BEATRIZ
BAYCE
CUANDO
YA NO IMPORTE (*)
(Primera edición: revista Fundación Nº 1, 1994)
TERCERA ENTREGA
3
/ LA CASA SOBRE PILARES
“después
de huir de Monte… luego de atravesar el río de barro y de sueñera… desembarqué
en un amanecer sanmariano” (pág. 23).
Debe ser posible llamar
“amanecer” al momento inicial de toda nueva vida o etapa nueva, distinta, que
debería incluir siempre alguna esperanza: esperanza de liberación en La vida breve, esperanza justicia en El astillero. Aquí la esperanza de Carr
se congeló junto con las piedras de la casa que se conservarían para la
arqueología, recuerdos que “ya no ayudaban” porque “ya no se creían” (pág. 29).
Tampoco podría ser de esperanza la ciudad que se exhibe como reconstrucción de
Puerto Astillero. Poco tuvo que hacer Carr, a su llegada, con su flamante
título de ingeniero: la represa estaba casi terminada, quedaban sólo obras de
apuntalamiento.
Díaz Grey definía
Puerto Astillero como un lugar de soledad, lleno de símbolos engañosos (11). Perdura en el lugar uno de esos símbolos, las casa de Petrus, un
cuadrilongo blanco edificado sobre catorce pilares de cemento (pág. 43). Diversas
señales equívocas le habían presentado a Larsen desde su primera recorrida por
el astillero: todas parecían indicar que estaba llegando a algún “reino de los
muertos”.
La mitología nos dice
que en esas ciudades no podía faltar el palacio del dios. Frente a esas
construcciones, unas imaginadas, otras de templos que se conservan en países de
antiquísima tradición religiosa, el palacio de Petrus parecía una irónica
réplica o una traslación onírica: pilares ordinarios de cemento sustituyen las
suntuosas columnas que tienen en cada región una simbología especial. El Templo
del Cielo de Pekín tiene ocho columnas, cifra de la rosas de los vientos y de
las amarras del mundo. Las cuatro filas de columnas de cedro del Líbano y las
columnas del pórtico del Templo de Salomón simbolizan la unión entre el cielo y
la tierra. En cambio las columnas de cemento sólo tenían, parece, una finalidad
funcional.
Larsen se dejó
deslumbrar y pudo imaginar a Petrus semejante a un dios, “gozando de la gloria”
en el piso alto de la casa. No reparó, entonces, que el número de los pilares contenía
para él un mensaje, una advertencia, porque catorce
es el número que expresa, para los pitagóricos, la desilusión y el sacrificio.
El cielo ambicionado por Larsen que también significativamente es
visto como una “forma vacía”, está ahora ocupado por Díaz Grey, Angélica Inés y
Josefina y sigue siendo la sede de la mentira, de las falsas identidades del
pueblo de Santamaría que vive del contrabando, acechado por la policía, los
hombres “de azul” que marcan el fin de tantas aventuras. Los habitantes de la
ciudad Nueva recuerdan la crecida del río que anegó el valle (pág. 30). La casa
había sido construida en alto para prevenir nuevas inundaciones. Como si no
hubiera sido siempre demasiado grande y notoria, alguien se la muestra a Carr
en su recorrida por el lugar.
“…y
ahí mismo mirá para el río y ahí está la bruta casa que hizo el viejo
millonario después de muerto” (pág. 40).
Sin sorpresas, con la
mayor naturalidad, los sanmarianos dan noticia de un hecho de “la vida de los
muertos”, esto es, de su propia vida.
Notas
(11) Onetti, El astillero, pág. 104.
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