HUGO
GIOVANETTI VIOLA
PURO
VERSO
primera edición: 1989 /
segunda edición aumentada: 1999 / tercera edición aumentada (WEB): 2015
SÉPTIMA ENTREGA
DOS:
HEREDAD DE MI PADRE (1980 / 1982) (2)
13
(El
perdón)
La mansa luz horizontal
del mundo
nos hace ver el mar
reverdecido.
Tristes rostros que
amamos / como a nuestros espejos
fueron barrido por la
imperfección.
Hora para rehacer la
eternidad del gesto
el rictus de asunción o
elección de la especie
con que al ritmo del
sol / ecuménicamente
toda perversidad fue
siempre perdonada.
14
(La
despedida)
Se parece a la
desesperación aunque no sea un pecado:
cuando al tocar un alma
dulcemente desnuda
por motivos de adiós
no nos asombra tanto la
oquedad espacial
como la de unos ojos.
Y lloramos cantando.
15
(El
Otro)
El Otro es el dolor:
extenderse a ignorarlo
como quien exorciza un
reflejo deforme.
Pero no renegar por
agonías: sólo tu rostro
-el peleado entre
mares-
sentenciará que un
cielo nos espeja.
16
(La
muerte)
Plaza de luz lunar: tus
hijos y tus muertos
brillando mansamente
sobre la grada en sombra.
Y un trasmundo de plata
en los ojos del toro.
17
(El
cáliz)
Como brindis barrosos
que acaban empedrando
los riñones del alma /
irreversiblemente
te habitarán los vértices
el desencuentro.
Se dividen las vidas.
Y la desgracia filtra
su amanecer oscuro
entre la primavera
mientras un hombre
muere alargando sus húmeros
y el sudario morado
irradia una metáfora
que no alcanzan las
sondas de la carne o del cosmos.
18
(El
cementerio)
Te asustaban los pinos
plantados en el fondo
de aquellas tardes
áureas como dulces manzanas
picadas en secreto.
Un monte de serpientes
oscurecía la fiesta.
Pero el predicador
olvidó que tu vida
fue cuajada en el barro
hueco de una mujer
y que no vuelve al
polvo lo que ganó el espacio.
Flores son flores: y
cipreses cipreses.
19
(El
silencio)
Las palabras desoyen las
leyes del silencio.
Alguna vez te dije -grabado
está en tu infancia
como una maravilla
jamás cicatrizada-
que aquello era
inmortal.
Y no tuve piedad de los
sepulcros.
¿Pero cómo explicar que
a la orilla de un faro
emergiera mi voz perfectamente
viva
por la celeste gruta de
un atardecer tierno
excavado en tu alma?
Y la usina del mar
apagó tu tristeza.
20
(La
heredad)
I
Casa de atardecer
donde transita el flujo
póstumo de mis aguas.
La bucearás ahogándote
como un pez en la luz
hueca de una pecera
me jadearás tu amor con
burbujas terrestres
y volverás al cauce
sobrenadando humosas
marejadas de lágrimas.
¿Dónde se ancló la
vida?
II
Una grandiosa sed de
resistencia: eso queda del viaje
en la estación oscura.
/ No me preguntes más.
Pude sobrevivir tras un
pincel flotante
a ras de los horrores
siendo sencillamente
otro hermano que azula
el color del misterio
con la razón domada.
Porque no conocemos de
la inmortalidad
más que su
espantapájaros.
Pero por sobre todo
deberás otorgarle
antes de que atardezca
una mansa mirada
fluvial a lo terrestre.
Eso queda del viaje.
III
Dejar más que un
recuerdo:
colgar la dulce cumbre
de tu cabeza muerta
como un yelmo de abrigo
para que otros la
calcen desesperadamente
cuando el río no sea
más que un gran vientre talado
y haga falta jadear sin
navegar ni hundirse
en la heredad flotante.
21
(La
resurrección)
Me contaron que un guía
nombrado Dersu Uzala
-que abrevó en la
infusión sobrehumana del pueblo
y la naturaleza-
soterraba los bosques
con alimento anónimo
para quien precisara
beber de la verdad.
¿Recorriendo la casa
sobreviene un milagro / esa casualidad
redentora y radiante
que unge o escandaliza?
No es la pompa espacial
sino la gravidez
de una vida redonda /
lo que pesa en el cielo.
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