CONDE
DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)
LOS
CANTOS DE MALDOROR
CUADRAGESIMOCUARTA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO SEGUNDO
6 (1)
¡Qué niño encantador
está sentado en un banco del jardín de las Tullerías! Sus ojos audaces miran
fijamente algún objeto invisible, allá lejos en el espacio. No debe tener más
de ocho años, y, sin embargo, no se divierte como sería lógico. Por lo menos
debería reír y pasear con algún camarada, en lugar de apartarse; pero no está
en su temperamento.
¡Qué niño encantador
está sentado en un banco del jardín de las Tullerías! Un hombre movido por un
oculto designio, va a sentarse a su lado en el mismo banco, con actitudes
equívocas. ¿Quién es? No necesito decíroslo, pues lo reconoceréis por su
conversación tortuosa. Escuchemos sin molestarlos:
-¿En qué pensabas,
niño?
-Pensaba en el cielo.
-No es necesario que
pienses en el cielo; nos sobra con pensar en la tierra. ¿Estás cansado de
vivir, tú, que apenas acabas de nacer?
-No, pero todo el mundo
prefiere el cielo a la tierra.
-Oye bien, yo no. Pues
como el cielo ha sido hecho por Dios, lo mismo que la tierra, ten por seguro
que encontrarás los mismos males que acá abajo. Después de la muerte no
obtendrás una recompensa de acuerdo con tus méritos, pues si cometen
injusticias contigo en este mundo (como lo comprobarás por experiencia más
tarde), no hay razón para que en la otra vida ya no las cometan más. Lo mejor
que puedes hacer es no pensar en Dios, y hacerte justicia por ti mismo, ya que
te la rehúsan. Si uno de tus camaradas te ofendiera, ¿acaso no te haría feliz
matarlo?
-Pero está prohibido.
-No está tan prohibido
como crees. Se trata simplemente de no dejarse atrapar. La justicia que
suministran las leyes no vale nada; es la jurisprudencia del ofendido la que
cuenta. Si detestaras a uno de tus camaradas, ¿no serías desdichado al saber
que en todo instante lo tienes en la mente?
-Es cierto.
-Tenemos, pues, uno de
tus camaradas que te hará desdichado toda la vida; porque al comprender que tu
odio es sólo pasivo, no dejará de burlarse de ti, y de hacerte daño
impunemente. No hay más que un medio de poner fin a la situación:
desembarazarte del enemigo. He ahí donde quería llegar para hacerte comprender
sobre qué bases está fundada la sociedad actual. Cada uno debe hacerse justicia
por sí mismo, salvo que sea un imbécil. Obtiene la victoria sobre sus semejantes
sólo el más astuto y el más fuerte. ¿Acaso no querrás algún día dominar a tus
semejantes?
-Sí, sí.
-Sé entonces el más
fuerte y el más astuto. Todavía eres demasiado joven para ser el más fuerte;
pero desde hoy puedes ampliar la astucia, el más precioso instrumento de los
hombres de genio. Cuando el pastor David alcanzó en la frente al gigante
Goliath con una piedra lanzada con su honda, ¿no resulta admirable comprobar
que solamente por la astucia David venció a su rival, y que, por el contrario,
si hubiesen luchado a brazo partido, el gigante lo habría aplastado como a una
mosca? Lo mismo pasa contigo. En lucha abierta, no podrás jamás vencer a los
hombres, sobre quienes ansías extender el imperio de tu voluntad; pero con la
astucia, tú podrás luchar solo contra todos. ¿Deseas riqueza, hermosos palacios
y gloria?, ¿o me engañabas cuando afirmabas tan nobles pretensiones?
-No, no, no os
engañaba. Pero quisiera adquirir lo que deseo por otros medios.
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