7/1/16

HUGO GIOVANETTI VIOLA

PURO VERSO

primera edición: 1989 / segunda edición aumentada: 1999 / tercera edición aumentada (WEB): 2015


SÉPTIMA ENTREGA



DOS: HEREDAD DE MI PADRE (1980 / 1982) (2)



13 (El perdón)


La mansa luz horizontal del mundo
nos hace ver el mar reverdecido.
Tristes rostros que amamos / como a nuestros espejos
fueron barrido por la imperfección.


Hora para rehacer la eternidad del gesto
el rictus de asunción o elección de la especie
con que al ritmo del sol / ecuménicamente
toda perversidad fue siempre perdonada.



14 (La despedida)


Se parece a la desesperación aunque no sea un pecado:
cuando al tocar un alma dulcemente desnuda
por motivos de adiós
no nos asombra tanto la oquedad espacial
como la de unos ojos.


Y lloramos cantando.



15 (El Otro)


El Otro es el dolor: extenderse a ignorarlo
como quien exorciza un reflejo deforme.


Pero no renegar por agonías: sólo tu rostro
-el peleado entre mares-
sentenciará que un cielo nos espeja.



16 (La muerte)


Plaza de luz lunar: tus hijos y tus muertos
brillando mansamente sobre la grada en sombra.


Y un trasmundo de plata en los ojos del toro.



17 (El cáliz)


Como brindis barrosos que acaban empedrando
los riñones del alma / irreversiblemente
te habitarán los vértices el desencuentro.


Se dividen las vidas.


Y la desgracia filtra su amanecer oscuro
entre la primavera
mientras un hombre muere alargando sus húmeros
y el sudario morado irradia una metáfora
que no alcanzan las sondas de la carne o del cosmos.



18 (El cementerio)


Te asustaban los pinos plantados en el fondo
de aquellas tardes áureas como dulces manzanas
picadas en secreto.


Un monte de serpientes oscurecía la fiesta.


Pero el predicador olvidó que tu vida
fue cuajada en el barro hueco de una mujer
y que no vuelve al polvo lo que ganó el espacio.


Flores son flores: y cipreses cipreses.



19 (El silencio)


Las palabras desoyen las leyes del silencio.


Alguna vez te dije -grabado está en tu infancia
como una maravilla jamás cicatrizada-
que aquello era inmortal.


Y no tuve piedad de los sepulcros.


¿Pero cómo explicar que a la orilla de un faro
emergiera mi voz perfectamente viva
por la celeste gruta de un atardecer tierno
excavado en tu alma?


Y la usina del mar apagó tu tristeza.



20 (La heredad)


I


Casa de atardecer
donde transita el flujo póstumo de mis aguas.
La bucearás ahogándote como un pez en la luz
hueca de una pecera
me jadearás tu amor con burbujas terrestres
y volverás al cauce
sobrenadando humosas marejadas de lágrimas.


¿Dónde se ancló la vida?


II


Una grandiosa sed de resistencia: eso queda del viaje
en la estación oscura. / No me preguntes más.


Pude sobrevivir tras un pincel flotante
a ras de los horrores
siendo sencillamente otro hermano que azula
el color del misterio con la razón domada.


Porque no conocemos de la inmortalidad
más que su espantapájaros.


Pero por sobre todo deberás otorgarle
antes de que atardezca
una mansa mirada fluvial a lo terrestre.


Eso queda del viaje.


III


Dejar más que un recuerdo:
colgar la dulce cumbre de tu cabeza muerta
como un yelmo de abrigo
para que otros la calcen desesperadamente
cuando el río no sea más que un gran vientre talado
y haga falta jadear sin navegar ni hundirse
en la heredad flotante.



21 (La resurrección)


Me contaron que un guía nombrado Dersu Uzala
-que abrevó en la infusión sobrehumana del pueblo
y la naturaleza-
soterraba los bosques con alimento anónimo
para quien precisara beber de la verdad.


¿Recorriendo la casa sobreviene un milagro / esa casualidad
redentora y radiante que unge o escandaliza?


No es la pompa espacial sino la gravidez

de una vida redonda / lo que pesa en el cielo.

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