UN
TEXTO APARECIDO EN LA SECCIÓN DE LECTORES DEL SEMANARIO MARCHA EL 13 DE MARZO DE 1970
Hugo Giovanetti Viola
Un mes antes de cumplir
los 22 años tuve necesidad de mandar a Marcha
esta especie de carta-manifiesto que hoy descubro que conserva toda su vigencia
y es capaz de renovar un desafío movilizador para los actuales jóvenes
plumíferos que tratan de no ahogarse en la endémica y tristísima mediocridad de
nuestro charco color de león.
Yo ya estaba casi
seguro de que había perdido este recorte, pero el entusiasmo de José Jorge -un heroico
investigador de la Facultad de Humanidades que se ha transformado en el primer
exégeta sistémico de nuestro Lautréamont narrativo, Tarik Carson (1946-2014)-
me hizo recuperarlo entre esos papeleríos polvorientos que nos provocan más
miedo a la nostalgia masoquista que a la alergia bronquítica.
La carta-manifiesto que
hoy desentierro en elMontevideano Laboratorio de Artes logró que el mismísimo Tarik
Carson apareciera una mañana en casa y posteriormente se integrara al todavía
incipiente Grupo Universo, que iba
surgiendo de los encuentros periódicos que teníamos con Hugo Bervejillo (1948)
y Daniel Bentancourt (1946 -1996), dos extraordinarios narradores de la
generación del 70.
Y ya en el primer
número de la revista Universo se
publicó Ogedinrof, un relato
fantástico que integraría el primer cuentario de Tarik, El hombre olvidado (Géminis, Montevideo, 1973), donde ya aparecía
constelada toda la madurez de un universo narrativo que no declinaría.
A los otros tres
mosqueteros, en cambio, nos costó por lo menos una década adultizarnos vital y estéticamente, pero lo que tuvimos claro todos
desde el pique fue la responsabilidad de trabajar desde y hacia una prospectiva
universalista que se desmarcara tajantemente
del desbarranque sociologizante en el que la generación del 45 sumergió al
Uruguay durante más de medio siglo.
El Grupo Universo (que también incluyó en su nómina de redacción a
Ingrid Tempel, Francisco Graells, Guillermo Chaparro, Mario Platero, Nora
Bouzón, Álvaro Pierri y Alfredo Fressia) se disgregó pocos meses antes de la
irrupción de la dictadura, pero en nuestros tres años de duración fuimos
combatidos desde la misma Marcha,
cuyo responsable literario era Jorge Ruffinelli, un minusválido escudero de
Ángel Rama que confundía la verticalidad cósmica de los arquetipos con el
anquilosamiento burgués y nos llamaba jóvenes
viejos.
También conservo los
recortes de las críticas que testimonian la irreversible miopía de este homúnculo
que después de saborear un poquito de glamour funcionando como una garrapata de
la guerrilla decidió acomodarse forever en
el establishment literatoso de Yanquilandia (que tanto repugnó al gran J. D.
Salinger) y lo verdaderamente triste es que la estupidez de sus argumentos
llegue a resultar graciosa.
Lo único que suprimiría
actualmente del texto que bauticé Llamado
a una nueva generación de escritores son las menciones a Benedetti (a quien
ya considerábamos un escritor de segundo orden, aunque en ese momento no éramos
capaces de detectarle su insaciable voracidad marketinera y además vivía en la
todavía sacratísima Cuba) y a Juan
Fló, un irredento esteta positivista disfrazado de pope metafísico que con el
tiempo adhirió a la jubilación del Hombre Nuevo y terminó conmovedoramente
ilusionado con la perestroika.
Cosas veredes, jóvenes
aspirantes a encaramarse en la ínsula de la celebridad.
LLAMADO
A UNA NUEVA GENERACIÓN DE ESCRITORES
Señor
director:
Hace unos meses, ante la aparición de dos artículos de Oscar Collazos en
MARCHA, titulados “La encrucijada del lenguaje” enviamos una carta rebatiendo
algunas posiciones sostenidas por el escritor colombiano. En esa oportunidad,
no sabemos por qué razones, el trabajo no fue publicado. Sin embargo, ahora,
después de la reciente oposición de Cortázar a los mismos artículos (MARCHA, 9
y 16 de enero) queremos insistir acerca de algunos puntos clave todavía no
aclarados y a esta altura acuciantes. Agradeceríamos profundamente (aun
demorada o en dos veces) la publicación.
1) El llamado. Nuestro llamado parte
hacia los más jóvenes, hacia los que integrarían, si la hubiera, una generación
del 70. Sabemos que siempre existieron escritores que aisladamente, teorizando
o por mera intuición, llegaron a la verdad. Pero tampoco podemos olvidar a los
que necesitaron sacudidas. De allí los tantos renacimientos colectivos que
aparecen en la historia del arte. Para citar un ejemplo muy ilustrativo: podría
decirse que bastó un viaje de Manet a España (con la consiguiente
revalorización de Goya, Velázquez, El Greco y los venecianos) para que naciera
nada menos que la pintura moderna. Torres-García explica que en ese caso Manet
fue un primitivo: “el primero que comienza algo que debe comenzarse”. La
prédica de un hecho estético fundamental, el de la verdadera pintura bebida en
los viejos maestros. Le dio la fuerza a Manet para desencadenar al lado suyo el
movimiento impresionista.
Es
basados en situaciones históricas tales como podemos tomar conciencia de
nuestra responsabilidad. Los jóvenes uruguayos que tenemos al alcance de la
mano maestros de la talla de Joaquín Torres García, Juan Carlos Onetti,
Francisco Espínola, Felisberto Hernández, Guido Castillo (entre otros), no podemos
permitir que siga reinando la equivocación. Nuestra tarea es volver a predicar
de cualquier manera el hecho estético fundamental que está en la tradición de
los maestros, en la tradición del arte.
Y
precisamente teniendo en cuenta la creciente lava revolucionaria que constituye
nuestra América, es desde aquí que se impone mantener la vigencia de nociones
claras, todas esas que no aparecen en las palabras de Collazos, de Cortázar, de
Vargas Llosa, vez tras vez. Así como Benedetti trabaja directamente en Cuba,
debemos hacerlo nosotros por todos lados. Porque un arte es la posibilidad más
rica (antes, con y después del fin del
fusil) que podemos legar. Los jóvenes del 70 deberán ser los primitivos que
agitan, cada tanto, a las generaciones. Es el momento cuando por una serie de
razones x reina el confusionismo y es necesario revalorizar la verdad que es
una sola, así como el hombre y el arte constituyen, a lo largo del tiempo,
cifras invariables.
2)
La tradición. Podríamos decir, para
empezar, y con Schopenhauer, que el arte es una fuente de conocimiento puro.
Quien entra a una obra (verdadera) con los sentidos despiertos y educados
vivirá la aventura universal (la realidad esencializada de la que habla
Espínola) que el artista desentraña originalmente a partir de una mínima
situación transitoria. Una digresión se hace necesaria para aclarar un viejo
equívoco siempre frecuente: la obra se aprehende en una forma emocional y no
lógica, pues su especificidad no radica en constituir una serie de datos asimilables
y refutables por contra-demostraciones. Para dar un ejemplo: el discurso
literario (como lo explica Fló) configura una organización lingüístico-conceptual
absolutamente diferente a la del discurso científico. En el primero, los
términos adquieren (por un tratamiento y técnica funcionales) la cualidad
hechicera denominada polisemia, o sea, una estructura hipnótica, persuasiva,
que persigue la vivencia y no el conocimiento conceptual del receptor.
De
manera que, trabajando con materias y técnicas persuasivas, el artista buscará
las esencias de la realidad. La forma de categorizar una obra, de abstraer en
ella hasta lograr una vigencia intemporal, es ir hasta los órdenes primarios
(Kant): el de la belleza plástica y el de las emociones puras inherentes a la
condición humana. Esas son zonas invariables de la realidad. Nadie puede
exigirle a nadie, entonces, escribir de tal revolución o de América o de
Vietnam. Trabajando con cualquier situación transitoria (la que inspire el
autor) debe llegarse a la vida. (Y la literatura que entre a ser sólo un
panfleto bien escrito no es digna de una sociedad que reivindique al hombre en
su más alta dimensión.)
¿Cómo
aprender a esencializar? Mirando para atrás. Salinas exige internarse en la
tradición, buscar nuestra misma carne en otros artistas, buscar nuestros
parientes. Torres-García afirma que obra que no cuente con el apoyo de las
grandes obras de todo tiempo es como hoja al viento. Los renacentistas
desencadenan un terremoto cuando vuelven a los griegos. El Manet que hoy
citamos cambia la historia de la pintura estudiando a Goya y a Velázquez, no a
sus contemporáneos equivocados. Por eso es necesario alertarse frente a los
proclamados “maestros” en Latinoamérica. Porque su parentesco es,
desgraciadamente, nada más que comercial. Por un Onetti (el más grande), por un
Rulfo, por un Guimarâes Rosa que calan hondo encontramos otros tan admirados
como dudosos. Por ejemplo: al indudable talento de Vargas Llosa, por falta de
un basamento estético claro, no le alcanza para desnudar espiritualmente un
solo personaje (con excepción de Anselmo
en “La casa verde”) a través de dos largas novelas. ¿Y cuando esas técnicas
renovadoras pasen de moda? ¿Qué quedará? Si la narrativa (épica y moderna) y las
tragedias han funcionado hasta nuestros días instaladas en las almas de Héctor,
de Antígona, de Dido, de Macbeth, de Raskolnikov, de Larsen, etc., ¿puede haber
alguna duda sobre cuál es el resorte específico de la novela?
Otro
caso: Cortázar, después de haber escrito una obra maestra en el más clásico
estilo (“El perseguidor”), cae ahora en el yerro de proclamar un
revolucionarismo para la forma-novela alterándola, transformándola, suprimiendo
la linealidad, etc. Esto es verdadero confusionismo, y desgraciadamente en los
autores más leídos. El estilo (con todas las innovaciones que sean necesarias)
debe servir a la regla, como en Joyce. Debe ser la entrada al teatro, no la
función misma.
En
cuanto a García Márquez, evidentemente un incipiente gran maestro, es de
esperar todavía el libro que quede a la altura de “El astillero”, de “Gran
sertón: veredas” o de “Pedro Páamo”. Saltan a la vista algunas carencias de
“Cien años de soledad” (para los no eufóricos y enceguecidos): personajes e
incluso generaciones que pasan como fantasmas (al contrario de pilares
vertebrales como Úrsula), episodios que salen de la galera un poco artificiosa
y repetitiva hacia el final del libro. Eso hace que la obra sea grande pero no
monumental como las ya citadas. (A la repetida respuesta dada a estas
objeciones: “un libro tan ambicioso no puede carecer de esos defectos”,
retrucamos invocando al monstruo sagrado con el cual -eso sí es descabellado-
se la compara: el Quijote. La obra cervantina, sin discusión varias veces más
ambiciosa, lo es otras tantas más sólida y pareja.)
De
manera que el panorama exige estudiar antes que nada en los clásicos, en los
que sobrevivieron al único juez atendible: el tiempo. Recorriéndolos no
sufrimos presiones comerciales, ni políticas, ni de ninguna clase.
3)
La originalidad. Y sin embargo, todo
lo esbozado no valdría si faltara la otra condicionante complementaria: la
riqueza inédita, el enfoque personal de cada creador. Ante esa conciliación
surge históricamente lo que Torres-García llama la regla abstracta: cada tanto
aparecen hombres que trabajan con las reglas y están dotados naturalmente de
calidad. Un aspecto no vive sin el otro. La regla no da talento, pero el
talento no vive sin el dominio (intuitivo o teórico) de la regla.
4)
Lo político. Cortázar, al que
atacamos en otros aspectos, tiene, sin embargo, nociones ejemplares en materia
de arte y política. En MARCHA del 9 de enero decía: “A Collazos le interesa una
realidad que cabría llamar inmediata; tiene buen cuidado de no caer en el
vocabulario que llevó a la noción y las consecuencias del “realismo
socialista”, pero en su manera de entender la función del narrador
latinoamericano se transparenta una concepción de la literatura asaz análoga a
la que tantas tensiones creó y crea dentro de las sociedades socialistas.” Más
adelante: “Este problema crucial, que recientemente suscitó una interesante
discusión de mesa redonda en Cuba (cf. la revista de la Casa de las Américas,
nº 56, setiembre-octubre de 1979), ha sido y me temo que seguirá siendo uno de
los escollos mayores con los que tropieza el socialismo a lo largo de su
edificación, y a mí me parece que la mayoría de los barcos teóricos o
pragmáticos se van a seguir estrellando en ese escolle mientras no se alcance
una conciencia mucho más revolucionaria
de la que suelen tener los revolucionarios del mecanismo intelectual y
vivencial que desemboca en la creación literaria.”
Esto
es muy claro. Pero para subrayar citaremos palabras de un poeta
extraordinariamente influyente en Latinoamérica, César Vallejo: “El artista
debe, antes de gritar en las calles o hacerse encarcelar, crear, dentro de un
heroísmo tácito y silencioso, los profundos y grandes acueductos políticos de
la humanidad que sólo con los siglos se hacen visibles y fructifican,
precisamente, en esos idearios y fenómenos sociales que más tarde suenan en la
boca de los hombres de acción o en la de los apóstoles y conductores de
opinión.”
5)
La espera. Lo que nos interesa son
contestaciones: adhesiones, réplicas, destrucciones, todo lo que se ofrezca con
sinceridad. El teléfono es 50-34-34 y la dirección Grito de Gloria 1437.
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