24/1/16

UN TEXTO APARECIDO EN LA SECCIÓN DE LECTORES DEL SEMANARIO MARCHA EL 13 DE MARZO DE 1970


Hugo Giovanetti Viola                                                                     


Un mes antes de cumplir los 22 años tuve necesidad de mandar a Marcha esta especie de carta-manifiesto que hoy descubro que conserva toda su vigencia y es capaz de renovar un desafío movilizador para los actuales jóvenes plumíferos que tratan de no ahogarse en la endémica y tristísima mediocridad de nuestro charco color de león.


Yo ya estaba casi seguro de que había perdido este recorte, pero el entusiasmo de José Jorge -un heroico investigador de la Facultad de Humanidades que se ha transformado en el primer exégeta sistémico de nuestro Lautréamont narrativo, Tarik Carson (1946-2014)- me hizo recuperarlo entre esos papeleríos polvorientos que nos provocan más miedo a la nostalgia masoquista que a la alergia bronquítica.


La carta-manifiesto que hoy desentierro en elMontevideano Laboratorio de Artes logró que el mismísimo Tarik Carson apareciera una mañana en casa y posteriormente se integrara al todavía incipiente Grupo Universo, que iba surgiendo de los encuentros periódicos que teníamos con Hugo Bervejillo (1948) y Daniel Bentancourt (1946 -1996), dos extraordinarios narradores de la generación del 70.


Y ya en el primer número de la revista Universo se publicó Ogedinrof, un relato fantástico que integraría el primer cuentario de Tarik, El hombre olvidado (Géminis, Montevideo, 1973), donde ya aparecía constelada toda la madurez de un universo narrativo que no declinaría.


A los otros tres mosqueteros, en cambio, nos costó por lo menos una década adultizarnos vital y estéticamente, pero lo que tuvimos claro todos desde el pique fue la responsabilidad de trabajar desde y hacia una prospectiva universalista que se desmarcara tajantemente del desbarranque sociologizante en el que la generación del 45 sumergió al Uruguay durante más de medio siglo.


El Grupo Universo (que también incluyó en su nómina de redacción a Ingrid Tempel, Francisco Graells, Guillermo Chaparro, Mario Platero, Nora Bouzón, Álvaro Pierri y Alfredo Fressia) se disgregó pocos meses antes de la irrupción de la dictadura, pero en nuestros tres años de duración fuimos combatidos desde la misma Marcha, cuyo responsable literario era Jorge Ruffinelli, un minusválido escudero de Ángel Rama que confundía la verticalidad cósmica de los arquetipos con el anquilosamiento burgués y nos llamaba jóvenes viejos.


También conservo los recortes de las críticas que testimonian la irreversible miopía de este homúnculo que después de saborear un poquito de glamour funcionando como una garrapata de la guerrilla decidió acomodarse forever en el establishment literatoso de Yanquilandia (que tanto repugnó al gran J. D. Salinger) y lo verdaderamente triste es que la estupidez de sus argumentos llegue a resultar graciosa.


Lo único que suprimiría actualmente del texto que bauticé Llamado a una nueva generación de escritores son las menciones a Benedetti (a quien ya considerábamos un escritor de segundo orden, aunque en ese momento no éramos capaces de detectarle su insaciable voracidad marketinera y además vivía en la todavía sacratísima Cuba) y a Juan Fló, un irredento esteta positivista disfrazado de pope metafísico que con el tiempo adhirió a la jubilación del Hombre Nuevo y terminó conmovedoramente ilusionado con la perestroika.


Cosas veredes, jóvenes aspirantes a encaramarse en la ínsula de la celebridad.



LLAMADO A UNA NUEVA GENERACIÓN DE ESCRITORES



Señor director:


Hace unos meses, ante la aparición de dos artículos de Oscar Collazos en MARCHA, titulados “La encrucijada del lenguaje” enviamos una carta rebatiendo algunas posiciones sostenidas por el escritor colombiano. En esa oportunidad, no sabemos por qué razones, el trabajo no fue publicado. Sin embargo, ahora, después de la reciente oposición de Cortázar a los mismos artículos (MARCHA, 9 y 16 de enero) queremos insistir acerca de algunos puntos clave todavía no aclarados y a esta altura acuciantes. Agradeceríamos profundamente (aun demorada o en dos veces) la publicación.


1) El llamado. Nuestro llamado parte hacia los más jóvenes, hacia los que integrarían, si la hubiera, una generación del 70. Sabemos que siempre existieron escritores que aisladamente, teorizando o por mera intuición, llegaron a la verdad. Pero tampoco podemos olvidar a los que necesitaron sacudidas. De allí los tantos renacimientos colectivos que aparecen en la historia del arte. Para citar un ejemplo muy ilustrativo: podría decirse que bastó un viaje de Manet a España (con la consiguiente revalorización de Goya, Velázquez, El Greco y los venecianos) para que naciera nada menos que la pintura moderna. Torres-García explica que en ese caso Manet fue un primitivo: “el primero que comienza algo que debe comenzarse”. La prédica de un hecho estético fundamental, el de la verdadera pintura bebida en los viejos maestros. Le dio la fuerza a Manet para desencadenar al lado suyo el movimiento impresionista.


Es basados en situaciones históricas tales como podemos tomar conciencia de nuestra responsabilidad. Los jóvenes uruguayos que tenemos al alcance de la mano maestros de la talla de Joaquín Torres García, Juan Carlos Onetti, Francisco Espínola, Felisberto Hernández, Guido Castillo (entre otros), no podemos permitir que siga reinando la equivocación. Nuestra tarea es volver a predicar de cualquier manera el hecho estético fundamental que está en la tradición de los maestros, en la tradición del arte.


Y precisamente teniendo en cuenta la creciente lava revolucionaria que constituye nuestra América, es desde aquí que se impone mantener la vigencia de nociones claras, todas esas que no aparecen en las palabras de Collazos, de Cortázar, de Vargas Llosa, vez tras vez. Así como Benedetti trabaja directamente en Cuba, debemos hacerlo nosotros por todos lados. Porque un arte es la posibilidad más rica  (antes, con y después del fin del fusil) que podemos legar. Los jóvenes del 70 deberán ser los primitivos que agitan, cada tanto, a las generaciones. Es el momento cuando por una serie de razones x reina el confusionismo y es necesario revalorizar la verdad que es una sola, así como el hombre y el arte constituyen, a lo largo del tiempo, cifras invariables.


2) La tradición. Podríamos decir, para empezar, y con Schopenhauer, que el arte es una fuente de conocimiento puro. Quien entra a una obra (verdadera) con los sentidos despiertos y educados vivirá la aventura universal (la realidad esencializada de la que habla Espínola) que el artista desentraña originalmente a partir de una mínima situación transitoria. Una digresión se hace necesaria para aclarar un viejo equívoco siempre frecuente: la obra se aprehende en una forma emocional y no lógica, pues su especificidad no radica en constituir una serie de datos asimilables y refutables por contra-demostraciones. Para dar un ejemplo: el discurso literario (como lo explica Fló) configura una organización lingüístico-conceptual absolutamente diferente a la del discurso científico. En el primero, los términos adquieren (por un tratamiento y técnica funcionales) la cualidad hechicera denominada polisemia, o sea, una estructura hipnótica, persuasiva, que persigue la vivencia y no el conocimiento conceptual del receptor.


De manera que, trabajando con materias y técnicas persuasivas, el artista buscará las esencias de la realidad. La forma de categorizar una obra, de abstraer en ella hasta lograr una vigencia intemporal, es ir hasta los órdenes primarios (Kant): el de la belleza plástica y el de las emociones puras inherentes a la condición humana. Esas son zonas invariables de la realidad. Nadie puede exigirle a nadie, entonces, escribir de tal revolución o de América o de Vietnam. Trabajando con cualquier situación transitoria (la que inspire el autor) debe llegarse a la vida. (Y la literatura que entre a ser sólo un panfleto bien escrito no es digna de una sociedad que reivindique al hombre en su más alta dimensión.)


¿Cómo aprender a esencializar? Mirando para atrás. Salinas exige internarse en la tradición, buscar nuestra misma carne en otros artistas, buscar nuestros parientes. Torres-García afirma que obra que no cuente con el apoyo de las grandes obras de todo tiempo es como hoja al viento. Los renacentistas desencadenan un terremoto cuando vuelven a los griegos. El Manet que hoy citamos cambia la historia de la pintura estudiando a Goya y a Velázquez, no a sus contemporáneos equivocados. Por eso es necesario alertarse frente a los proclamados “maestros” en Latinoamérica. Porque su parentesco es, desgraciadamente, nada más que comercial. Por un Onetti (el más grande), por un Rulfo, por un Guimarâes Rosa que calan hondo encontramos otros tan admirados como dudosos. Por ejemplo: al indudable talento de Vargas Llosa, por falta de un basamento estético claro, no le alcanza para desnudar espiritualmente un solo personaje  (con excepción de Anselmo en “La casa verde”) a través de dos largas novelas. ¿Y cuando esas técnicas renovadoras pasen de moda? ¿Qué quedará? Si la narrativa (épica y moderna) y las tragedias han funcionado hasta nuestros días instaladas en las almas de Héctor, de Antígona, de Dido, de Macbeth, de Raskolnikov, de Larsen, etc., ¿puede haber alguna duda sobre cuál es el resorte específico de la novela?


Otro caso: Cortázar, después de haber escrito una obra maestra en el más clásico estilo (“El perseguidor”), cae ahora en el yerro de proclamar un revolucionarismo para la forma-novela alterándola, transformándola, suprimiendo la linealidad, etc. Esto es verdadero confusionismo, y desgraciadamente en los autores más leídos. El estilo (con todas las innovaciones que sean necesarias) debe servir a la regla, como en Joyce. Debe ser la entrada al teatro, no la función misma.


En cuanto a García Márquez, evidentemente un incipiente gran maestro, es de esperar todavía el libro que quede a la altura de “El astillero”, de “Gran sertón: veredas” o de “Pedro Páamo”. Saltan a la vista algunas carencias de “Cien años de soledad” (para los no eufóricos y enceguecidos): personajes e incluso generaciones que pasan como fantasmas (al contrario de pilares vertebrales como Úrsula), episodios que salen de la galera un poco artificiosa y repetitiva hacia el final del libro. Eso hace que la obra sea grande pero no monumental como las ya citadas. (A la repetida respuesta dada a estas objeciones: “un libro tan ambicioso no puede carecer de esos defectos”, retrucamos invocando al monstruo sagrado con el cual -eso sí es descabellado- se la compara: el Quijote. La obra cervantina, sin discusión varias veces más ambiciosa, lo es otras tantas más sólida y pareja.)


De manera que el panorama exige estudiar antes que nada en los clásicos, en los que sobrevivieron al único juez atendible: el tiempo. Recorriéndolos no sufrimos presiones comerciales, ni políticas, ni de ninguna clase.


3) La originalidad. Y sin embargo, todo lo esbozado no valdría si faltara la otra condicionante complementaria: la riqueza inédita, el enfoque personal de cada creador. Ante esa conciliación surge históricamente lo que Torres-García llama la regla abstracta: cada tanto aparecen hombres que trabajan con las reglas y están dotados naturalmente de calidad. Un aspecto no vive sin el otro. La regla no da talento, pero el talento no vive sin el dominio (intuitivo o teórico) de la regla.


4) Lo político. Cortázar, al que atacamos en otros aspectos, tiene, sin embargo, nociones ejemplares en materia de arte y política. En MARCHA del 9 de enero decía: “A Collazos le interesa una realidad que cabría llamar inmediata; tiene buen cuidado de no caer en el vocabulario que llevó a la noción y las consecuencias del “realismo socialista”, pero en su manera de entender la función del narrador latinoamericano se transparenta una concepción de la literatura asaz análoga a la que tantas tensiones creó y crea dentro de las sociedades socialistas.” Más adelante: “Este problema crucial, que recientemente suscitó una interesante discusión de mesa redonda en Cuba (cf. la revista de la Casa de las Américas, nº 56, setiembre-octubre de 1979), ha sido y me temo que seguirá siendo uno de los escollos mayores con los que tropieza el socialismo a lo largo de su edificación, y a mí me parece que la mayoría de los barcos teóricos o pragmáticos se van a seguir estrellando en ese escolle mientras no se alcance una conciencia mucho más revolucionaria de la que suelen tener los revolucionarios del mecanismo intelectual y vivencial que desemboca en la creación literaria.”


Esto es muy claro. Pero para subrayar citaremos palabras de un poeta extraordinariamente influyente en Latinoamérica, César Vallejo: “El artista debe, antes de gritar en las calles o hacerse encarcelar, crear, dentro de un heroísmo tácito y silencioso, los profundos y grandes acueductos políticos de la humanidad que sólo con los siglos se hacen visibles y fructifican, precisamente, en esos idearios y fenómenos sociales que más tarde suenan en la boca de los hombres de acción o en la de los apóstoles y conductores de opinión.”



5) La espera. Lo que nos interesa son contestaciones: adhesiones, réplicas, destrucciones, todo lo que se ofrezca con sinceridad. El teléfono es 50-34-34 y la dirección Grito de Gloria 1437.

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