como de costumbre, los brazos musculosos de una mujer de pueblo la apresaron por los cabellos así como el torbellino apresa a la hoja, administraron dos brutales bofetadas a unas mejillas altivas y mudas, y condujeron a su casa a aquella conciencia extraviada. Por más que yo fingiera indiferencia, ella nunca dejaba de acosarme con su presencia importuna. Cuando a buen paso tomaba yo por otra calle para continuar mi camino, se detenía, haciendo un violento esfuerzo sobre sí misma, al final de aquella calle estrecha, inmóvil como la estatua del silencio, y no cesaba de mirar adelante hasta que yo desaparecía. Cierta vez, la muchacha me precedió en la calle y acompasó su andar al mío. Si yo apresuraba la marcha para pasarla, ella casi echaba a correr para conservar la distancia; pero si aminoraba la marcha para crear un mayor intervalo entre ambos, ella también la aminoraba, poniendo al hacerlo toda la seducción de su infancia. Cuando hubo llegado al fin de la calle, se volvió lentamente de manera de obstruirme el paso. No tuve tiempo de esquivarla, y me encontré frente a su rostro. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos. No era difícil ver que quería hablarme, pero no sabía cómo hacerlo. Poniéndose de pronto pálida como un cadáver me preguntó: “¿tendría la bondad de decirme qué hora es?” Le dije que no llevaba reloj, y me alejé rápidamente. Desde ese día, niña de imaginación inquieta y precoz, no has vuelto a ver en la calle estrecha al joven misterioso que vagaba arrastrando penosamente, por el pavimento de encrucijadas tortuosas, sus pesadas sandalias. La aparición de este cometa ardiente no brillará más como un triste motivo de curiosidad fanática sobre la fachada de tu vigilancia desilusionada; y pensarás a menudo, demasiado a menudo, y quizá siempre, en aquel que no parecía preocuparse por los males y los bienes de la vida presente, y deambulando al acaso, la cara horriblemente muerta, los cabellos desgreñados, el andar vacilante, y agitando los brazos ciegamente en las aguas irónicas del éter como para buscar allí la sanguinolenta presa de la esperanza, que hace rebotar continuamente, a través de las inmensas regiones del espacio, el quitanieves implacable de la fatalidad. No me verás más ni yo te veré más… ¿Quién sabe? Quizás esa niña no fuera lo que parecía. Bajo un exterior ingenuo, es probable que ocultara una inmensa astucia, el peso de dieciocho años, y el encanto del vicio. Se ha visto a mercenarios del amor expatriarse alegres de las Islas Británicas, y atravesar el estrecho. Hacían resplandecer sus alas girando en dorados enjambres a la luz parisiense; y al advertirlas, uno decía: “Pero si todavía son niñas; no tienen más de diez o doce años.” En realidad tenían veinte. ¡Oh, si esto fuera cierto, malditos sean los meandros de esta calle oscura! ¡Horrible! ¡Horrible lo que allí pasa! Probablemente su madre la castigó porque no era bastante hábil en su oficio. También es posible que fuera realmente una niña, y entonces su madre resultaría aun más culpable. No quiero creer en esta posibilidad que es sólo una hipótesis, y prefiero amar en ese personaje novelesco a un alma que se revela precozmente… ¡Ah!, lo ves, chiquilla, te encarezco que no vuelvas a presentarte ante mis ojos, si acaso pasara alguna vez por la calle estrecha. ¡Podría costarme caro! Ya la sangre y el odio me suben a la cabeza en oleadas bullentes. ¿Que sea yo tan generoso como para amar a mis semejantes? ¡No, no! Lo he resuelto desde el día de mi nacimiento. Ellos no me aman.

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